domingo, 30 de noviembre de 2008

10 000 dólares

Fabiola esperaba su carro en la esquina de Primavera con el Polo. Era de noche y hacía frío, pero ella no estaba demasiado abrigada. Llevaba una blusa blanca de escote prominente que destacaba especialmente sus senos redondos y un pantalón ajustado que contribuía a atraer miradas (algunas subrepticias, otras más descaradas) hacia sus formas, tanto o más que la dichosa blusa. Sacó su celular y miró la hora, algo azorada. Eran más de las diez y no pasaba ni una combi que la llevara a su casa. Tendría que caminar, pero estaba realmente agotada. Hubiera dado lo que fuera por un conductor amable que se detuviera junto a la vereda y la invitara a subir a su carro, un Mercedes, un BMW, un Aston Martin. Sobre todo un Aston Martin, pensó riendo.
Quizá debería empezar a caminar. No tiene caso seguir retrasándolo. Voy caminando y ya si pasa un micro, lo paro.
Una voz interrumpió sus pensamientos.
"¿Perdón?" preguntó Fabiola.
"¿Cuanto?" dijo la voz del hombre.
Ella lo miró. Era un tipo alto, de pelo blanco y ensortijado, de brazos y piernas especialmente largos, de nariz grande. Entre las tinieblas que giraban en torno a la luz de los faros, a penas podía distinguir el resto de sus facciones. Aún así, sabía que la estaba mirando fijamente.
"¿Cuanto qué?"
El tipo se acercó más. Fabiola alzó la cartera como para defenderse, pero él se quedó quieto.
"Solo dime cuanto," dijo.
"10 000 dólares," dijo Fabiola, por decir algo. Era el primer número que le vino a la mente. Viejo asqueroso, pensó. En qué estará pensando. Trató de visualizarse a sí misma, en medio de la noche, vestida como estaba vestida. Aún así no encontró las ideas del extraño como justificables.
El hombre sonrió, o el brillo que pareció formarse entre las sombras de su rostro le pareció a Fabiola una sonrisa.
"Bueno," dijo, y su voz sonó especialmente cálida y amable. "Puedo pagarte 10 000 dólares."
Llevó una mano de dedos larguísimos a su bolsillo, y luego le tendió una chequera.
"Vamos a mi casa."
"¿Qué?"
"Vamos a mi casa. Está aquí a la vuelta, por el parque. Cuando hayamos terminado te pagaré, o si lo prefieres lo haré mañana temprano. Depende de ti."
Fabiola tragó saliva y se quedó pensando. No sabía qué decir. 10 000 dólares era un montón de dinero. Podía decir que lo necesitaba. ¿Pero estaría realmente dispuesta a hacerlo? Por otro lado, la casa de aquél tipo estaba cerca, a diferencia de la suya. ¿Pero de verdad iba a tener que dormir con un extraño? ¿De verdad era tan estúpida como para irse con él? Miró una vez más la chequera. Miró el brillo de un anillo de oro que no había notado antes, de unos zapatos lustrados con sumo cuidado y esmero. Se mordió el labio inferior.
"Está bien," dijo. "Vamos pues."
El hombre sonrió y le ofreció su brazo. Ella lo tomó y doblaron juntos en la esquina, adentrándose entre calles bastante más agradables a los sentidos que las tinieblas de esa parte de la Primavera. Un parque de árboles y arbustos frondosos, verdísimos, era rodeado por una serie de edificios de apartamentos, de arquitectura que a Fabiola le pareció envidiable. Realmente nunca hubiera imaginado que existían edificios así tan (relativamente) cerca de su casa.
"¿Donde vives?" le preguntó al extraño.
"Aquí, en este edificio amarillo."
Mientras caminaban al edificio, hablaron. Ella le preguntó su edad y su nombre. Se llamaba Víctor y tenía cincuenta y ocho años. Era empresario, divorciado. Tenía un hijo que era abogado y una hija médica, pero no los veía nunca. Prefería estar solo. Excepto por esta noche, dijo.
Entraron en el edificio. Todo en el interior era blanco, luminoso. Por primera vez Fabiola pudo ver el rostro del hombre al que acompañaba: era un rostro severo, pero agradable. La nariz le daba cierta elegancia y los rizos blanquísimos una madurez que, debía admitirlo, la alucinaba.
Saludaron al vigilante y subieron al ascensor. Primer piso, segundo piso, tercer piso, cuarto piso. Cuando llegaron al quinto piso, el ascensor se detuvo y Víctor se volvió hacia ella. Un escalofrío poderosísimo se apoderó de su cuerpo. Sintió que sudaba, que se desvanecía. Sintió miedo de aquello que se había sentido preparada para hacer. Víctor, sin embargo, se limitó a tomarla por los hombros con suave firmeza, antes de depositar un beso suave sobre su frente.
"Vamos adentro," dijo sonriendo, antes de abrir la puerta que les llevó a su departamento.
El lugar era elegante, pero muy sobrio, con muebles caros y unos pocos ornamentos. Le ofreció algo de beber y ella accedió, tratando de no parecer alterada. Quizás un trago la ayudaría a relajarse. Víctor le llevó el vaso con whiskey y ella lo vació de un trago. Entonces lo besó, sin que le importara demasiado lo demás. Fue un beso largo y prolongado, muy cálido.
"Vamos a mi cuarto," dijo él entonces, y Fabiola lo siguió.
La habitación tenía una cama amplísima. Víctor la hizo sentarse en ella y la ayudó a quitarse los zapatos. Luego le pidió que se sacara el resto de la ropa. Ella lo hizo. Cuando él se disponía a desabrocharse el pantalón, Fabiola se levantó de la cama y lo hizo por él.

