jueves, 31 de julio de 2008

labios

¿qué labios húmedos
son mi patria?
tan solo son
mi lugar favorito.

miércoles, 30 de julio de 2008

Una de boxeo

Yo estaba bebiéndome un trago y pensando en el partido de mañana cuando llegó esa dama escocesa. Tenía largas piernas y cabello color bronce y largas pestañas y ojos color castaño y estaba muy bien. Se había vestido para la ocasión. Ella necesitaba un detective y yo necesitaba una dama misteriosa, de acento misterioso y falda bien corta.
- Déjeme adivinar- dije -. Australiana.
- No, señor Grandbois, soy escocesa- dijo con su perfecto inglés de las tierras altas -. Estoy buscando a mi esposo.
- Déjeme servirle un trago.
- Estoy buscando a mi esposo- repitió.
- Ok, ok, entiendo. Entonces déjeme servirme otro trago- lo hice -. ¿Está perdido aquí, en Lima?
- Aye- dijo asintiendo -. Lleva quince días perdido.
- Mjm. ¿Cuál es el nombre de su esposo?
- Douglas McAllister.
Tomé nota. La señora McAllister cruzó las piernas. La falda subió considerablemente. Di un sorbo a mi trago.
- Bien, cuénteme los detalles.
- Mi esposo ha estado trabajando para la mafia, señor Grandbois- dijo la dama con una sonrisa amarga -. Lleva meses peleando para los peruano-escoceses en una serie de enfrentamientos clandestinos. Lima se ha convertido en el foco internacional del boxeo ilícito a puño desnudo.
- Ya, lo sé señora McAllister. Soy detective.
En serio, ya lo sabía.
- Doug dijo que volvería luego de su última pelea. Dijo que ganaría, le darían su último cheque y volvería a Escocia en un santiamén. Pero debe haber tenido complicaciones. Nunca llegó en su vuelo.
- Vaya.
- Sí. Doug... Doug es demasiado orgulloso, no puede con su ego. Él... muchas veces no piensa con claridad, ni siquiera cuando trata con gente como esa. Oh, Dios.
Saqué un clínex del cajón de mi escritorio y se lo ofrecí. La señora McAllister lo rechazó con un gesto de dignidad herida.
- No, no, estoy bien- dijo -. Mi esposo está vivo.
- Ya.
- ¡Lo está, en serio! Puedo sentirlo señor Grandbois.
- No, ya, yo también. De veras.
Entonces se me quedó mirando con esos ojillos de ardilla suyos y me perdí. Me tenía justo donde quería. Yo era débil. Los hombres somos débiles.
- Voy a encontrar a su esposo señora McAllister- dije.
- Oh. Es usted realmente bueno señor Grandbois pero verá...
- ¿Sí?
- Creo que sé donde está Doug...
- Oh.
- ... es solo que no quiero ir sola.
- Ah. Es eso.
- Ajá.
- Vaya. ¿Por qué no fue a la policía?
- Por favor, señor Grandbois, no confío en la policía de aquí... y me han hablado tan bien de usted...
- Y además soy todo grande y fornido.
- Sí...
Me aguanté un pedo, vacié mi vaso de un trago y me puse de pie.
- ¿Está usted a pie?- pregunté.
- Sí.
- Vamos en mi auto.
Bajamos al estacionamiento y cogimos el Plymouth. La dama escocesa me guiaba y pronto terminamos en un hueco en el centro, cerca del Nuclear Bar.
- Es aquí- dijo.
- Mal sitio, el Nuclear Bar. Bajemos.
Nos bajamos y ella se agarró de mi brazo. Sentí que me palpitó la entrepierna así que estuve pensando en cebollas un rato. Cuando esto no funcionó pasé a los espárragos. No por nada estos tienen menos curvas.
- Quédese detrás de mí señora McAllister.
Tenía mi equipo de cerrajero en uno de los bolsillos del abrigo, pero me hice la idea de que quizás la puerta estuviera abierta. Giré la manija. Estaba abierta. Adentro estaban todas las luces encendidas y pudimos ver a unos cinco hombres, todos con chaquetas negras, mirando como otro de cabello largo y barba pateaba a un séptimo sujeto que se aferraba con fiereza a un sucio ring de boxeo. Cerré la puerta detrás de nosotros y todos voltearon a mirarnos.
- ¡Mierda! ¿Quiénes son ustedes?
- ¡Doug!- exclamó la señora McAllister. Antes de que yo pudiera hacer nada se zafó de mi brazo y corrió hacia el pobre diablo que se aferraba al ring, quitándole de encima al hombre barbudo.
- Agatha... - murmuró Doug.
- Mierda, ¿Agatha?- dije.
Aquél nombre. Era como si le hubieran puesto a mi dama escocesa una gran bombacha de satén. Así, bien al estilo Luis XIV, aunque eso no viene tanto a cuento.
Uno de los hombres se acercó a donde yo estaba y trató de cogerme por el cuello, pero yo fui más rápido y lo evadí. Rápidamente me moví hacia donde estaba la parejita.
- Bien bien, la mafia peruano-escocesa, ¿eh? ¿Por qué no me sorprende?
- ¿Y tú quién mierda eres, gordo?
- Vercingétorix Grandbois, pa' usté.
- ¿Eres policía?
- No, detective privado.
- Ah carajo, háganlo mierda chicos.
- ¡Eh, esperen! También fui boxeador amateur, muchachos. ¿Por qué están reteniendo al marica este? ¿Por sus lindas pantorrillas?
El tipo de la melena le miró las pantorrillas a McAllister. Nadie dijo nada.
- Bien, les diré qué podemos hacer. Voy a pelear con este mequetrefe, ¿está bien? Si él gana, se queda con ustedes el tiempo que quieran. Sigue peleando y les sigue ayudando a sacar plata.
Los tipos se rieron. A veces sin querer puedo ser realmente divertido.
- ¿Y si tú ganas, Al Bundy?
Te rapas, William Wallace.
- Lo dejan irse con su mujer de vuelta a Glasgow.
- Yo soy de Edimburgo.
- Calla maricón. ¿Bien? ¿Les parece?
Los chicos Brando rieron un rato. Luego, cuando vieron mi viril seguridad se disiparon las sonrisas y finalmente parecieron algo preocupados.
- Entonces, si tú ganas, ¿nos quedamos sin campeón? ¿Qué tan idiotas nos crees?- preguntó el pelucón.
- No, vamos, si yo gano yo me quedo a trabajar para ustedes.
- ¿Ah?
- Claro. No rinde esto de ser detective. Llevo haciéndolo más de doscientos días y llevo la mitad de ellos sin pagar el alquiler.
Guardaron silencio un momento. Agatha me miraba con esos ojos de nuevo. Esos ojos que decían "tengo puestas en ti todas mis esperanzas", esos ojos que decían "si no estuviera casada era tuya". Era mía esa nena.
- Bien. Súbanse al ring.
- ¡No! ¡Está herido!
- Estoy bien nena- dijo McAllister -. Cualquier día le puedo ganar a este gordo.
- Doug, si ganas te tendrás que quedar...
- Psch. Ya ya nena, déjame.
McAllister subió al ring y se sacó la camiseta ensangrentada. En un segundo estaba calentando y pude ver cómo se movía. Se movía rápido y bien. Aquél esnifagaitas era un campeón, pero era rubio y frágil como un monaguillo. Tenía que aprovechar esa ventaja para mandarlo a Escocia a golpes. Agatha nunca me olvidaría.
Me quité el abrigo y la camisa y subí al ring. Di algunos ganchos al aire y me cubrí un par de veces. Estaba listo.
Algún cacaseno hizo sonar la campana. McAllister comenzó a rodearme. Le propiné un gancho con la izquierda, pero él hizo una finta veloz y me evadió. Hice lo propio cuando él quiso tumbarme. Le propiné un segundo gancho que le dio de lleno en la quijada. Agatha no quiso mirar. Los mafiosos reían reían reían. Recibí algunos golpes en los costados, traté de acorralarlo contra las cuerdas. Y entonces me golpeó me golpeó. Es decir, me golpeó bien, un golpe fuerte y bien centrado en medio de la cara. Creo que me rompió la nariz. Caí.
Cuando recuperé la conciencia solo pude escuchar una cosa.
- ¡10!
- Qué carajo... ¡mierda!
Traté de incorporarme. Estaba demasiado adolorido.
- ¡Oh, no, Doug! Ahora tendremos que quedarnos en este país de mierda.
- Mierda, Agui, lo siento.
- Nada de eso- dije. Conseguí apoyarme sobre la rodilla. Saqué la Luger de mi bolsillo y apunté al mafioso-Mel Gibson -. McAllister, usted se larga con su mujer. Tome las llaves de mi auto, están en mi abrigo. Bien, ahora, conduzcan directamente al aeropuerto. Sin parar. Ustedes se van para Glasgow esta misma noche.
- Somos de Edimburgo, Grandbois.
- Me importa una mierda, se van para Glasgow.
- Oh.
La señora McAllister me sonreía y me miraba con ojos como dos grandes copas de bourbon.
- No sé cómo agradecerte Vercingétorix...
- No lo hagas nena. Solo vete, sé feliz. Juega al mús, escucha a Frank Sinatra y olvídate de mí. Tú y Ken tienen un bello futuro por delante, Barbie.
Los esposos McAllister salieron de la bodega rápidamente. Entonces me quedé solo con los matones. Me eché a reír con desgano. Si no recordaba mal, solo me quedaba una bala en la recámara, así que estaba jodido. Era el final.
- Y... qué clase de mafiosos andan por ahí sin balas, ¿eh?- me reí. Me metí la Luger a la boca y cerré los ojos.
Click.
- Oh, mierda.
Bien, lo había recordado mal. No habían balas en la recámara. William Wallace abrió los ojos como platos, y luego se echó a reír. Todos rieron rieron con risas podridas. Me miraron.
- Chicos, creo que vamos a tener que negociar- dije.
Pensé en el partido de mañana.
- Mierda.

