viernes, 31 de octubre de 2008

Carta 4

Si necesitas ayuda profesional
búscala.

gesto espontáneo de bondad

un mesero se equivoca
y lleva a una mesa humilde un costoso croissant
el cliente duda y pregunta
por el precio
reiteradas veces
el mesero insiste en que ese es el croissant que le han pedido.
charla, café,
croissant.
el cliente pide la cuenta
la recibe
mira la boleta
exaltado
el croissant costaba más de lo que puede pagar
entonces la acompañante del cliente humilde trata de calmarlo
se levanta
se dirige a la caja y reclama
nosotros hemos preguntado
por el precio
reiteradas veces
no vamos a pagar tanto por ese croissant.
los meseros y el cajero deliberan
se reúnen en pálido aquelarre
y tras unos instantes
toman una decisión
entonces un segundo mesero se acerca a la mesa amablemente
bromea
trae el cambio de un dinero que el cliente humilde no ha
---------/ entregado todavía
aquí está su cambio señor, dice
disculpe las molestias
cuando vea a mi compañero le haré una llave
suplex.
el cliente humilde realmente
no ha pagado
pero le han traído dinero
mira entonces al mesero
mira el dinero
no lo entiende. alguien a su lado le apresura a marcharse
no lo entiende.
mira al mesero
mira el dinero
no lo entiende.
todo está muy bien señor, gracias, dice al segundo mesero tras
---------/ meditar por un instante
pero yo aún no le he pagado. verá, este cambio no es mío.
coje entonces sus billetes humildes
se acerca a la caja y paga lo que él considera que debe
(es decir, no paga el precio del costoso croissant)
da una palmada humilde en el hombro al segundo mesero
coge sus cosas
deja propina humilde
toma a su humilde acompañante por la cintura
y se va del café-restaurant.
en ese momento nadie nota (ni siquiera él) que en el bolsillo
aún lleva
ese cambio que no le corresponde.

martes, 28 de octubre de 2008

más poemas de amor

yo no tengo mente
tengo emociones
en páginas de páginas de páginas de páginas
de páginas de páginas de páginas de páginas
y la profesora te decía que eras buena en los orales
(la profesora sudaba como un cochino.)
yo tengo espíritu de entrega
pero aquí no hay
nadie.

sábado, 25 de octubre de 2008

vicisitud

1. Salí de la casa de Mili con el ron bajo el brazo.
- Hoy no estoy de humor para la compañía humana- le dije a Juanjo. Luego detuve un taxi, subí en él y me largué de allí.

2. La culpa de todo la tenía Depeche Mode. ¿Para qué quieres cuatro versiones diferentes de Personal Jesus? Es simplemente descortés.

3. La culpa de todo era de mi abuelo. Yo siempre fui muy unido a él, nos llevábamos muy bien, me regalaba muchos libros y no podía entender por qué mis hermanos no iban a verlo nunca. No lo comprendía y me enfurecía. Hasta que me enteré de que mi abuelo le había puesto las manos encima a mi hermana antes de que yo naciera. Luego de eso, ya nada fue lo mismo. El día del entierro, no me hubiera importado profanar la tumba del hijo de puta allí mismo.

4. En lugar de eso, salí del cementerio, detuve un taxi, subí en él y me largué de allí.

5. Cuando me pregunta alguien qué superpoder me gustaría tener si pudiera escoger cualquiera, yo respondo que me gustaría poder manipular los cuerpos ajenos. Me gustaría poder moldear la piel, los músculos y los huesos de los cuerpos ajenos, como si fueran arcilla. Nada de invisibilidad, volar o cosas por el estilo. Me complacería dando formas nuevas y delirantes a las personas a mi alrededor y me entretendría masificándolas y uniéndolas y separándolas y embelleciéndolas de forma aterradora o cuasicelestial. Para mí, ese es el único y gran superpoder. Todo lo demás es una pérdida de tiempo. Todo lo demás está condenado al vacío.

