jueves, 24 de enero de 2008

El cuchillo

- Au, me corté el dedo- dice Daniel soltando mi cuchillo.
- Lo veo, lo veo. Podría darte sida- le digo.
- Dios mío.
Me agacho y lo recojo, lo limpio con un clínex y lo guardo.
- ¿Se ha cortado mucha gente con él?
- Imagino que sí, unas cuantas.
- Ala.
- Sí.
- Na, no creo que tenga nada.
- Sí, bueno, yo no estoy convencido. Ala, qué corte tan feo. Toma- le digo, alcanzándole un rollo de esparadrapo que guardo en el escritorio.
- Oh, gracias. Cabrón.
- Eh, no insultes. Jojojó.
Me río mientras Daniel se envuelve el dedo en esparadrapo.
- ¿Por qué lo compraste? ¿No te bastaba con una suiza?
- Por seguridad- contesto.
- Qué, ¿por si te asaltan?
- También. Para el peligro.
- Qué patán. Los choros saben usar cuchillos. Además seguro antes de que lo empieces a usar ya te dejaron calato y con algo roto.
- Hmmm. Si lo piensas, no es usual que los asaltantes rompan huesos, ¿no? Normalmente siempre cortan o amenazan con una pistola.
Una pistola que bien podría no estar ahí, pienso.
- A un amigo le rompieron la columna por 10 soles.
- Cristo- digo -. Qué mal estamos.
- Es el Perú- me responde Daniel.
- Nada. La gente es igual en todas partes.
- ¿Tú crees? No creo que en Noruega te asalten por 10 soles.
- Ja. Sobre todo en Noruega.
- ¿Ah sí?
- Sí. No confíes en los nórdicos solo porque pagan por dar a luz. Son gente terrible.
- Estas hablando caca- dice Daniel -. Tú no conoces un solo nórdico.
- Por supuesto que sí. El tipo que me vendió esa cuchilla lo era. Un noruego, de madre sueca. Te lo digo, era todo un vikingo.
- ¿Un noruego te vendió un cuchillo en la Cachina?
Me encojo de hombros.
- No fue exactamente en la cachina. Fue por la Cachina.
- Dios santo. ¿Y qué más?
- Nada. Yo había ido a comprar un chaleco y salía de ahí cuando el tipo se me acercó. Verás, un tipo de casi dos metros y muy rubio y con trenzas siempre destaca en un lugar como la Cachina.
- Ajá. Entre tanto indio.
- Exacto- digo -. En fin, se me acerca y me dice con un acento muy marcado que si me interesa comprar un cuchillo. Entonces le digo "Muestrame lo que tienes", y el tipo saca una manta llena de cuchillos. Con seguro, sin seguro, incluso había una de esas botas con navaja escondida.
- ¿En serio?
- No. Pero sí tenía muchos cuchillos. En fin, el tipo se llamaba Soren y mientras miro sus navajas me dice que es nieto de Ibsen con ese español tan feo el suyo.
- ¿Ibsen?
- Un escritor noruego famoso. Bueno, entonces pasó por ahí otro sujeto y le pide al nieto de Ibsen un poco de alcohol. Así que este le pasa una botella que tenía entre sus chucherías y me sigue mirando, muy sonriente él.
- Oh.
- Y le pregunto, "¿Se corta mucha gente?".
- ¿Y qué te dijo?
- "Siempre hay algún inútil," y se rió.
- Ala, qué sujeto tan vil.
- Ya, es lo mismo que pensé. En fin, me reí del chiste y salí de allí.
- ¿Cuanto le pagaste?
- 10 soles. Es un buen cuchillo, tú lo sabes. A penas lo rozaste y te cortaste bien.
- Es verdad. Dios mío, ¿en verdad te dijo "siempre hay algún inútil"?
- Claro que sí. Te estoy contando la historia por algo.
- Ala, en verdad pienso que no deberías tener ese cuchillo suelto por ahí.
- Eh, no me culpes, tú eres el que lo agarró.
- Sí, pero igual. Yo no lo hubiera agarrado si no hubiera estado suelto por ahí.
- Pero nadie te mandó a agarrarlo.
- Te digo que es igual. La próxima vez tenlo guardado.
Nos quedamos en silencio un momento.
- Dios mío- susurra Daniel.
- Jaja. Eres un inútil- digo, y me dejo caer sobre la cama, pensando en que podría darle sida.