lunes, 28 de julio de 2008

Hijo de la Bestia

Mi padre era el rey de los Leones de la Roca. Era el segundo en la línea de sucesión, pero mi abuelo decidió que era más apto que su hermano y lo coronó en su lugar. El Reino de la Roca, sin embargo, estaba sumamente empobrecido y el título de mi padre no hizo mucho por nosotros.
Mi madre era la reina del océano. Ella era un ser de las profundidades, una criatura incomprensible e inefable. Ella y mi padre solo se encontraron en el lecho una vez. Aquello fue suficiente para consumar el matrimonio y asegurar la hegemonía de los Leones de la Roca sobre el abismo del mar. Yo era el heredero de la Roca y el Abismo.
Mi crianza no fue muy diferente de la de otros nobles venidos a menos. La mayor diferencia era mi título de príncipe y la herencia que algún día habría de reclamar. Tenía un mentor en las ciencias humanas, un maestro de armas que me impartía lecciones sobre la guerra y un tutor de equitación, entre otros. Durante mis horas de estudio, mi padre me observaba en silencio desde el balcón con cierta gravedad.
A veces iba a ver a mi madre. Entre los peñascos al pie del Viejo Acantilado podía ver la entrada a su reino, el abismo verde y azul del mar. Ella siempre me esperaba allí, sus cabellos agitándose en torno a las ondulaciones, sus escamas y tentáculos irguiéndose hacia mí, helados. Era mi madre, pese a todo, y había algo de cálido en su canción y en sus gestos. Yo me limitaba a verla y a escucharla, pero sabía que algún día tendría que bajar al abismo y entrar en su reino.
Antes de dejar para siempre mi hogar en la Roca, mi padre me habló sobre los Leones una última vez. No éramos muy distintos de otros reyes y sus linajes. Éramos una familia orgullosa, llena de tradiciones, pero sobre todo de ambiciones. Luego nos despedimos y partí hacia el mar en la oscuridad. Reclamaría mi nuevo trono, en nombre de la casa de mi padre.

una de pistoleros

- Todos hemos perdido seres queridos, Kid. Todos hemos tenido nuestra dósis de sufrimiento y dolor. Pero así son las cosas. La vida es dura, Kid.
- No lo entiendes, Ruddy. No podrías entenderlo. Esta no es la vida que deberíamos llevar. Este no es el mundo que podríamos tener. He tenido mi dósis, y más de la que ningún ser humano debería soportar. Si las cosas son así, Ruddy, si la vida es dura, entonces nosotros ya no somos humanos. Somos algo más. Y la vida es dura, y cruel. He visto el rostro de la avaricia, Ruddy. Tengo que hacer esto.
- No tiene que ser así, Kid. Puedes terminar con esto. El chico y su madre no tienen nada que ver con esto. Déjalo ir.
- ¿Me estás sugiriendo que lo perdone, Ruddy?
- Te estoy sugiriendo que dejes todo esto atrás. Te estoy sugiriendo que comiences de nuevo y mantengas todo aquello en lo que creemos en pie. Las cosas aún pueden mejorar.
- Tú no sabes de lo que estás hablando. No tienes idea. ¡No te atreverías a sugerirme algo así, si fueras tú quien hubiera perdido a Betty, si fueras tú quien hubiera perdido... todo!
Ruddy miró el rifle cargado sobre la mesa. Volvió a mirar al Kid.
- Aún puedes mejorar las cosas, Kid. Si estás dispuesto a olvidar. Si estás dispuesto a dejar ir, a hacer lo que hombres como Fletcher no son capaces de hacer.
- Esto se acabó, Rud.
El Kid puso la mano sobre su rifle. Antes de que pudiera levantarse o hacer nada, recibió un rápido disparo en la garganta, seguido inmediatamente de uno en la cabeza. El hombre no tuvo tiempo ni de soltar su arma. Simplemente, cayó de espaldas al suelo.
- ¡Cristo!- exclamó el mayordomo, al tiempo que dejaba caer su bandeja junto con sus tazas y demás recipientes, los cuales se hicieron trizas. Ruddy no le prestó atención. Se quedó mirando el cadáver, frío y rígido sobre la alfombra ensangrentada. Guardó su arma, se lió un cigarrillo y lo encendió.
- Tratamos de ser hombres decentes en un mundo indecente- dijo dándalo una calada. Se lo dijo más al cadáver del Kid que a sí mismo. A sí mismo no había nada que quisiera decirse.
El mayordomo seguía de pie en el umbral, paralizado como si lo hubiera mordido una serpiente cascabel, mientras Ruddy se desperezaba en su asiento.
- Vermont, llama al comisario- dijo este último al mayordomo -. Dile que lo estoy esperando.
Cuando terminó su cigarrillo, comenzó a liarse otro.

domingo, 27 de julio de 2008

reflexión sobre el último deseo

una reflexión sobre los deseos de un hombre que ya no siente
el dolor ha quedado muy lejos
ahogado entre copas e infusiones de suero e incursiones fugaces
al hospital
el amor por su parte está atado a una moralidad que se ha ido
/----------erosionando
ha perdido su función y solo queda una carga de cobalto sobre su
/----------cuerpo
y ahí en el lecho sus pensamientos van hacia la carne
inevitablemente añora vestigios de su vida anterior
reflexiona
solo quiero chuparte el coño el resto de mi vida
solo quiero sentirme dentro de ti hasta el fin de los tiempos
llama a la enfermera y le pide un lapicero y escribe sobre una
/----------servilleta
quiero metértela una vez más
quiero sentirme dentro de ti
y asfixiarme en tu cuerpo...
voilà: aquí tenemos una luna mutilada
descarnada y vacía
un cuerpo que ha perdido la fuerza y la vena de la emoción
mantiene un alma que rezuma luces rojas y doradas
pero
sin que quede nadie para verlo
solo la luz menguante en la ventana y una enfermera retaca
el hombre y su último deseo se disponen a entornarse
solos él y su miembro en un autobús hacia el fin del mundo.

miércoles, 23 de julio de 2008

como un mazo profundo y verde

así que abrimos nuestras cervezas
sentados en el borde del río
como un mazo profundo y verde
pienso en mi obsesión con los colores
mientras analizo el fondo de mi botella y veo
infinidad de tonalidades y burbujas con sus propia infinidad
de tonalidades
mi amigo que está al lado
que también es poeta y también se está volviendo loco
me dice que quizás debería beber menos
ahí sentado mientras le doy otro sorbo a la bebida contemplando
sus burbujas
siento que quizás debería considerar lo que dice
y entonces veo más allá del río
justo al otro extremo
lejos de la almidonada primera fila
y me doy con que hay dos vagabundos en la orilla
bebiendo y fumando
me levanto y les saludo con la mano
se levantan y me saludan con la mano
termino mi cerveza
terminan sus cervezas
me bajo el cierre y y meo
me imitan
miro a mi amigo el poeta y le digo
hombre, somos un par de vagabundos
y él me mira así muy sorprendido e indignado y me dice
hombre, vagabundos ustedes tres
yo sigo aquí sentado bebiendo
tranquilo.