6. Como yo lo veía, todo se concentraba en la masa.

7. No regateé con el taxista. Le puse la plata sobre la mano y le di una palmadita en la mejilla. Me despedí, pero él no dijo nada. Caminé hasta mi casa agitando la botella de ron. La destapé y le di unos tragos. Luego entré a mi casa y subí las escaleras procurando no hacer ruido. Cuando estuve en mi cuarto, encendí la computadora y me dediqué a escribir poesías hasta las cinco de la mañana.

8. Era el momento de la comunión en la misa de difuntos de mi abuelo y mi mamá me tocó el hombro.
- Hijito, ¿por qué no comulgas?
- Carajo, mamá, tú sabes que yo no creo en Dios.

9. Solía preguntarme qué hacer. En mi soledad, en compañía, me preguntaba a mí mismo siempre, y ahora, ¿qué hacer? El momento era siempre un dilema, una molesta necesidad. A mí me hubiera gustado no tener que hacer nada nunca más. No tener que ver a nadie, hablar con nadie, escuchar a nadie, no tener que tirar con nadie ni tener que ir al baño después de comer. En realidad, me hubiera gustado no tener que comer. Estaba demasiado distraído mirándome los brazos y las uñas y los dedos y los labios y los pelos de mis cejas. Mi cara no tenía mayor sentido. Parecía un plato de sopa.

10. De pie frente al espejo, comencé a masajear la carne de mis pómulos.

11. Una figura de interés en la mitología persa: Aži Dahāka, el dragón de fuego, estandarte de guerra de la cultura iraní. Se le representa como un monstruo de tres bocas, seis ojos y tres cabezas (haber dicho esto a mi juicio resulta redundante, pero no viene al caso), fuerte, astuto y absolutamente maligno, con inteligencia humana, nunca meramente animal, habitante de la fortaleza inexpugnable de Kuuirinta. Según el mito, después de mil años de reinado de terror, el guerrero persa Frēdōn libró al mundo de Aži Dahāka. El héroe aplastó la cabeza del monstruo con un mazo y abrió tres heridas en su cuerpo con su espada, de las cuales emergieron insectos y reptiles demoníacos. Advertido por los dioses que la muerte del dragón llenaría la Tierra de estas criaturas, Frēdōn decidió encadenarlo y aprisionarlo en el mítico monte Damāvand.

12. En los círculos esotéricos, Aži Dahāka representa la metamorfósis, la evolución hacia un estado de trascendencia física y espiritual.

13. Después de comer, realmente me deprimía tener que ir al baño.

14. Miraba mi plato de lomo saltado sin demasiada hambre. Trocitos de carne con minúsculos cuerpos de grasa y cartílagos adheridos. Papas fritas, largas y rectangulares, con sus respectivas gotitas de grasa. Cebollas, pimientos, arroz, el jugo del lomo, todo compuesto de círculos pequeñitos, acuosos y en movimiento constante. Un conjunto de colores brillantes en mi plato, captaban mi atención y me hacían pensar en carnes más subrepticias que las que tenía ante mis ojos. Hígado, páncreas, bazo, pulmones, intestinos, corazón. Corazón. Corazón cubierto de caja torácica, fémur, sesos. Sesos. Sesos cubiertos de cavidad craneal. Ojos, retinas, legañas. Baño. Posé la mirada sobre mi vaso con jugo de maracuyá, lo bebí de un trago, me levanté de la mesa y me dirigí al baño entre sollozos.

15. Me encerré en mi cuarto, puse un poco de música y me dejé caer sobre la cama. Tomé aire, respiré lentamente, una y otra vez.