martes, 22 de enero de 2008

El Colón

Nací con una cola. Mis padres no tenían dinero para amputarla así que decidieron conservarla. Supongo que no imaginaron que el chisme crecería conmigo. Y no se trata de un bultito afeminado en el cóccix. Mi cola es como sería la de un mono, larga y prensil.
El asunto nunca fue gracioso del todo. Un niño con una cola no es como un niño con un retardo mental. No inspira simpatía. Los otros niños se meten con él y los adultos lo miran como si tuviera la culpa de algo. Así que me acostumbré a la suspicacia de los demás.
Pero me gustaba mi cola. Nunca hice nada para sacarmela de encima. A veces pensaba que su utilidad no tenía límites. Fui criado por mi padre para ayudarlo en el puerto y vaya que lo ayudaba. Era como un marino de tres manos. El único problema era que no me pagaba. No podía permitirselo, así que trabajaba gratis para mi padre y a cambio yo podía seguir viviendo bajo su techo.
Pese a nuestra situación, en casa teníamos una buena biblioteca. Un día unos curas llevaron a la parroquia una gran donación de libros de texto y mi padre y yo los cogimos todos. O no todos, pero sí bastantes. El problema es que luego, cuando mi padre quiso venderlos, nadie en el barrio quiso pagar. En un barrio de marineros, los hombres no tenían tiempo para leer y las mujeres no tenían un sueldo para invertir. Que vivan los 60's.
En fin. En el barrio me decían el Mono. También me decían Mandril. Las señoras más viejas me llamaban Satanás. Tenía una distinguida variedad de apodos. De todos ellos yo me quedaba con Cristobal, por "Colón". Para el hijo de un marinero, Cristobal era un mote distinguido.
El asunto es que antes de cumplir los veinte años todo iba bien. Fue a los veinte cuando las cosas se desmadraron. Y todo por culpa de las mujeres. O quizás de los hombres que las mataban de hambre, y no estoy hablando de hambre de comida, a menos que el gran plátano peludo cuente. Aunque supongo que en realidad todo fue culpa de las hormonas de Marinés. Marinés era la chica recorrida del barrio. Ella era una gran cachorra, había estado con todos. Menos conmigo, claro. Yo tenía una cola. Pero un día que tuve la tarde libre y me paseaba por el barrio, supongo que la agarré con hambre.
"Hola," me dijo, y yo contesté "Hola."
"No eres tan feo," dijo entonces. Y yo contesté "Supongo que no."
Y entonces Marinés me arrimó a su casa. Vivía sola con su padre, y el hombre estaba trabajando. Y fue ahí donde las cosas empezaron a ponerse bien. Estuvimos chancándonos por horas y entonces Marinés dijo: "Hey, podrías usar ese chisme." Y empezó a chuparme la cola. Dios mío, pensé, y luego de unas cuantas horas más, la cachorra estaba más que satisfecha.
"Podrías ser un puto," dijo limpiándose el sudor del cuerpo.
"Eh, aquí la puta eres tú."
Marinés se rió, pero yo me quedé pensando. Era mi posibilidad de hacer dinero. Por primera vez en toda mi vida. Así que decidí aprovecharla. Marinés me hizo propaganda entre las mujeres del barrio y pronto mi cola empezó a despertar el calor. Era un íncubo, un mono de la lujuria, yo era Satanás, el deseo encarnado, el mastil de la carabela.
Pero como dije antes, fue en ese período en que las cosas se desmadraron. Unos cuantos soles por un servicio, y las cuentas en la casa se empezaban a ir por el suelo. ¿En qué gastaban las mujeres el dinero del pan, de la mantequilla, del almuerzo? ¿Por qué carajo estaban sudando tanto? Fue mi padre quien lo dedujo. Estaba en la casa de los Duarte almorzándome a la señora Duarte cuando la puerta se abrió y entraron mi padre y otros cinco marineros grandes y me dieron una verdadera paliza. Me cogieron por la cola y me la hubieran cortado si mi padre no me los hubiera sacado de encima.
"¡Vete de aquí, vergüenza!" me gritó después, y eso hice. Y todas las amas de casa del barrio y las chiquillas, entre ellas Marinés, estaban ahí, viendo como les quitaban la felicidad. Nunca volví a los puertos. Me quería demasiado para hacerlo.
De ahí en adelante tuve varios trabajos. En más de veinte años lustré botas, freí plátanos, limpié vidrios y corté pastos. Pero principalmente bebí. Me gustaba beber, me vigorizaba. Realmente me sentía bien. Nunca volví a putearme. Sin nadie allí que hablara maravillas de mis habilidades y esa milagrosa extremidad mía, ninguna mujer respetable estaba dispuesta a probarme. Y la mayoría de las que no lo eran tampoco.