domingo, 20 de julio de 2008

Lofto

Lofto yacía sobre la cama totalmente relajado. Había comido como un rey, y ciertamente se había divertido. Hacía mucho tiempo que había perdido el hábito de embriagarse, pero en medio del jolgorio se comportaba con tanta alegría y desenfreno como el más desinhibido. Más tarde, con la barriga llena y el corazón contento, podía relajarse sin tener que pensar en la resaca y demás incomodidades del día siguiente.
Cuando sintió el sueño invadiéndole y el peso sobre sus párpados, el viejo bardo inclinó su cabeza hacia la vela en la mesita de noche y sopló, apagando la llama. Se dispuso a dormir, mas un ruido cercano le puso alerta. Ni su hígado ni sus fuerzas eran las mismas, pero su oído seguía tan agudo como siempre. Con un movimiento casi imperceptible, llevó su mano derecha hacia el puñal que reposaba debajo de su almohada. Algún borracho se había metido en sus habitaciones, seguramente para robarle... sus pasos, sin embargo, eran demasiado delicados para tratarse de un hombre. Abriendo un ojo con cautela, y bajo la luz de la luna que se filtraba por las ventanas, Lofto descubrió a la joven hija del posadero acercarse tambaleante a su lecho. Había ingerido, sin duda, demasiado vino, e iba escasamente vestida con ropa de dormir de una sola pieza.
El bardo maldijo por dentro. Le hubiera gustado no tener que hacerlo, pero los años no habían pasado en vano y había aprendido de las experiencias, por lo que se incorporó. Con varios años por encima de los cincuenta, estaba demasiado viejo. Trató de recordar el nombre de la chica. No le fue difícil, su memoria era buena.
- Abi, pequeña, ¿qué es lo que haces aquí?- le dijo. Habló a la joven con voz suave y familiar procurando calmar sus ansias. La muchacha se dejó caer sobre él, sin embargo, despojándose de su ropa con torpeza. Sus labios buscaron los suyos y su lengua trató de abrirse paso en su boca, pero Lofto se hizo a un lado con presteza.
- Llevadme con vos señor- dijo la joven, acomodándose en la cama junto a él. Sus pequeñas manos se posaron sobre su pecho y poco a poco comenzaron a descender hacia su entrepierna, mientras con sus labios le llenaba el rostro de fugaces besos -. Dejadme acompañaros, cantadme siempre como habéis cantado hoy en nuestra mesa. ¡Oh, por favor! Tomadme mi señor...
El viejo bardo pudo sentir la sangre comenzando a fluir hacia su miembro. Maldijo para sí una vez más, pues supo que Abigail había podido notarlo.
- Me deseáis, lo sé- le susurró la muchacha al oído, antes de acariciarlo con su lengua.
- ¡Niña!- exclamó Lofto -. Si tu señor padre nos encuentra, los dos vamos a pasar un mal rato. Yo más que tú. Podría ser tu padre, Abi. Podría ser tu abuelo...
- No me importa- dijo la muchacha. Lofto pudo notar su aliento agrio y cargado -. No me importa, llevadme con vos, tomadme esta noche y hacedme vuestra...
- Abi, mierda... por los dioses. Ven, vamos a vestirte...
- ¿Por qué no me lleváis con vos? ¿Por qué vos seríais tan diferente de otros pretendientes? Tenéis oro, lo he visto. ¿Por qué estaría mal? Sois un hombre reconocido, ¡habéis cantado para el rey!
- He tenido el honor de cantar para la Casa del Bastardo, sí.
- ¿Entonces qué es? ¿Qué os impide hacerme vuestra esposa? ¿Acaso no os parezco hermosa... ?
El bardo suspiró y atrajo a la muchacha contra su pecho. De verdad se estaba haciendo viejo.
- Sois muy dulce y muy bella, mi dulce Abi- dijo -. Pero mi vida no es la clase de vida que quisieráis llevar. Yo no tengo un hogar, Abi, y vos no conocéis otra cosa que el vuestro. Vivo en el camino, y el camino es un lugar peligroso para una muchachita como vos.
Le dio un suave beso en la frente y le recitó unos cortos versos sobre la virtud de la doncellez y la vida tranquila de los plebeyos. La chica le miró con ojos brillantes.
- Vuestro señor padre tiene planes para vos. Quizás en un principio estos no os gusten, os desesperen y os hagan renegar. Pero con el tiempo, os daréis cuenta de que el único objetivo de estos es que tengáis una vida futura plácida y buena...
Entonces la muchacha se lanzó sobre él. Comenzó a besarlo con furia y pasión. Sus labios humedecieron su mostacho y cargaron su boca de su aliento a vid. Lofto pudo sentir los pequeños pechos presionando contra el suyo. Su erección se hizo mayor.
- Niña, no seré yo quien os desvirgue- dijo entonces, separándola de él con firmeza. Abigail permanecía jadeante.
- Al menos dejadme daros placer con mis labios- dijo metiendo la mano bajo sus calzones, sintiendo su excitado miembro -. Con mi boca... - le susurró al oído -. No tendréis que llevarme con vos ni llevaros mi virtud. Pero os llevaréis un pequeño recuerdo de mí.
Lofto nunca supo cuando dio su consentimiento. Solo sintió los pequeños labios abrirse sobre su sexo y luego se dejó llevar por el placer que le brindaban.
- Señor de los viñedos... - jadeó -. Usa menos los dientes pequeña...
La muchacha se detuvo un instante.
- La tenéis muy grande- dijo antes de continuar.
- Uf, niña, tú te has perdido mis mejores años...
A la mañana siguiente Lofto partió con el alba. Dejó el dinero del posadero con el niño de las caballerizas y salió de allí con celeridad. No pensaba jugarse el cuello por una doncella a los cincuenta y siete años. Estaba demasiado viejo.
Cuando llegó a Cromwall dos días después, decidió tomar un descanso en la posada del Dragón Verde, en las tierras de Lord Feirwood. Según decía la leyenda, el Rey Albrecht dio muerte al terrible dragón Fingohr en el punto donde se alzaba la posada, y de ahí es que recibía su nombre. Era un buen lugar para beberse una cerveza y enterarse de algunas noticias. Noticias relacionadas con el reino de Cromwall y sus vecinos inmediatos, pero otras veces, noticias lejanas que empezaban a esparcirse con el paso de los días. A veces las noticias venían de tan al este como el mismo Muro del Dragón, y otras, como ese día, del extremo de la península nafar, en Ibaizabal. Las noticias de aquél día eran ciertamente sombrías. El príncipe Aitor, único heredero del rey Amurrio, llevaba varias semanas muerto, aparentemente asesinado en medio de una procesión religiosa en las calles de la capital de Ahurti. Un golpe terrible para la casa real de los Lehoi.
- Dicen que lo mató un viejo egurriak con el que solía trabajar- dijo un hombre sentado cerca de la barra -. Va a haber guerra en la península.
- No. Fue un enviado de uno de los primos de su padre, un tipo de sangre Lehoi. Amurrio está viejo y sin los leones algunos de sus primos podrán hacer reclamos al trono. Creo que se apellidan Ibarra.
- Yo escuché que el príncipe había estado enfermo desde hace mucho tiempo. Alguna enfermedad adquirida en sus viajes- dijo otro -. Su corazón estaba débil y durante la procesión simplemente dejó de latir.
Lofto escuchó al posadero, Barrett, mascullar. Como siempre, él era el mejor informado en la casa de chismorreo que era su local.
- El príncipe Aitor era un caballero de la Orden de la Llama Eterna. Estaba bendecido por Freya y era inmune a las enfermedades y a los venenos que aquejan a los mortales. Además, se sabe quién es el asesino y hasta hay una recompensa por su cabeza- dijo -. Se trata de un hombrecillo bastante escurridizo llamado Igarki de los Robles. Un mercenario tan ibaitarrak como los Lehoi, pero un mercenario al fin y al cabo. El tipo escapó durante la conmoción, pero ya había envenenado al príncipe.
- ¿No dices que era inmune a los venenos?- dijo el tipo que estaba cerca de la barra. Lofto escuchaba en silencio.
- Este era un veneno diferente, Pip. Un veneno mágico, tiene que haberlo sido.
- Eso es pura mierda- dijo otro sujeto.
- Digan lo que quieran, pero el príncipe no murió en el acto. Estuvo agonizando el resto del día y ningún clérigo ni curandero pudo hacer nada por él- Barrett posó sus ojos grises sobre Lofto -. Eh, Lofto el arcynthio. Tú debes saber sobre esto.
El viejo bardo dio un trago a su bebida. Solo entonces alzó la mirada desde su mesa. Todos los presentes le miraban.
- Yo acabo de escuchar la noticia, Barrett- dijo tranquilamente.
- No, no me refiero a eso. Me refiero a lo del veneno. Tú debes saber sobre venenos, venenos capaces de matar a un caballero de la Llama Eterna.
Muy a su pesar, Lofto no pudo librarse de las sombras que habían comenzado a cernirse sobre su rostro. Le hubiera gustado poder aparentar mejor cierta despreocupación, pero le fue imposible. Aunque, mirando mejor a la gente que le rodeaba, el bardo pudo comprobar que imposible en él era mucho más convincente que en el promedio de los asiduos a las cantinas. Dadas las circunstancias, esbozó su mejor sonrisa.
- Ah. Veneno de los asesinos de la Cofradía.
Ante la mención de la Cofradía, se hizo silencio absoluto en el lugar. Esta era una organización oscura y muy temida, y se decía que su influencia se extendía a lo largo del continente.
- Se dicen muchas cosas sobre el gremio de asesinos de la Cofradía, pero realmente se saben muy pocas- continuó Lofto -. Solo puedo decir que un veneno de esa naturaleza, capaz de pasar por sobre las bendiciones de Nuestra Señora de la Victoria, es probablemente el producto de las oscuras alquimias de uno de sus miembros.
Rió.
- ¿Pero nos consta?
Se puso de pie y dejó algunas piezas de cobre sobre la barra.
- Gracias Barrett. Tu cerveza es tan buena como siempre.
El bardo cogió sus cosas y se dispuso a salir del lugar. Antes de que pudiera salir, sin embargo, Barrett se dirigió a él.
- Alguna vez tocaste para los Lehoi, ¿verdad Lofto?
El arcynthio se volvió hacia el posadero.
- Sí, alguna vez- contestó -. He tocado para duques y reyes y sus hijos y demás, tantos nobles amigo mío. Y doncellas y algunas no tan doncellas, sí.
- ¿Vas para Ibaizabal? ¿Vas a ver al rey?
- No, dioses. Voy para Egurria. Quizás los Harria quieran mis servicios.
Y tras decir esto, dejó el Dragón Verde atrás.