16. Cuando mi mamá me dijo que mi verdadero padre no era mi papá sino mi abuelo tomé un taxi, fui hasta el cementerio y una vez allí traté de levantar la lápida. Rubén Shapiro. 1911-2005. Cabrón hijo de puta. No pude mover la lápida. Me abrí el cierre, me saqué al chiquitito y comencé a orinar sobre el mármol. Luego lo estuve pisoteando con fuerza, embarrándolo, impotente. Salí de allí, mirando hacia todas partes, nervioso, como arrepentido pero sin estarlo realmente, salvo por el hecho de no conocer la existencia de una forma real de dañar al padre de mi padre. O más bien, a mi padre.

17. Según la lógica de todo aquello, a mí me había criado mi hermano mayor en conjunto con mi madre. Ahora quería ir al baño, pero para vomitar.

18. Encerrado en mi cuarto me puse a leer a Vallejo, una y otra vez. Luego cogí una navaja y comencé a dibujarme glifos sobre los brazos. La sangre relucía negra sobre mi piel.

19. Reach out, touch faith

20. Al día siguiente fui para la biblioteca y ya no salí de ahí hasta muy entrada la tarde. Al salir, detuve un taxi, subí en él y fui a encontrarme con Juanjo en un café en Miraflores.

jueves, 23 de octubre de 2008

Espada

siempre he pensado que hace falta valor para romper las cadenas
salir a la noche, oscura y fría
arrastrando viejos trapos
perseguido por las bestias del polvo y por el
viento.

pienso que hay que sufrir bastante
saltar muros
arañar montañas
matar perros con las manos y los dientes
y sangrar sangrar sangrar
pero al final del camino
y al final de la noche
siempre hay un túmulo antiguo como nuestros padres
tallado en roca desnuda
roca elevada y cortante del desierto
esperando.

¿qué aguarda más allá de la luz y del céfiro
de los destellos de pirita y de las llagas
sobre la piel?
¿qué habrá en las profundidades cavernosas
que hace que me embargue el espanto?
¿será la certeza, puede ser,
de que no puedo confiar en mis hermanos
de que la bestia ha de devorarme si me encuentra
y de que no puedo esconderme
para siempre?

hay algo brillando entre los huesos
de mis muertos
algo en la profundidad de la caverna
fuego que grita pero no consume
es la prueba que necesitaba
de que aún respiro.

valor para romper las cadenas
¿qué tal para matar a mi hermano?
¿qué tal para matar a la bestia
sin necesidad de destrozarme las manos
o de partirme la mandíbula?

valor para abandonar las sombras
profundas de este mausoleo vascuence.
¿a la luz de la llama
en quién puedo confiar?

acero
certeza
en las tripas
en las tripas
nunca falla.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Freud

Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en el Perú son los mochicas. Pienso en una gran extensión de tierra, en una llanura desértica vasta, inmensa, y en ella se despliega un contingente de guerreros mochica, centenares de ellos, todos guerreros de expresiones fieras, con la piel del color de los rayos del sol marcada con pintura de guerra y armados con sus garrotes, altos, mucho más altos que otros indios, y han cruzado el desierto provenientes de un gran templo, enorme como la mismísima llanura. En mi mente, el contingente de guerreros mochica va al encuentro de sus enemigos, otro grupo de guerreros indígenas, posiblemente de otra etnia, pero quizás no, quizás son moches también, no es importante, en realidad. También son guerreros del desierto, pero mucho menos imponentes, menos valientes y menos salvajes. El jaguar dentro de ellos, digamos, es mucho, mucho más liviano. El jaguar de los huacos mochica, el terrible dios felino, Ai Apaec, que se alimenta de los corazones de los hombres, el dios degollador. Ai Apaec favorece a los mochicas.
Entonces bueno, ambos contingentes se encuentran en la arena y luchan bajo un sol ardiente. Luchan durante horas, incesantemente, incansablemente. Es una lucha que a veces, en mi mente, se hace casi eterna, llena de detalles, llena de visceras y sesos que se desparraman sobre el suelo, cráneos que se abren en canal, que se deforman aplastados por los garrotes, astillados, de lanzas que vuelan por los aires, si es que los mochicas usaban lanzas, de las rocas de las hondas que quiebran los esqueletos de los soldados enemigos y de profundos gritos de guerra, altos alaridos que a penas pueden diferenciarse de los lamentos y la agonía de los vencidos. Se prolonga durante horas, a veces es casi desesperante, el sol en mi sueño se va poniendo y la arena se torna roja y a veces realmente no sé si es por la luz del crepúsculo o porque se ha teñido totalmente de sangre, tal es la carnicería. Pero supongo que esto no es importante, porque quiero decir, se trata de un sueño, de una ocurrencia, y en un sueño (o en una ocurrencia) uno no presta atención a esos detalles. La tierra se ha vuelto roja, punto. El sueño prosigue y uno realmente no presta atención al detalle.
Cuando el sol ha terminado de ponerse, los guerreros recogen a los vivos de entre los caídos. A pesar de la violencia, estos son muchos. Aquí es donde uno se da cuenta del poder de los mochica de mis sueños, porque no solo sus bajas han sido mínimas, si es que las tuvieron, sino que pese a la furia que han mostrado en el combate, se las han ingeniado para mantener con vida a sus rivales. La mayoría de ellos han quedado lisiados, han quedado tuertos, deformes, retorcidos, muchos si viveran se quedarían tarados de por vida, pero todos sabemos la verdad y esta es que no vivirán mucho tiempo. Todos son atados, y el contingente mochica les arrastra por la llanura, no muy lejos, no demasiado lejos, solo hasta su templo, hasta ese templo enorme del que salieron en un inicio y en donde esperan sus generales, los sacerdotes-guerreros del Degollador. Cuando han llegado, los sacerdotes-guerreros encienden hogueras y les separan de los prisioneros, marcándolos con pintura negra o carbón. Y entonces se abre paso a un gran grupo de mujeres, todas desnudas salvo por los amplios zarcillos que cuelgan de los finos lóbulos de sus oídos. Son hermosas, todas, tan altas como los guerreros, de cabellos largos que se confundirían con la noche si no fuera por el brillo de la luna en lo más alto, de curvas sinuosas, pecho amplio, cintura estrecha, en su lugar todo lo deseado, se entiende, y entonces las mujeres se acercan a los guerreros y ni siquiera se detienen a lavarlos, sino que los despojan de sus ropas y se montan sobre ellos, sin más. Se montan sobre ellos y la orgía que se inicia es monumental, es otro campo de batalla, una ola de sexo a la luz de las hogueras y alrededor de los que serán sacrificados, sexo violento, sucio, impuro, tan detallado, variado y creativo como el de los huacos, así de vivo, así de furioso, combustible, como animales, como monos, como jaguares, como dioses del sexo y de la muerte, todos bailando entre las llamas, oscuros, casi negros, como sombras que se funden en la arena.
Ni siquiera ha terminado la cópula cuando los sacerdotes-guerreros inician los cantos a Ai Apaec. Cantos ceremoniales. Cantos de guerra, o del solsticio de verano, no lo sé, pero cantos de ofrecimiento al terrible degollador, al fin y al cabo. Los guerreros, bañados en polvo, en sangre, en sudor, en flujos de sus propios cuerpos y de los ajenos, caminan hacia sus rivales vencidos y los hacen levantarse. Poco a poco, uno por uno, los hacen caminar hacia el altar donde espera el sumo sacerdote, sin que ninguno dude o trate de apartarse, están como drogados, o lo están. Y el sumo sacerdote no pierde tiempo, y sin mayor delicadeza, al tener la primera ofrenda ante él, le abre el cuello con su daga ceremonial, le abre el cuello de lado a lado y la sangre empieza a manar, y entonces, violentamente, le arranca el corazón del cuerpo, con movimientos practicados, rápidos, precisos, y a penas hay gritos, salvo los de los guerreros mochica, jubilosos, que contemplan como el sumo sacerdote devora el corazón en nombre de Ai Apaec. El cuerpo muerto es arrojado a las llamas del altar entonces, y se abre paso al siguiente sacrificio, y así se repite el proceso. Y es así toda la noche, un sacrificio tras otro, los enloquecidos aullidos de júbilo, los cantos ceremoniales, los gemidos sexuales, hasta el amanecer. Cuando los primeros rayos del sol de la mañana lamen suavemente las paredes del templo gigantesco, solo en medio de la llanura, toda del color de los huesos. El viento suave agita a penas la arena, y el calor, que ya puede sentirse, es tal, es tan sofocante, que me hace parecer que la realidad se agita, que las imágenes se distorsionan, se difuminan, como en un espejismo, como en un sueño o en una pesadilla. Y eso es lo primero que me viene a la mente cuando pienso en nuestro país, doc.