En los últimos años lo que más he hecho ha sido cortar grama. Soy un jardinero de puta madre, tengo talento. En fin, ahora mismo estoy cortando el jardín de la señora Gutiérrez, en Monterrico. La señora Gutiérrez está bastante bien, hace ejercicio y tiene el culo bien puesto. No le echo ni cuarenta años, pero en las mujeres de dinero la edad es siempre un asunto engañoso. Al marido lo he visto solo un par de veces, es un ejecutivo pequeñito y que siempre anda perfumado.
- Hey Edgar, ¿tiene sed?- dice la señora.
- Sí, claro señora, muchas gracias- digo yo, pasando la máquina sobre el pasto. Al rato la señora Gutiérrez se acerca con un vaso de limonada y yo se lo recibo con la cola.
- Dios mío- la escucho decir. Entonces es que recuerdo que siempre que trabajo como jardinero me ato la cola a la cintura, para no llamar la atención. Carajo, pienso.
- Oh, lo siento- digo.
- ¿Es eso lo que creo que es?- pregunta la señora Gutiérrez.
- Supongo que sí- respondo -. ¿Qué es lo que cree que es?
- Pase Edgar, pase, pase.
Así que la señora Gutiérrez y yo entramos a su casa y se me lanza encima.
- ¡Ajá!- exclama -. ¡Tiene usted una cola! ¡Edgar, es usted un hombre orquesta!
- Señora Gutiérrez, sáqueseme de encima. ¡Sácate de encima loca!
- No, no- dice la señora Gutiérrez -. ¡He estado necesitando esto desde hace meses!
La señora se saca la ajustada camiseta púrpura y libera un pecho bastante apetecible. Dios mío, pienso, esta mujer si que tiene tetas.
- Dios mío- digo, y comienzo a lamerlas, morderlas y llenarlas de chupetones. La señora Gutiérrez gime y grita, antes de arrancarme la camisa y los pantalones. En un segundo estoy desnudo, solo cubierto por mi espesa capa de vello rizado.
- Vaya, eres un hombre rizado- dice, y cogiéndome el mazo me lo empieza a chupar. Y sí que lo hace bien. Podría dejar que me la chupe todo el día, pero me doy cuenta de que eso no es lo que ella quiere. Me coge de la mano y me lleva rápidamente al segundo piso. Cierra la puerta detrás de nosotros y me lanza a la cama. Se pone encima mío y ni bien trato de besarle las tetas una vez más me empuja.
- Podemos saltarnos esa parte. Pasemos a lo de verdad.
La señora Gutiérrez abre su cajón y saca un tarrito de vaselina.
- Quiero que me la metas por los dos sitios.
- Dios mío, usted si que está necesitada- le digo.
- No sabes cuanto- dice, y me obliga a pararme. Se echa en la cama y abre las piernas al tiempo que levanta las caderas, dándome una buena vista de su sexo y la entrada de su culo -. Vamos cariño, no tengo todo el día.
Así que sin más meto dos dedos en el tarro y le embadurno el culo de vaselina. Luego froto un poco mi cola y sin más, la ensarto por los dos huecos, el primer chisme en la húmeda chucha y luego la cola en el culo.
- ¡Jesús!- exclama la señora Gutiérrez.
Entonces comenzamos a movernos. Sobre todo ella, se mueve como una loca. Gritamos, nos besamos, nos mordemos, le pellizco los pezones mientras la penetro. Estoy usando mis dos chismes como un verdadero campeón. ¡Soy el Ejército Rojo y estoy a punto de soltar la bomba!
- ¡Jesús! ¡Oh, Jesús, Jesús!- exclama la mujer. Yo me sigo moviendo y ella también y no para de gritar "Jesús, Jesús" mientras la cama chirrea.
- Mujer, para de llamar a Jesús que me estás poniendo nervioso- le digo entre jadeos.
- Oh, lo siento. Oh, Jesús. ¡Jesús, así, dame, dame, dame!
Entonces la puerta se abre y entra un tipo pequeño y grueso con un traje, es el marido, el señor Gutiérrez, y tiene un gran bate de béisbol.
- ¡Puta!- grita el tipo, pero me comienza a pegar a mí con el bate. Dios mío, ¿qué clase de persona tiene un bate de béisbol en el tercer mundo? Oh, Dios.
- ¡César, por Dios!- grita la mujer mientras su esposo me parte los huesos a batazos.
- ¿Así que te gusta tirarte a mi mujer, no monstruo de mierda?
Y el tipo no para de golpearme y golpearme. Cristo, no puedo sentir mis huesos. La cabeza, los brazos, la cola, Dios santo, la chula no.
Mientras el señor Gutiérrez me sigue golpeando, medito un poco sobre mi vida.