viernes, 18 de julio de 2008

Carta 3

Yo he estado en el desierto.
En el desierto hay muchos árboles
y carreteras
y bibliotecas a medio construir
y entre puentes, cada uno más alto que el otro, pasan muchos
------/ camiones.
Yo conozco el desierto
y entre sus arbustos he visto parejas dormir y jugar
pateando latas y pelotas
y preguntando por el nombre del desierto
pidiendo a guías turísticos que les muestren sus curiosidades:
las propiedades del desierto
la luz brillante y las rocas del desierto
sus edificios blancos.
Yo conozco el nombre del desierto y he visto su rostro
porque he estado muchas veces dentro de él.

miércoles, 16 de julio de 2008

El viejo

Un día cuando volvía a mi casa de la Católica, había un viejo sentado en el bús que me dejaba en Aviación. Ya no habían más asientos libres, así que tuve que quedarme de pie, agarrado de la barra junto con otras tantas personas. El viejo parecía tranquilo, desatento, como si estuviera ensimismado, o dopado, o como si su mente estuviera en un plano distinto de existencia. Me le quedé mirando. Tenía el pelo muy largo y muy blanco y desordenado, aunque era bastante escaso en la parte superior del cráneo. Su piel era roja y brillante en las mejillas y en la calva, y tenía una barba tan larga, blanca y desordenada como el pelo en su cabeza. Estaba vestido con una chompa de lana negra y un par de jeans algo descuidados. Sobre la gran nariz llevaba un par de anteojos, y cargaba una bolsa plástica cuyo contenido no podía adivinar desde donde yo estaba.
Entre la gente de pie, agarradas a la barra, habían un par de señoras de unos 60 años, de baja estatura y algo gorditas. El chico que estaba sentado junto al viejo se puso de pie y le cedió el asiento a una de ellas. La otra no tardó en encontrar a alguien que hiciera lo mismo por ella.
Por un momento el viejo pareció salir de su ensimismamiento. No dijo nada, pero asintió con aprobación.
El chico que había estado sentado junto al viejo y que ahora estaba de pie, a mi lado, llevaba colgada una mochila negra en el pecho. El viejo volvió la cabeza hacia él y le dijo, con voz muy fuerte y muy clara:
- Déme su mochila. Yo se la cargo.
El chico no respondió. Parecía confundido. El viejo repitió su ofrecimiento.
- Déme su mochila. Yo se la cargo.
El chico de la mochila negra se le quedó mirando y después de un rato solo atinó a negar con la cabeza. No pude entender si no quería molestar al señor o si simplemente no confiaba en él. A mí me daba igual. En mi mente me burlaba de él por no aprovechar la ayuda que le ofrecía aquél hombre. Qué sujeto tan tonto y orgulloso. Yo de buena gana hubiera aceptado el ofrecimiento del viejo, pues mi maletín cargado de papeles y cuadernos empezaba a fastidiarme y además llevaba unos cuantos libros bajo el brazo. Pero a mí el viejo no me había ofrecido su ayuda. Realmente era como si yo formara parte de un plano diferente de la realidad.
La señora al lado del viejo solo conversaba con la otra señora, que estaba unos cuantos asientos más allá. Conversaban mucho y reían. El viejo parecía haber regresado a su estado de meditación, dopamiento o lo que fuera que fuera el estado de relajación (llamémosle relajación) en que se hallaba. Yo una vez más comencé a observarlo.
Algo en ese señor de edad avanzada me era familiar. La barba era muy larga y el pelo también, pero no eran tan voluminosas como las de un hombre especialmente velludo. Esa barba y ese pelo blancos y rizados habían sido cultivados con entusiasmo o con la falta del mismo a lo largo de una cantidad de días, meses o incluso años. La chompa era normal dentro de lo que cabía. Era una chompa barata, que yo mismo habría comprado si me preocupara un poco más de comprarme ropa. Los jeans rotos probablemente desentonaban a los ojos de otras personas, pero al viejo eso no parecía importarle. Y justamente porque no parecía importarle, ya no desentonaban.
Me pregunté cómo sería yo cuando tuviera la edad del viejo, si llegaba a la edad del viejo. Me pregunté si sería como él. Entonces me encontré deseando ser como él algún día, despreocupado, amable y a su modo imponente, como un brujo del bosque o una vieja estrella de rock, a quienes todos miraban con suspicacia y desaprobación, pero que en unos pocos como yo despertaban admiración. En determinado momento, también, me pregunté si aquél viejo no podría ser yo en otro tiempo. En otro tiempo y quizás otro espacio. Quiero decir, el viejo, las señoras bajitas y el tipo de la mochila negra no parecieron verme en ningún momento, no parecieron prestarme atención en absoluto. Quiero decir, no me habían visto. Pensé en alguna clase de accidente espacio temporal, en alguna clase de agujero de gusano, en tantas teorías complicadas que la verdad sea dicha, yo desconocía del todo. Las descarté todas. Seguí mirando al viejo hasta que conseguí un lugar donde sentarme. Entonces empecé a leer unos cuentos de Bukowski y por un rato me olvidé de él.
Al rato, cuando comenzamos a acercarnos a una avenida desconocida, una avenida que ahora, por más que trato realmente no logro reconocer en mi cabeza pero que quizás en el momento no me llamó especialmente la atención, salvo por la pobreza en la zona, el viejo se puso de pie. Se abrió paso con cuidado delante de la señora y se agarró de la barra de metal. Entonces pude ver que lo que llevaba en su bolsa de plástico eran manzanas. Creo que aquello me sorprendió.
- ¿Manzanas?- pregunté más para mí mismo que para otra persona.
Entonces el viejo se volvió hacia mí. Lentamente y sin preocuparse demasiado. Parecía absolutamente relajado. Sonreía.
- Para fermentar- dijo.
- Ah.
El bús se detuvo en la esquina del semáforo y el viejo se abrió paso entre la gente. O más bien, la gente le abrió paso a él. Cuando bajó lo vi por la ventana, caminando solo con su bolsa, despacio, bajo la luz de los faros.

domingo, 13 de julio de 2008

hacer que valga la pena

ella dijo tiras bien
me gusta tu modo de tirar
veo su espalda y su culo moviéndose con ritmo
veo su espalda y su culo y me provoca pintarlos, tocarlos con algo resbaloso
resbalarme sobre ellos
describirlos.
he estado pensando mucho tiempo y he estado mucho tiempo
ensimismado
enciendo un cigarrillo y apoyo mis brazos sobre la pared
tú también lo haces bien, le digo
ella se ríe
se ríe y agita los cabellos
enciende la radio
lía un pequeño cañón
un mínimo cañón y se lo fuma y me mira con sus ojos pequeños y me
----/ dice
lo dices porque te lo estoy diciendo
lo dices porque lo dije primero
no lo sientes
no es verdadero
pero lo es
lo es lo es lo es
la miro y le digo que lo es
le digo que lo dije porque realmente me gusta como tira
me gusta como tira y me gusta como se mueve
me gusta lo que dices, como
te mueves
lo haces bien, lo haces con estilo
te haz estado moviendo como un geiser derramándose en mi taza y
rebalsándola
llenándola de ardor y de dolor y de problemas y aromas de
----/ comercial
de música nueva y de música no tan nueva
me haz estado poniendo a prueba
pero tú haz pasado con honores nena
a veces en el fondo del alma de un hombre hay mucho dolor
a veces hay complicaciones y sufrimientos
y discusiones y problemas
la peste almacenándose en la profundidad de los sobacos
los malentendidos, las confusiones
y a veces las mujeres logran que me rompa la cabeza
y el sexo
tan loado, tan magnífico
deja de valer la pena
un plato fuerte de roast beef con aderezo para una bulimia crónica
pero tú nena
tú le haz dado sentido
tú haz hecho que recostarme y empotrarte lo valga todo
todo todo todo todo todo todo todo
tú nena me dejas con ganas de más
de empotrarte nuevamente
y hacer que valga la pena
porque sabes tirar con estilo.
de veras.
sí.