Cuando todo hubo terminado Fabiola se puso de pie y se vistió rápidamente. Ni siquiera pensó en ducharse, solo quería irse.
"Necesito mi plata," dijo mientras buscaba un cigarrillo en su cartera.
Víctor no dijo nada. Solo la miraba impasible desde la cama.
"Necesito mi plata," repitió Fabiola.
Víctor resopló y se acarició el miembro.
"¿Ya te quieres ir?"
"Sí. Debo irme. Tengo que trabajar mañana."
El hombre se echó a reír. Ella se puso roja, no tanto de vergüenza, más bien de ira.
"Okey. ¿Cuanto es que dijimos?"
"10 000 dólares, Víctor."
La risa de él se hizo aún más fuerte. Eran verdaderas carcajadas locas.
"Tienes que darme mi dinero."
"No."
"¡Cómo que no! ¡Hijo de puta, debes pagarme!"
"¿Eres una puta?"
"¿Cómo... ?"
"Pregunté si eres una puta, zorra."
"¡No vengas a insultarme, viejo de mierda!"
"Mira, tú no eres una trabajadora sexual, Fabi. Eres la secretaria del psicólogo de alguna empresa de artículos de baño, así que no me jodas."
"Pero... "
"No viniste aquí por la plata, viniste aquí porque eres una vaca gorda y floja, remolona asquerosa."
"¡Hijo de puta!"
Fabiola se lanzó sobre Víctor, pero él la tiró de la cama de un manotazo.
"Te puedo dar cien soles, para el taxi y para que te compres unos caramelos luego. Puedo ver que estás necesitada."
"¡Voy a denunciarte, maricón!"
"Jajajá. ¿En serio? A ver con quién me vas a denunciar, cojuda. ¿Qué vas a decir, que yo te ofrecí 10 000 dólares a ti? A ver quién te cree, pendeja."
Fabiola lo miró desde donde estaba con ojos cargados de odio. Agarró sus cosas y salió de allí corriendo, mientras Víctor reía, reía, reía...

Víctor Ugartechea Aguirre yacía en lo profundo de su bañera silbando una canción de Carl Perkins. En medio del vapor, a penas se distinguía el humo de su cigarro. Un Romeo & Julieta, español. Los prefería antes que cualquier cubano. Con la mano izquierda comenzó a frotarse el pene. Había tenido una noche agradable, pensó riendo. Lo pensó una vez más y volvió a reírse, y una vez más y de nuevo. Comenzó a reírse con muchísima fuerza.
"Jajajajajajajajá. Jajajajajajajajá. ¡JAJAJAJAJAJAJAJÁ!"
De repente se abrió la puerta del baño con violencia inusitada. Víctor se volvió hacia ella, desconcertado. Una figura marrón entró dando brincos en el cuarto de baño y cogiéndolo por el cuello lo sumergió en el agua estancada. Sintió el agua que entraba por su gran nariz, llenando sus pulmones. Sintió la sangre que se acumulaba en sus bronquios, los dedos que aplastaban su tráquea, estrangulándole con fuerza furibunda. Trató de aguantar la respiración, pero no pudo hacerlo por mucho tiempo. Pensó en el puro que se le había caído al agua. Pataleó. Trató de decir una palabrota. No pudo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