Dicen que algunos lo tienen.

Y que otros no.

domingo, 20 de enero de 2008

Ensueño

Sueño con una lata bajo la almohada
Suena un disco de Deep Purple en mi computadora
y pienso en mi porvenir literario
Visualizo la habitación que ha de rodearme
no es muy grande, no tendrá más de 5 metros cuadrados
pero siempre es mejor que estar en la calle
al amparo de chamanes y dentistas
(¿Cuál es la diferencia entre ambos? Los dos están sobrevalorados)
Veo una computadora portátil sobre la mesa
y una pequeña refrigeradora llena de queso, vino barato y cerveza
No habrá televisión
toda serie que pudiera interesarme remotamente la veré en dvd
en mi computadora
así ahorraré en cable y en electricidad.
También habrá un basurero rebosante y un gato
una gran masa de pelos, como salida de los bolsillos de un gigante
-------/indigente,
así será mi gato.
Babeo sobre mi almohada
pienso en el período de tiempo de la escritura de mi primer libro
en ese lapso sobreviviré haciendo reseñas de rock o quizás
mis contactos me darán un espacio en la radio o en la tele
tengo algunas buenas ideas
y no soy feo del todo
Entonces pienso en la falta de sexo
y de amor y compañía
y me pregunto qué clase de mujeres conocerá un chico como yo
en los bares de un país como este
Jesús
la compañía femenina amenaza con ser un miembro fantasma en mi
-------/futuro colchón
solo el gato y yo.
Me despierto
voy al baño y vomito en la taza, varias veces
Quizás deje el trago por un mes, como Lalo
o quizás no.

sábado, 12 de enero de 2008

Lista de libros leídos en el 2007

Una lista de los libros que leí en el año 2007, para comparar al final de este año.