viernes, 11 de julio de 2008

gemelos

Un día me desperté y decidí ir al baño a orinar. Me estuve rascando los huevos en el camino y me di cuenta de que me había salido un grano bastante abultado en el izquierdo.
- Mierda, qué grande- me dije. Cuando llegué al baño estuve tratando de sacármelo, pero no sirvió de nada. El muy hijo de puta se hinchaba, salía a medias, se hinchaba un poco más y luego volvía a su sitio, algo más blanco y algo más grande, pero sin reventarse jamás del todo. Terminó por importarme un carajo, meé, me la sacudí y enfundé. Me lavé las manos, fui a desayunar y me olvidé de mi grano hasta más tarde ese mismo día, cuando quise hacerme una paja. Era un grano condenadamente grande, no especialmente desagradable pero si grande y podía sentirlo debajo de mis calzoncillos, jodiéndome la pita, balanceándose de un lado para el otro con mi escroto. Era, sin duda, un maldito hijo de puta.
Pasaron los días y las semanas y terminé por acostumbrarme a él. Quiero decir que después de todo, los huevos de uno, o al menos los míos, son bastante rugosos, y un pequeño bultito, por muy sensible que fuera, no significaba para mí el fin del mundo. La vida seguía. Aparecían nuevos modelos de autos, los niños eructaban, a mi mamá le salían nuevas várices, se morían de hambre los niños en el África y yo seguía rascándome los huevos e incluso tirando de tanto en tanto sin tener mayores problemas. Sí, la vida seguía adelante.
En fin, la cosa es que un día estábamos almorzando todos en familia, que de por sí es bastante raro, y nos quedamos después conversando. A la hija de alguna de las señoras con las que mi mamá jugaba a las cartas le habían dicho que iba a tener gemelos y todos parecían tener una opinión al respecto. Mi papá creía que era inconveniente, pero se lo tomaba con humor.
- Mira tú, y a la primera, qué piña, jojojó.
Mi hermano pensaba más o menos igual, pero no perdió oportunidad de vacilar a mi padre.
- Ay enano, claro, es que tú fuiste todo un estratega.
Mi madre se limitó a corregir.
- Bueno, no del todo. Tú sabes como fue con Iñaki.
- Ya me están echando la culpa a mí- dije yo.
Todos se miraron y luego me miraron a mí.
- ¿Qué?- pregunté -. ¿Qué cosa?
Se rieron. Ellos se sabían todos los chistes y la mitad de las veces se los guardaban para ellos. La otra mitad de las veces yo simplemente no los entendía.
- Cuando tú apareciste el médico nos dijo que serían gemelos- dijo mi mamá entonces.
- Ah- dije yo.
- Sí, pero felizmente se equivocó, porque si no la cagada- dijo mi hermano poniendo cara de caballo de mar. Es decir, sonriendo. Todos rieron.
- ¡Eh!
Me reí yo también por inercia.

La primera semana de vacaciones el grano en mi testículo izquierdo se puso realmente grande. Es decir, era grande. Grande, blanco y redondo. Realmente podía sentirlo, con o sin pantalones, estuviera haciendo lo que estuviera haciendo. Había quedado con Maru para ir a verla esa tarde, porque sus padres habían ido de viaje a no se donde y no volvían hasta el día siguiente, pero tuve que llamar a cancelarla. Realmente no me sentía bien dispuesto. Es decir, ¿cómo podría hacerlo con esa cosa ahí? ¿Cómo iba a concentrarme sintiendo sus movimientos acompañando el plaf plaf plaf de las embestidas y el escozor de sus punzadas? No, no iba a ser posible. Mientras ese grano estuviera ahí, yo no podría divertirme. Tenía que hacer algo al respecto.
Entré al baño y cerré la puerta con llave. Desenfundé, levanté la tapa del wáter y eché una meada. Me la sacudí y acto seguido pasé a tocarme los huevos. Estaban secos, grandes y rugosos, como debía ser, excepto por el pequeño Iñaki asomando en el extremo inferior izquierdo como el cuello de un pavo. Comencé a aplastar con mi índice y mi pulgar.
- Go ahead punk, make my day- dije, y seguí aplastando.
- Fuck. Fuck. Dammit. Carajo. Puta madre, sal... Goddamit, sal. Argh.
Seguí apretando. El puto grano de los cojones no salía por mucho que apretara. Se hinchaba, salía a medias, se hinchaba un poco más y luego volvía a su sitio. Y luego otra vez, y así. Era un puto grano del infierno. Me empecé a desesperar.
- CARAJO. AAAH.
Tuve que recurrir a los pulgares. Apreté. Apreté más fuerte. Realmente no quería salir. Realmente no estaba saliendo. Y entonces lo sentí. Fue como si una serpiente se hubiera abierto paso a través de la capucha de mi escroto a toda velocidad, una serpiente blanca y correosa. El dolor fue de lejos mucho menor que la satisfacción. Dejé escapar un suspiro. Me sentí aliviado, calmo, en paz. Era como si hubiera alcanzado el nirvana tras una vida larga de dolor y sufrimiento. Me recosté contra la pared y cerré los ojos, disfrutando del final. Pero aquello resultó no ser el final.
- Eh, marica de mierda, abre los ojos.
Los abrí. Delante de mí estaba lo que parecía un hombre blanco y como de mi tamaño, en pelotas y sin un solo pelo en el cuerpo. Y cuando digo que era blanco y sin un solo pelo, quiero decir que era blanco y sin un solo pelo de verdad, como la cal y los nabos, o Gasparín. Le miré la cara. Tenía mi nariz, inconfundiblemente.
- ¡Cristo!- exclamé. Traté de sacar el cuchillo de mis pantalones, pero el hombre blanco fue más rápido que yo y me lo quitó-. ¿Quién carajo eres?
- Tu gemelo, sorrosquete.
- Mierda. ¿De donde saliste?
- He estado viviendo en tu huevo izquierdo todo este tiempo. ¿Y sabes qué? Realmente eres un grandísimo hijo de puta.
Yo no lo podía creer. Estaba realmente sorprendido. Traté de decir algo, pero solo me atoré con mi propio aliento y empecé a toser incontrolablemente. Mi gemelo me dio una patada en los huevos.
- AAAH. MIERDA, HIJO DE PUTA.
Él pareció ignorarme.
- No sabes lo que he sufrido, grandísimo cabrón. ¡ME ABSORBISTE CON TUS COCHINOS HUEVOS, MALNACIDO, ME ABSORBISTE CON TUS COCHINOS HUEVOS EN EL VIENTRE DE MI MADRE! ¡FUI UN FETO DENTRO DE UN FETO!
Siguió pateándome, en los huevos, en la cara y en el culo.
- Mierda, aleja tus patas de mí- dije esquivando las últimas -. Jesús, hueles a queso.
Gateé rápidamente y me encerré en la ducha.
- ¿Qué es lo que quieres de mí Aurelio?
Mi gemelo estuvo a punto de contestar, pero guardó silencio.
- ¿Aurelio?- preguntó entonces.
- Sí, mierda, así me quería poner mi papá. Deduzco que lo tenían guardado para ti.
- Cristo, es un mal nombre.
- Bueno, puedes llamarte como quieras.
- Claro que me llamaré como quiera, rosquete de mierda.
- Eh, deja de cuestionar mi sexualidad...
Aurelio comenzó a hacer gárgaras y escupió lo que pareció una gran bola de semen contra la ducha.
- Aj, asqueroso.
- Asqueroso tú. ¿Crees que no he visto lo que haces? Sé todo sobre ti, malnacido. TODO. He visto lo que haces en las mañanas. Y debo decir que eres un cochino.
- Mierda, lo siento, pero si has estado viviendo estos veinte años en mis testículos, definitivamente puedes entenderlo.
- Cállate. Debería matarte- dijo alzando mi cuchillo y acercándose a la ducha. La aferré con fuerza. Mi gemelo se me quedó mirando con sus ojillos de conjuntivitis -. Pero no lo haré. Eres mi hermano.
- Oh. Mierda, gracias Aure.
- ¡No me digas Aure! Me llamarás Jim Morrison.
- Oh. Mierda, ¿Jim Morrison? ¿Qué pasa contigo? Cristo.
- Calla. Y más te vale que no salgas de ahí, hijo de puta. Llevo toda una vida viviendo en tu sombra y no estoy dispuesto a tolerarlo más. Jajajá.
Se reía con malicia, como todo archienemigo que se respetara.
- Qué, entonces, ¿si salgo me matarás?
- No. Eso sería demasiado amable- Jim Morrison dejó caer mi cuchilla en el wáter.
- ¡Eh, hijo de puta!
Abrí la puerta de la ducha y me lancé sobre él. Jim Morrison se hizo a un lado y caí al suelo, golpeándome la cabeza con el lavatorio.
- Mierda.
- Verás Iñaki, todo este tiempo, cualquier vestigio de actividad sexual que pudieras tener, cualquier buen desempeño que alguna vez hayas tenido, aunque sea mínimamente, no eras tú. Era yo quien estaba tirando por ti, un pequeño grano dándole vigor a un pene que de por sí no vale más que unas petunias. Me he llevado tu mojo. Eres, en buena cuenta, un eunuco. Jajajá. Jajajá. Jajajajá. Ahora, si me disculpas, tengo una cita con tu mujer. Vamos a echarle carbón a este tren.
- Eres muy malo para los chistes. Y te pareces al tipo de la película de The Wall.
- A Maru le gusta Pink Floyd, gay. Probablemente le ponga más que tus lanas.
- Touché.
No supe qué más decir. Entonces Jim Morrison salió del baño y me dejó ahí, tirado en el piso, solo. Solo con mi mente. Solo con un pene fláccido y un escroto herido. Estaba condenado. Había perdido mi mojo. Había perdido todo.