sábado, 11 de octubre de 2008

un poema light (escrito en la combi)

veo al horizonte y veo
veo
veo tu casa recortada por el sol
una entre tantas como ella
una azotea y un cristal y su reflejo
bajo las nubles
y a la luz del sol
son tantas
y todas podrían ser tu casa.

jueves, 9 de octubre de 2008

lata con gusanos

Manila estaba obsesionada con lo oculto y la brujería y todas esas cosas esotéricas, especialmente el horóscopo chino y la demonología. Fue gracias a ella que descubrí que nací en el año del Dragón a la hora del Dragón y que la fuerza me viene del planeta Saturno y que los garbanzos se pelan con bicarbonato. Cuando se fue, se llevó con ella la mayor parte de sus cosas raras. Se llevó sus dagas wiccanas, sus cartas del tarot, sus anillos de turquesa y madreperla, su hachís, las botellitas con sangre de alimañas y otros animales pequeños, recipientes de lo más raros y todos los libros de magia habidos y por haber. Por si fuera poco, además, se llevó al gato, la muy sucia. Supongo que pensó que era un trato justo, siendo ella la que se iba. Por supuesto, ahora yo tenía que pagar solo el alquiler y la gasolina. Y además, dejó aquí esa horrible lata con gusanos.
Nunca me gustó esa lata. Era asquerosa, y además olía terrible. Como a tierra muy muy vieja y a muerto. En realidad, no tenía nada de especial. Manila insistía en ponerla sobre la mesa de la cocina todos los viernes. Era un verdadero asco, y nunca pude entender qué podía tener de místico. Era simplemente una lata de frijoles vieja, llena de tierra apestosa y con gusanos que de tanto en tanto se alzaban y bailaban como una cobra ante un encantador de serpientes. Manila decía que alejaba los malos espíritus, que todos los viernes se daban una vuelta por los alrededores. Para mí aquello hablaba bastante mal de los entes sobrenaturales - ellos también eran esclavos de la ley de los viernes por la noche. Si no salían a joderle la paciencia a un hombre, no eran felices. En fin, al final la mujer salía ganando siempre y la pútrida lata se quedaba en la cocina, y luego los sábados y buena parte de los domingos todo el departamento olía a cadáver. En un principio aquél asunto era la causa de buena parte de nuestras peleas, pero debo decir que al final acabé por acostumbrarme, si bien nunca acabó de gustarme.
Así que bueno, cuando se fue Manila, mi sorpresa no fue tanta cuando encontré su lata de gusanos en una de las puertas del repostero. De puta madre, debo haber pensado en el momento, ya no tendré que comprar potpurri. Estoy seguro de que cogí la lata y la tiré en el basurero que hay junto al edificio. Luego fui a comprar unas cervezas y me pasé la noche viendo a las chicas en Cinemax. Después de todo, había que empezar a olvidar. La cosa es que a la mañana siguiente la lata estaba en el repostero de nuevo. Abrí para buscar el café y me encontré con esa porquería en mis narices, con esas feas lombrices bailando como el bicho de la gelatina. Y como ya dije, yo estoy seguro de que la tiré a la basura la noche anterior. Y vaya mierda. En el momento pensé que quizás estaba borracho cuando la bajé así que, posiblemente, no la había tirado sino que simplemente había creído haberla tirado. Pero la verdad es que no quedaba ni una gota de alcohol en el departamento cuando fui por las cervezas, así que aquello simplemente no podía ser posible. La lata había vuelto sola al