y otro poema de sexo

Nos restregamos con fuerza contra la pared
tú alzada sobre mis piernas y agarrándote de mi cuello
yo con los pies fuertemente asidos sobre las grietas de tu piso
una araña en la esquina de la habitación lo observaba todo
callada y etérea
mientras un trueno rugía sangre en la noche
allá afuera
Éramos como indios salvajes devorando lagartos en nuestros huesos
un huracán Katrina mostrando respeto por la cadenciosidad del blues
éramos sonidos de uñas afiladas sobre costras de cemento
de botas cubiertas de polvo zapateando en el precipicio
barriendo
con las hojas muertas del otoño
Suave obsidiana sacramental filtrada en ácidos
eras pelaje de caballo y yo húsar de Junín
a las cuatro y media de la mañana
cuando la lluvia es más fuerte afuera y todas las moscas ya han sido
-------------/ devoradas.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Etapa Oral

El niño mono se aferra al pezón de su madre
con una fuerza considerable
cuando crezca y sea capaz de tallar la roca
aferrará lanzas entre sus manos
con la misma fuerza
Este niño mono crecerá para ser un cazador
-- el centurión de las cavernas -
descubridor de las tácticas de guerrilla
en bosques de pinos ciclópeos
asesino de goliats lanudos
El niño mono quiere mamar una lanza
los pezones enhiestos de su compañera
los frutos secos de un pino
los huesos rotos del mamut
o mejor, de algún otro mono, aún más feo y más peludo (los senos
-----------/ de mi madre están marchitos)
La lanza tiene forma de seno caído
la roca tallada nos ha parido a todos
hombres mono
montados
en misiles
atómicos.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Héctor y Aquiles

se trata de una pasión ardorosa convertida en trámite burocrático
indolente
desecración de los cuerpos
durante la guerra, largas pestes
los barcos se han convertido en pozos
las tiendas en madrigueras
la ira nos ha transformado a todos en peces de colores
enfermos
kilometraje recorrido: el máximo
tiempo invertido: el infinito.

ante los muros has matado a mi mejor amigo
con el que yo aprendiera a cazar ciervos
por eso he de matarte ahora y he de desecrar tu cuerpo
ante las miradas de los dioses y los hombres.

Patroclo, ¡Gloria del Padre! hermoso infanticida
matador de Sarpedón y Cebriones, mi hermano
ha muerto
por la gloria de mi patria y por mi hijo
a quien inquietase con el brillo de mi yelmo.

juramento: no descansar hasta que la sangre de Héctor haya sido
---------/ derramada
máquina de bronce y de cuero y madera
el noble bronce
los nobles huesos
bajo la suela de mis sandalias
mi propia saliva espumosa.

Theos (un hombre)
portador de la balanza
vaticina el destino del guerrero:
agonía y éxtasis
el Peliada (un hombre)
asesino cruel
hombre despiadado, bárbaro sin corazón
han matado a su mejor amigo
con quien aprendiera ya de niño a martirizar a los muertos
y por eso nos ha quitado a nuestro príncipe (un hombre).

digno pagano entre los Nueve
príncipe
el menos saqueador
el menos asesino de todos es
el león que protege a su manada.

Rubio
nos ha sanado con su lanza y con su
espada.

conteo de víctimas (dividido entre las partes):
Héctor: alrededor de 25 000
Aquiles: alrededor de 50 000
Theos: seguimos contando
peces de colores: digamos, 75 000
(es que estos peces de colores
eran/son un espectáculo digno de la memoria)

detrás de los muros: fuego de colores.

sábado, 1 de noviembre de 2008

infancia

niños
con pelotas
mirando con odio.