Lo siguiente que supe fue que Jim Morrison se presentó ante mi familia como el hijo que había estado todo este tiempo viviendo en mi huevo izquierdo. No les costó mucho creerle. Mi hermano (el que no era mi gemelo diabólico) nos explicó que era más que probablemente un caso de fetus in fetus, un caso clínico que solo se daba en uno de cada cincuenta mil nacimientos o alguna cifra así. Uno de los hermanos era absorbido por el sistema del otro, y mientras uno crecía para convertirse en una persona normal (normal dentro de lo que cabía en un tipo como yo), el otro se desarrollaba como una especie de tumor intrusivo. El que Jim Morrison hubiera desarrollado una conciencia propia y que la hubiera mantenido durante todos estos años era un caso único en la historia de la ciencia humana.
- Es un milagro- dijo mi hermano.
Para mí, sin embargo, milagro era no haberme animado a cortarme las venas. En las dos semanas que llevaba Jim Morrison viviendo con nosotros me había robado a mi novia, a mi familia y hasta mi perra le zarandeaba el culo mientras a mí me mostraba los dientes. Mis tíos se reían de sus chistes en las reuniones familiares y mis primos bebían con él. Incluso me había robado el cuarto. Mi mamá me había mandado a dormir al sofá, supuestamente para reparar el daño que le había hecho al pobre de Jim Morrison al absorberle con mi testículo.
- No tienes idea del daño que le has hecho a tu hermano. Ha debido vivir un verdadero infierno- me dijo.
El asunto era terrible, pero no llegó a un nivel realmente desagradable hasta que le dejaron a Jim Morrison encerrarse con Maru en el cuarto. No le había bastado convertirlo en un chalet de Malibú, sino que ahora se tiraba a MI novia en MI cuarto. Solo que ahora eran su novia y su cuarto. Le hablaba a Tito del asunto mientras caminábamos por la Encalada.
- Es que tu hermano es un dandy- me dijo moviendo la cabeza de un lado al otro.
- Ya. Es un hijo de puta. Es decir, carajo, hasta le dejan tirar en el cuarto. Y mi papá dijo algo el otro día de comprarle un carro. ¡Se están volviendo locos! Empiezo a pensar que uno de estos días llegaré a casa y me habrán desalojado. Jesús, yo me estoy volviendo loco.
Nos tomamos lo que quedaba del ron y tiramos la botella en un basurero en un parque. Luego seguimos caminando un poco más.
Esa noche llegué a casa cansado y lo único que quería era dormir. Habíamos seguido bebiendo y la verdad estaba algo resacoso. Además, desde que excreté a Jim Morrison de mis huevos tenía menos cabeza que nunca. Un par de tragos de ron me mandaban a San Judas. Una lata de cerveza me podía dejar en un coma etílico. De verdad ese monstruo se había llevado mi mojo, y con él todo rastro de mi virilidad. Me dejé caer en mi sofá, agotado, y había empezado a cerrar los ojos cuando escuché los gemidos. Primero eran casi inaudibles, tímidos, gentiles, incluso relajantes, pero poco a poco fueron subiendo de tono. Mi papá trabajaba en la computadora y mi mamá veía televisión, pero ninguno de los dos decía nada. Llegó un punto en que esos gemidos se volvieron realmente escandalosos, y los resortes de mi vieja cama se oían del otro lado de las paredes. No podía soportarlo, no podía tolerarlo. Aquél rosquete estaba cruzando el límite.
- ¡No van a decirle nada!- exclamé. Mi papá seguía trabajando en la computadora y mi mamá seguía viendo televisión -. ¡NO VAN A DECIRLE NADA!- repetí. No me hacían caso. No me escuchaban. Yo no existía, había desaparecido del todo. Me había convertido en una minúscula mancha blanca en las sábanas.
- Cristo, esto se acabó.
Me puse de pie y eché abajo mi puerta de una patada. Jim Morrison se estaba follando a Maru sobre mi cama, bombeando como un campeón y cogiendo por los tobillos sus piernas totalmente abiertas.
- ¡OH MIERDA, OH MIERDA, QUÉ RICO, JIM, JIM MORRISON, DIOS MÍO, DÁMELO, DÁMELO, ASÍ, ASÍ, OH JESÚS, ERES UN CAMPEÓN, DÁMELO, DÁMELO, ASÍ, NO PUEDO, NO PUEDO MÁS, JIM MORRISON, OH, JIM MORRISON, OH, JIM, JIM, JIM JIM JIM JIM MORRISON, SÍ SÍ SÍ SÍSÍSÍSÍIIIIIIII!
Entonces me bajé los pantalones. Me bajé los pantalones y miré mi adefesio de pito. Era una vergüenza para mis ancestros vascuences. Pero no podía rendirme, así que apreté los dientes y haciendo de tripas corazón azoté con él a Jim Morrison, directamente en la espalda. Su piel era blanca, suave y correosa, como si estuviera lubricada con algo.
- ¡Mierda!- exclamó, y el movimiento se detuvo.
- ¡Iñaki! ¿Qué haces aquí?- preguntó Maru -. ¿Qué es lo que te pasa?
- Lo que pasa es que es un cochino envidioso, pero le voy a partir la crisma ahora mismo nena, ya verás- dijo Jim Morrison. Se separó de Maru y se irguió. En ese tiempo había estado haciendo bastante ejercicio, yo mismo le había visto, y de la noche a la mañana se había vuelto más musculoso de lo que yo jamás hubiera sido. Era evidente que con un movimiento de caderas ese feto sobredesarrollado me podía mandar a Timbuctú.
- Escúchame bien Aurelio, esto se acabó. ¡A la que te estas tirando es MI novia! ¡Y en MI cama! ¡Y ya no estoy dispuesto a tolerarlo!
Maru frunció el ceño.
- ¿Aurelio?
Mi gemelo no le hizo caso.
- Ah, ¿sí? ¿Y qué vas a hacer al respecto, marica?
- Te saqué de mis huevos, y te puedo meter de vuelta. Todo este tiempo el secreto estuvo ahí. Quizás tu tengas el mojo, pero yo tengo un escroto como un puto saco de papas. ¡Ven pa'cá!
Y entonces se hizo. Como si fuera un viento huracanado, una corriente gélida salió de mis bolas y empezó a chupar a Jim Morrison.
- ¡NO!- comenzó a gritar este -. ¡NO, NO PIENSO VOLVER, NO! ¡NO PUEDO VOLVER! ¡MIERDA! ¡MIERDA! ¡SATANÁS, AAAAAAAAAAAAAAAAAAH! ¡EL HORROR! ¡EL HORROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOoooooooooooooooooooooooooorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr... !
Era un espectáculo asombroso. Rayos y truenos y fuegos artificiales y plumas y confetti de todos los colores giraban en torno al vendabal que salía de mi huevo izquierdo, jalando a mi hermano como si se tratara de un hoyo negro. Y finalmente, la cosa se acabó. Donde había estado mi hermano gemelo, no quedaba más que aire. Maru y yo nos quedamos boquiabiertos. Me atoré con mi propio aliento y empecé a toser.
- Iñaki, rulos, ¿estás bien?- me preguntó Maru, saltando de la cama y yendo hacia mí. Apoyó esas tetas como cocos contra mi pecho y pude sentir el perfume de su pelo llenando mi aire. El mundo era bueno de nuevo, el mundo era feliz.
- Sí- dije. Miré la pequeña costra en mi huevo izquierdo -. Todo donde debería estar.
Maru captó mi mirada y comenzó a palpar el saco de mis huevos. Sin advertirlo, despertó al relámpago, y pudo sentirlo erguido como un mástil apretando contra su vientre. Yo estaba de vuelta.
- Jesús, sí, todo esta como debería estar- dijo Maru.
Ambos nos reímos. Entonces mis padres entraron a la habitación.
- ¡Dios mío! ¡QUÉ ES ESTO!- los ojos de mi madre estaban tan abiertos que parecía que albergaba en ellos un par de hermanas de las que yo no tenía noticia -. ¡QUÉ TE PASA, MALDITO INDECENTE! JESÚS, ¿DONDE ESTÁ TU HERMANO? ¿¿¿DONDE ESTÁ???
- Pero...
- ¿¿¿DONDE??? MALNACIDO, MAL HIJO, ACCIDENTE. ¡¡¡AAAAAAAAAH!!! ¡¡¡ERES UN ASESINO!!!
Mi madre se lanzó sobre mí. Maru solo atinó a coger su ropa y escapar. No sentí resentimiento. Yo es que hubiera hecho lo mismo. Mientras mi madre me golpeaba, mi padre llamaba a la policía, que por una vez no tardó demasiado en llegar. Entraron a la casa, pasaron a mi cuarto y terminaron el trabajo de mi madre con sus garrotes. Cuando me hubieron inmovilizado, me tomaron las huellas, me esposaron y me llevaron a la comisaría. Me sacaron la confesión a golpes. Un par de horas después hablé con un abogado del estado.
- Señor Leoiechea, usted estaba en su derecho constitucional a guardar silencio. No tenía por qué dar esa confesión.
- No me diga.
- En serio.
- Ya...
Cumpliría condena por el homicidio premeditado de mi hermano gemelo en el penal de Lurigancho. Iba a tener mucho tiempo para disfrutar de mi mojo entre los hermanos Korioto y la banda de la Perricholi. Había confesado, así que no habría juicio. En la cárcel, los fraticidas estaban en el último peldaño de la escala social junto con los pederastas y los exhibicionistas. Yo estaba en el último peldaño de la escala social. Estaba cagado.
Caso cerrado.