A Sangre Fría, de Truman Capote (novela)
Travesuras de la Niña Mala, de Mario Vargas Llosa (novela)
Pudor, de Santiago Roncagliolo (novela)
Yo, el Rey, de Juan Antonio Vallejo-Nágera (novela)
El Maestro de Esgrima, Arturo Pérez-Reverte (novela)
Vuelo Nocturno, de André de Saint-Exupéry (novela)
El Coronel No Tiene Quién le Escriba, de Gabriel García Márquez
---------(novela)
Hamlet, de William Shakespeare (teatro)
Queremos Tanto a Glenda, de Julio Cortázar (cuentos)
Magia Blanca, Magia Negra, de Emil Livison (informe)
1984, de George Orwell (novela)
Neguijón, de Fernando Iwasaki (novela)
Mujeres, de Charles Bukowski (novela)
Contrajuventud: Ensayos Sobre Juventud y Participación Política,
---------de Sandro Venturo Schultz (ensayo)
300, de Frank Miller (novela gráfica)
V de Vendetta, de Alan Moore (novela gráfica)
Cometas en el Cielo, de Khaled Hosseini (novela)
Factótum, de Charles Bukowski (novela)
El Cuervo, de James O'Barr (novela gráfica)
Cartero, de Charles Bukowski (novela)
Noche Oscura del Cuerpo, de Jorge Eduardo Eielson (poesía)
La Senda del Perdedor, de Charles Bukowski (novela)
Contemplación de los Cuerpos, de Luis Fernando Chueca (poesía)
Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño (novela)
Hijo de Satanás, de Charles Bukowski (cuentos)
Harry Potter y el Misterio del Príncipe, de J. K. Rowling (novela)
13'99 euros, de Fréderic Beigbeder (novela)
Hollywood, de Charles Bukowski (novela)
Cosas Que Deja la Gente Cuando se Va, de Gabriela Wiener (poesía)
Escoria, de Irvine Welsh (novela)
La Virgen de los Sicarios, de Fernando Vallejo (novela)
Trainspotting, de Irvine Welsh (novela)
Una Temporada en el Infierno, de Arthur Rimbaud (poesía)
La Tierra Baldía, de T. S. Elliot (poesía)
A Quién Debemos Temer, de Carlos López Degregori (poesía)
Ave Soul, de Jorge Pimentel (poesía)
Animal Tropical, de Pedro Juan Gutiérrez (novela)
La Máquina de Follar, de Charles Bukowski (cuentos)