repostero. Así había sido. Manila se había ido y ahora los poderes de lo chungo-sobrenatural me estaban acosando, encarnados en la forma de esa lata con gusanos. Y la muy puta se había ido sin dejarme un teléfono ni nada. Hippie de mierda. Así que bueno, hice algo que había visto que hacían muchas veces los curanderos en las expediciones a las que tuve que ir de tanto en tanto con Manila a cementerios y cerros en los feriados de Santa Bárbara y Santa Clara y no sé qué otras santas pero que seguramente no vienen al caso y esa noche me llevé la lata a un lugar despoblado, con tierra fresca y bien iluminado por la luna, y la enterré allí. Pero voilà, llego a casa y me encuentro con la lata de mierda sobre la mesa de la cocina, arrastrándose de a poquitos como queriendo moverse hacia el repostero. Así que la metí en la refrigeradora, para que se les congelaran los huevos a los putos gusanitos. Si es que los gusanitos tienen huevos, porque a todas luces no los necesitan. Quiero decir, ¿para qué necesita un pene un bicho con forma fálica? Y si tantas ganas tenían de andar tocándome los huevos, y tenían los suyos propios, era más que seguro que esos bichos horribles eran maricones. Por mi madre que sí.
Y nada, esa mañana desperté con el olor de la lata al lado. No quise abrir los ojos. Estaba realmente seguro de que estaba a mi costado, junto a la almohada, así que simplemente me levanté y me fui al baño a vomitar, sin mirar. Me golpeé la frente con el caño. Cuando me hube lavado, salí y sí, ahí estaba, la lata con gusanos junto a mi almohada, y los bichitos asquerosos estos disfrutando, mofándose de mi fría desesperación. Porque claro, yo actuaba con gran serenidad, porque estaba acostumbrado a que todo aquello que estuviera relacionado con Manila tenía que encerrar una gran carga de locura e inexplicabilidad y había que tener paciencia, pero Cristo, esa cosa empezaba a frustrarme, y esos gusanos no dejaban de bailar. Así que nada. Me robé una plancha de madera de la basura de los vecinos y estuve trabajando para aislar una de las puertas del repostero del resto del mismo. Era una plancha bastante grande, así que tuve que cortarla y como no tenía un serrucho ni nada parecido me dediqué a machetear la madera con el cuchillo grande de las verduras y luego a darle unos buenos golpes con el martillo. Los vecinos pitearon y la cosa casi se puso fea, pero al final logré terminar el trabajo. Y cuando aquél espacio estuvo separado de lo demás, guardé la lata con gusanos adentro, esperando que se dejara de estupideces y me dejara en paz.
Y en fin, la cosa es que finalmente llegó el la noche del viernes. Yo estaba viendo jugar a Alianza tranquilamente cuando las puertas de los reposteros empezaron a abrirse. Igual que las ventanas. Por si fuera poco, alguien me cambió de canal. Algún fantasma imbécil que me puso el canal del gobierno. El agua del wáter comenzó a correr con una velocidad que seguro me sacaría más dinero del que me sacaba la casera en medio año de alquiler y los platos y los cubiertos salieron disparados por todas partes. Una cuchara me golpeó en el ojo. Malditos espíritus malignos, pensé. Me puse de pie de un salto y corrí hacia el baño y me encerré ahí. Traté de pensar. Cogí el desatorador que había junto al wáter y rezando solo un poquito, abrí la puerta y corrí hacia la cocina, moviéndome y bloqueando platos voladores con