jueves, 10 de julio de 2008

el ritual

Bailábamos al ritmo del baile de St. Vitus en un rincón de la casona. Ella tenía un buen culo, buenas piernas, buen rostro y buena ropa, negra y ajustada, y sabía como moverlo todo sin despeinarse. Me dejé caer junto al tocadiscos y le di un trago a la botella de whiskey. Ella se recostó sobre mi cuerpo y me besó despacio.
- ¿Te has enamorado?- preguntó.
- Tres veces- respondí pasándole la botella.
- Ah- murmuró sonriendo, dándole bien al whiskey.
- Nena, estoy borracho, esto no va a funcionar.
Se echó a reír.
- Funcionará. Vas a ver que sí. Tú relájate.
Así que me relajé. Nos seguimos besando y seguimos dándole al whiskey y eventualmente se me levantó el monigote a base de alcohol. O eso o es que ese culo potenciaba mi sangre.
Ella me ayudó a bajarle los pantalones y luego me ayudó a bajarme los míos. Entonces se sentó sobre mí y ambos suspiramos. Ella dijo "Oh" y yo dije "Por Thor" y comenzamos a movernos. Realmente nos movíamos.
- Jesús- dije, pero ella no se detuvo un momento y yo seguía cañón. En algún momento traté de recordar de donde la habría sacado pero la verdad era que no me importaba del todo. Se movía realmente bien y yo estaba pasado de alcohol, pasado de drogas, pasado de vueltas, pasado con el alquiler y pasado con unas cuantas cosas más, así que decidí olvidarme de todo y concentrarme en lo que tenía al frente. Le abrí la chaqueta luego de un par de intentos y me sumergí sobre esas tetas sin sostén, lamiendo, besando, mordisqueando y chupeteando, mientras ella se movía sobre mí como si yo fuera un dildo con patín.
- Ah, carajo, nena- gemí y creo que ahí fue cuando me vine. Cuando todo hubo terminado, ya no había más música. Ella se dejó caer a mi lado y le dimos un poco más al whiskey y al hachís.
- Nena, eres increíble- le dije -. Tienes que decirme cómo te llamas.
- Ruth- dijo, y luego de eso ya no me acuerdo más.
La cosa es que seguí viéndome con Ruth en las demás reuniones del viejo Viny, que seguía teniendo esa casona vieja y grande que había heredado de su abuelo, y cada vez que la veía ella estaba más buena. Quiero decir, estaba radiante, hacía que los hombres se voltearan, y no estoy hablando de obreros y cobradores, oh no, quiero decir que si hubiera pasado junto al cardenal el maldito marica también se hubiera volteado. Así que en la situación en la que estaba, yo, que parezco un miembro de la familia Manson, podía decir que tenía mucha suerte.
Un día estaba tirado en el suelo de mi departamento cuando de repente sonó mi teléfono. Por aquél entonces yo no tenía celular y a muy poca gente le daba el número de mi departamento. Me gustaba ser inubicable, estar tranquilo, tener tiempo para mis cosas, que en realidad, la mayor parte del tiempo se limitaban a jugar al mús y fumar hachís.
- ¿Aló?
- Hey, Iñaki.
Era Ruth.
- ¿Ruth? Hola, ¿cómo conseguiste este número?
- Me lo dio Viny- dijo.
- Ah mierda.
- ¿Te molesta que te llame?- preguntó.
- Ah, pues no, no, la verdad es que no. ¿Cómo estás?
- Bien, estoy bien. Iñaki, necesito verte.
- Oh. ¿Ahora?
- Sí, ahora, es urgente.
- Oh. Bueno, ¿donde?
- En la casa del abuelo de Viny.
- Ah. Ok.
- Genial, te veo ahí en una hora. Un beso.
Y me colgó. Iba a decir algo bonito o así pero me colgó muy rápido. Para cuando me puse de pie me di cuenta que tenía una erección de platino. Así que fui al baño y me lavé los dientes, me puse un par de zapatillas y cogí una casaca que tenía a la mano. Salí de ahí y caminé unas cuantas calles hasta llegar a la casona. Me encendí un cigarrillo y lo estuve fumando antes de llamar a la puerta, y para mi sorpresa me abrió Ruth.
- Ruth, dios mío. ¿Vives aquí?
Se echó a reír.
- No, vamos, no seas tonto. Le pedí a Viny la llave.
- Ah, carajo.
Me besó y cruzamos juntos el jardín hasta llegar al salón. Como siempre, no habían muebles, solo un tocadiscos en el que sonaba algo de Witchfinder General y una botella de whiskey gringo. Entonces ella me tiró al suelo y se puso sobre mí, besándome con pasión. Al rato me animé a hablar, solo cuando me sentí algo insensible.
- Nena, dijiste que pasaba algo.
Ruth puso cara de pucherito. La pinga pasó del platino al estaño.
- Solo dije que necesitaba verte. ¿Tenía que ser algo malo?
- No nena, tú sabes que no. No es lo que quise decir- contesté. La vi sonreír con satisfacción, y empezó a besarme de nuevo.
- Oye nena, por cierto, ¿tú hiciste este pentagrama sobre... sobre el que estamos, tú sabes, echados?
Ruth siguió riendo y besándome, asintiendo muy lentamente.
- Ah bueno- dije -. Entonces supongo que está muy bien. Tienes buen pulso.
- Tonto- dijo -. ¿Por qué no bebes un poco? Solo déjame trabajar un poco, tú relájate.
Comenzó a besarme el cuello y luego a subirme la camiseta. Sonreí, embobado, sintiendo sus manos desabrocharme la correa y luego los pantalones. Siguió besándome, el pecho, las tetillas, antes de pasar a mi estómago mientras me bajaba los pantalones.
- Cristo- murmuré cuando sentí sus manos en mis testículos. Me mordí el labio y me puse a contar, impaciente. 5... 4...
3... 2...
1...
- MAMÁ. MAMÁ. ¡JESÚS, MADRE DEL AMOR HERMOSO, ESTÁS DEMENTE! ¡MIERDA, JESÚS!
Sentí la sangre correr sobre mi estómago, mis piernas, incluso tenía el culo manchado de sangre. Traté de ponerme de pie pero mis piernas no respondían. Estaba sudando, mi mente aún no dejaba ir la sensación del metal helado y todos esos pequeños dientes sobre mi miembro, de los chorros de líquido rojo que empezaban a cubrir todo a mi alrededor.
- ¡CRISTO, ZORRA, DIOS MÍO, DIOS MÍO!
Ella se reía, se reía a carcajadas con esa boca toda roja, roja de por sí y roja de sangre. Se puso de pie con un cuchillo en una mano y mi pene en la otra.
- ¡ESO ES MÍO, MIERDA, ESO ES MÍO, CABRONA, DIOS!
La verdad es que no supe en qué momento me puse a llorar. Pero la cosa es que me puse a sudar y a llorar y en un momento determinado sentí que quería mear y el dolor se hizo realmente insoportable y lloré y grité con más fuerza.
- ¡POR QUÉ, MIERDA, POR QUÉ, POR QUÉ LA PINGA DE TODAS LAS COSAS, MADRE DEL AMOR HERMOSO! ¡THOR, FREYA, ODÍN, QUÉ TE PASA, DIOS MÍO!
- Vamos, tú sabes que no era nada personal nene- dijo Ruth sacudiendo esa melena y ese culo suyos que estaban tan bien -. Es solo que me lo pusiste fácil. Y ya. Si te hace sentir mejor, no fue del todo tedioso.
- ¡POR QUÉ!- repetí -. ¡POR QUÉ POR QUÉ POR QUÉ POR QUÉ POR QUÉ MIERDA POR QUÉ!
- ¡Ah, carajo, porque lo necesitaba! ¡Me han estado decepcionando desde que tengo trece años, la puta madre! No se puede contar con los hombres, ni siquiera puedo contar con sus penes. ¿Has tratado de usar un consolador? ¿No, no? Pues te voy a decir que me jode tener que estar metiéndome un plástico para no tener que soportar su cháchara. Ah no, así que decidí recurrir a lo sobrenatural. No he estado tirando contigo por gusto, Iñaki, todo era parte de un plan. He estado investigando durante mucho tiempo, revisando libros de demonología y estudiando rituales más viejos que el bop jazz, siempre buscando la respuesta a mis plegarias, ¿y sabes qué? La encontré. Tú solo fuiste un catalizador de energía sexual. ¡Ahora mira a mi bebé, Iñaki, míralo, está vivo! JAJAJAJA.
Las lágrimas a penas me permitieron ver, estaba en shock, pero aún así, lo que tenía Ruth entre las manos era tan sorprendente que pude retenerlo en la memoria. Realmente, mi pinga estaba viva. Se estaba moviendo en las manos de aquella zorra y estaba más grande de lo que jamás estuvo mientras tuvo piernas. Era un consolador de carne humana, y temblaba y se agitaba y se debatía como si tuviera vida propia.
- Jesús... - murmuré antes de perder el conocimiento.
Cuando desperté estaba en el hospital. Vino la policía a interrogarme y les di la descripción de Ruth, pero no pudieron decirme nada de ella y nunca la encontraron. Viny estaba muerto, la muy puta le había sacado las pelotas y al parecer había usado su sangre para hacer el pentagrama para el ritual y todas esas cosas. Después de todo esto estuve en rehabilitación, traté de suicidarme un par de veces, luego intenté unirme al coro de la clínica, pero como a mí si me había dejado los huevos, seguía teniendo voz de barítono que no estaba especialmente afinado, así que me dijeron que lo mío era el origami. También hice algo de investigación, leyendo libros de lo oculto y así, y descubrí que podía hacerme un pene nuevo cortando las narices de cuatro rabinos. Pero decidí que finalmente, no lo haría. Me daba demasiada flojera. Lo mío era jugar al mús después de todo, y me gustaba pensar que allí donde estuviera, el pequeño Iñaki no lo estaba pasando tan mal.

miedo

la vida para mí no será larga
lo cuál tiene gracia porque amo vivir
amo ir al baño
amo leer
amo comer
amo afeitarme, rascarme las axilas
escuchar música, beber, hacer el amor
o solo meneármela un rato
ducharme, pasear al perro
ir al cine, dormir
amo despertar y lavarme la cara
sacarme comida de entre los dientes
limpiarme las orejas
amo estornudar.
pienso en el futuro que tengo por delante
es todo un asunto abrumador
me da pereza pensar en el futuro
el presente es tan cómodo, estrecho y calentito
es como un coño
me da satisfacción, seguridad
confianza
¿qué necesito para mantenerlo así?
debo dejar de hacer lo que me gusta, trabajar
afeitarme
levantarme temprano
aprender a conducir
debo estudiar, romperme la espalda estudiando
pero yo solo quiero comer, tirar y dormir
a veces creo que tengo certeza de ciertas cosas
pero habría que saber qué es la certeza
si certeza es saber que te vas a morir un día
sin conocer el día
o si es realmente saber qué día
o si certeza es saber que mientras más creas en algo
más probabilidades tiene de no darse y viceversa
y quizás así después de todo tenías la certeza de
como funcionaba la realidad.
entonces
mientras espero
sabiendo que me muero pronto
trato de enumerar qué cosas valen la pena
¿vale la pena sufrir?
me pregunto
sufriría si llegara a perderlo todo
todo respeto por la sociedad en que vivimos
si llegara a despreciar el trabajo y las cuentas
y a las esposas y a los compañeros de trabajo y a los empleados
y a los abogados y a los médicos y a los dentistas y a los bomberos
y las discusiones y lo sobrevalorado que está todo y lo poco
que sabemos de nada
y es que vemos solo una parte del durazno
pero yo sufriría igual entregándome de lleno
y qué tanto sufriría
encerrado solo en un cuarto comiendo queso por el resto de mi vida
solo leyendo
y bebiendo
o solo meneándomela un rato.

miércoles, 9 de julio de 2008

Osos Polares en Islandia

Me llamaron una mañana para investigar sobre las apariciones de osos polares en Islandia. Normalmente los osos estos viven en Groenlandia, pero en el último año habían estado apareciendo uno y otro en las costas de Islandia y la gente había empezado a ponerse realmente paranoica. Así que un día me llamaron al teléfono y me propusieron ir a investigar el asunto.
- ¿Grandbois?
- ¿Sí?
- Soy Hans Ibsen. ¿Ha escuchado algo sobre las apariciones de osos polares en Islandia?
- No.
- Pues lea el periódico de esta mañana. Haga unos cuantos recortes.
- ¿Me pagará?
- Le pagaré. Usted hágalos que yo voy para allá.
Así que hice unas cuantas gárgaras, me limpié las orejas y tomé una cerveza de mi refrigerador. Luego salí a comprar un periódico y estuve leyendo un poco sobre los osos y el calentamiento global. La verdad era que yo no creía y aún no creo en eso del calentamiento. Quiero decir, cualquier persona con dos dedos de frente habría notado hace tiempo que hemos llegado un punto en que el jodido hielo no tendría por qué derretirse. Acabo de decir que saqué una cerveza de mi refrigerador esa misma mañana, ¡Jesús! Cierren las malditas fábricas, despidan a unos cuantos negros, qué coño. Algo saldrá, nada tienen que ver los putos glaciares.
En fin, Ibsen se apareció esa tarde en mi oficina y me dio unos cuantos papeles y notas y fotografías. El bueno de Hans había heredado la fortuna de su abuelo muy pronto y se había pasado los siguientes veinte años haciendo el vago y tomando fotografías para algunos periódicos y para él.
- ¿Qué es lo que opina?- me preguntó.
- Bueno, yo qué sé. Algo podría estar comiéndose a esos osos en Groenlandia. Algo grande.
- ¿Y cómo llegan a Islandia?
- Bueno, la gente podría haber estado subestimando la inteligencia de los osos todo este tiempo. Digo yo, esos osos inventaron el camuflaje. Darwin me puede chupar el mastil.
Ibsen parecía pensativo.
- Tiene que ser bastante grande si realmente se está comiendo a todos esos osos- dijo.
- Mierda, ya lo creo que sí. ¿Una cerveza?
- Dale.
Dos días después, el islandés me estaba pagando el pasaje a su isla. También me dio algo de efectivo que me gasté en el casino y en estar con las vikingas. Digo yo, las putas escandinavas están muy bien. A ver donde te consigues unas así en Sudamérica por tan poco.
Esa mañana, Ibsen y yo paseamos por la costa acompañados de uno de los que había visto llegar al último oso en su plataforma de hielo.
- Llegó como un narco colombiano que llega en un yate- dijo el tipo en perfecto inglés.
- Vaya cosa- dije yo.
- Ya- dijo Ibsen.
Me agaché sobre la hierba y toqué lo que parecían las huellas aún visibles del animal.
- Carajo, este era uno grande- dije.
- Sí, el puto rey de los osos- dijo el hombre.
- ¿Donde lo tienen?
- Se lo ha llevado la sociedad protectora. Dicen que lo van a mandar a Groenlandia la próxima semana.
Ibsen se me quedó mirando. Yo trataba de pensar e ignorar su cara de mamón.
- Tenemos que detenerlos.
- Mierda- dijo Ibsen.
- Para ti que está fresca- dije yo -. Esos putos hippies no saben lo que están haciendo. Alguien se va a comer al rey de los osos y no va a ser la reina precisamente.
- Bueno, olvídalo Grandbois, esto está cerrado. No podemos hacer nada con el oso. Te quedas con tu dinero, pasa bien los días que quedan, pero a mí no me verás meterme ni con la sociedad protectora ni con el bicho este que se los está comiendo. No señor, yo estoy bien como estoy.
- ¿No te da curiosidad?- pregunté yo. El guía nos miraba raro.
- No- dijo Ibsen.
- Oh. Bueno, ¿y me seguirás dando para las putas?
- Sí, bueno, hombre, ¿por qué no?
Fruncí el ceño. Prendí un cigarrillo.
-Vale- dije, y me cagué en los osos polares.

domingo, 6 de julio de 2008

Buko y Hem

- Déjame decirte un par de cosas sobre la vida. La vida es una puta cruel que hace muy bien su trabajo- me dijo el viejo a mi lado.
- Vaya cosa- dije yo.
- Ya. Cuando bebes, la cosa baja un poco, no la extrañas tanto. Cuando bebes no se te empina la huasamandrapa y no sientes la necesidad de que esa buena muchacha te la toque con sus labios de satén.
- Uy no.
- Sí, uy no, pero es así. La vida te deja deseando más, pero no te ama, amigo. Solo está haciendo su trabajo. Y si no le puedes pagar, te jodes. Tendrás que irte donde una barata o quedarte sin conejito.
- A mí me gustan los conejitos- dije.
- Cállate- dijo el viejo, y me espabiló de un golpe.
- Mierda- dije, sobándome la cara.
- Para ti que está fresca. Ahora bebe, cabrón.
- Vale, está bien.
Bebimos una vez más.
- Es todo como una gran sala de espera, ¿verdad?
- Sí- dijo el viejo -. Todos, al final, estamos esperando de una u otra manera. Eventualmente, todos cogemos ladillas. La muerte llega y todo se acaba.
- Wow.
- Sí. Vivimos en un gran wáter lleno de mierda. Y en algún momento alguien va a tener que jalar la palanca.