el desatorador como un subnormal. Llegué hasta el repostero, abrí la puerta aislada y ahí estaba la lata de los gusanos, con las lombrices totalmente erguidas y agitándose como si les hubiera dado algo. Podían sentir las malas vibras, estaba seguro de eso. Así que cogí la lata, aún protegiéndome con el desatorador, y la puse sobre la mesa de la cocina. Y de repente, se oyeron unos gritos horribles que a mí me sonaban a griego antiguo pero que seguramente eran mensajes subliminales dichos al revés, que es bastante más diabólico que cualquier idioma clásico pero que igual no viene al caso, y todas las cosas empezaron a volar a su sitio y los platos rotos se sedimentaron y estoy seguro de que hasta la cuenta del agua bajó. Y los gusanitos, en su lata, sobre la mesa, bailaban y bailaban y bailaban y yo me sentí realmente mucho más tranquilo. Casi sentí que había hecho un buen negocio, cambiando el gato por aquella lata con gusanos. Caminé hacia mi cuarto, abrí el cajón de la mesa de noche y saqué un viejo cigarro dominicano. Volví a mi sillón, y con los ojos puestos sobre las piernas del Chancón Corzo, me puse a fumar en silencio.
A la mañana del viernes siguiente alguien llamó a mi puerta. Era Manila. Iba toda de negro, con sus collares y sus anillos y un libro viejo bajo el brazo y el pelo hecho una sarta de dreads castaño-grisáceos. Estaba muy bien.
- Hey nena, volviste.
- Me olvidé mi lata- dijo ella.
- Oh. ¿Trajiste al gato?
- No, el gato es mío, Nacho.
- Nena, no puedes tener al gato y a la lata. Debes dejarme algo.
- Te estás quedando con el auto y el departamento.
- Mani, por favor, con lo que cuesta el alquiler de esta cosa prefiero al gato.
- ¡Reo aurum satanis!- rugió entonces. Yo di un brinco y pegué un grito bastante gay. Me quedé paralizado. Vi a Manila acercarse a la puerta del repostero, abrirla y sacar la lata. Acarició las cabecitas de los gusanos y luego pasó por encima de mí.
- Adiós, Nacho.
Luego se fue y me dejó ahí tirado, inmóvil. Aquella puta. Alcé la mirada hacia el reloj de la cocina. Eran las nueve y diez de la mañana. Aún faltaba bastante para la noche. Esperaba recuperar el movimiento pronto. Tanta acción me había dejado comando. Y quizás tendría tiempo para comprarme un gato. Y para pensar un poco.

domingo, 5 de octubre de 2008

hijo del delirio

espíritu del dragón
sobre las cabezas elevadas
de la gente del pueblo de mi padre
que arroja ceniza sobre la tierra carmesí

espíritu de la noche
que penetra en las celosías
por mandato de la Luna Invisible
y frota sábanas de azur

cuando bebo aguardiente
vierto sobre la arena del desierto
el primer trago ambarino, translúcido
para el espíritu del Hombre Muerto

sus huesos son de hierro
mordaz a los anhelos de hombres y mujeres
en su permanente ritual de apareamiento
y hay que temerle o ahogarse en el Caos.

preparo entonces sobre mi mesa una vara de incienso
tomo una pastilla para el dolor de cabeza
elevo una plegaria al fantasma de mi sangre caótica
apago la vela

y me voy a dormir.

viernes, 3 de octubre de 2008

máquina verde

hay que roer la carne de
los huesos de los vivos y los muertos
moler las rocas en el suelo
y hacerlas astillas entre mis dientes
para ser un hombre fuerte y robusto.
los jugos en mi cuerpo
reclaman ácido sulfúrico
como enjuague fertilizante
del humus en mis órganos internos
sustento
de un homúnculo que albergo en el vientre.