viernes, 11 de enero de 2008

Fosa común

Todos lo habíamos matado. A palazos ahí mismo y sin recato. Fiambre. Il avait finit. Sin más, ahí estaba, todo retorcido y morado con manchas rojas. Y ahora nos tocaba cavar. Pero lo tonto es que nadie quería cavar. Nunca entenderé cómo puede haber gente tan idiota. No tienen problema en matar a un compañero a sangre fría pero no se atreven a hacer un hueco y enterrarlo. Eso se llama tener falta de tino, ser imbécil, amanerado y precoz. Por último era ser imprudente y anormal. Y es que los vestigios arcillosos de moralidad y arrepentimiento se manifiestan de maneras cojudas. Y yo no estaba para cojudeces.
- Alguien va a tener que empezar a cavar- dije. Y todos siguieron sin decir nada. Encendí un cigarrillo.
- Quizás si lo quemáramos todo sería más simple- dijo el negro Jarra entonces. Yo me reí.
- Cómo les gusta complicar las cosas, pedazos de mierda.
- Mierda tu madre, Payaso- dijo el Panetón, el más grande, el más bruto.
Así me decían, Payaso. Juano el Crupier. Me volví a reír.
- ¿Y qué quieren hacer, dejarlo aquí tirado?
- ¡Estamos hablando de Marlon! ¿Vamos a enterrarlo, a dejarlo para que se lo coman los gusanos?- exclamó. Silencio de nuevo. Me exasperaba, me carcomía las comisuras de los labios.
- ¿Se dan cuenta de lo que pasa? Nadie quiere echarle tierra encima a un pedazo de carne, lo matamos hace ya quince minutos. Y si vuelves a gritar, bruto de mierda, a ti también te parto la crisma, te rompo la cara, te arranco los putos meniscos.
- ¿Tú solo, somaricón? Aquí te agarramos todos si tratas de hacer alguna cojudez. Al Panetón no le pones un dedo encima.
- No, no, nosotros dos solos. Para quebrarme a este maricón de mierda no los necesito- saltó el Panetón arremangándose la camisa. Yo me reía y me reía.
- ¿Y por qué no cavas tú imbécil? ¿Ah? A ver, cava huevón.
Ese era el Muerto. No el muerto real, pero nuestro querido amigo y compañero el Muerto. El Muerto no tenía huevos de verdad. Si hubiera tenido huevos de verdad hubiera empezado a cavar, el muy animal.
- Porque no me da la gana- respondí, súbitamente serio-. ¿Por qué mierda tendría que esforzarme yo por ustedes, sarta de cojudos?
Entonces alguien me golpeó. El Panetón seguro, el negro Jarra, el Muerto, Púnico, el Persa, Marlon el muerto que se había levantado para pegarme, todos me querían sacar la mierda, romperme la boca, sacarme los ojos. Pero yo tenía la pala, y mordía, sí carajo, les mordía los puños, los cuellos, las caras cartilaginosas, mascándoles la nariz y las orejas. A ver si son tan hombres. Y me reía y me reía, y entonces uno sacó una pistola, el Persa. Y yo no paraba de reírme cuando le pegué en la cara con la pala y saqué mi pistola del saco. Y un balazo, dos tres, fuego, fuego. Y quebrados todos, fiambre, ils avaient mouru. Y yo me seguí riendo un buen rato, aún después de veinte minutos y hasta treinta, rodeado en la oscuridad por todos esos cuerpos quietecitos y en silencio. Y entonces, de repente, dejé de reírme.
- Mierda- dije. No podía entender cómo no lo había pensado antes. Aquello ya no tenía nada de gracioso. La había cagado, ¿qué mierda iba a hacer ahora, Juano Crupier, Payaso? ¿Ahora quién mierda iba a cavar? Aquello había sido una cojudez. Tiré la pala al suelo, molesto, y entre maldiciones salí de allí.

jueves, 10 de enero de 2008

ruptura de las sombras moradas

¿(pienso)
y si corriéramos en la sabana
y si las plantas de nuestros pies flotasen sobre la tierra
y si mis uñas y mis dientes fueran de acero
y si el calor de mi cuerpo impregnase todo aquello
que tocase

(entonces)
y si te rompiera la cara
y si clavase un clavo ardiendo en tu mejilla y
hundiese mis negros dedos en la yaga y tirase hacia los lados
sin detenerme hasta llegar respectivamente hasta el nacimiento
-----------/de tu oído y a la comisura de tus labios
y si me arrojara sobre ti y dejase tu cuerpo caliente sobre una
-----------/ alfombra hirviendo
y si encontrase/ ocultara/ asesinara tu cuerpo entre las sombras

(ahora)
y si mi música no te gusta
y si mis labios son demasiado gruesos
demasiado rojos
y si los dedos de mis manos son astillas
y si te raspo la espalda con mis uñas mordidas

(tú crees)
y si se rompieran las sombras moradas
y si viese el perfil blanco de tu rostro
y si golpeara la puerta con un martillo infinito
treinta veces, tantas veces
y si rezara el rosario con tu madre todos los fines de semana

(tal vez)
y si me quedara ciego
y si te diera la mano
y si me quemase la piel para borrar mis tatuajes
y si me bañase todos los días
en las lagunas profundas
a la sombra del último árbol del desierto
tendríamos libre la tarde para saborear nuestros ritmos cardíacos?

miércoles, 2 de enero de 2008

La Escena

D y M van a comprar duct tape en una ferretería. Caminan con paso ligero, pero sin apurarse demasiado. Dos días después del año nuevo y todavía parece un día festivo.
- El otro día estaba viendo Forrest Gump en la tele- dice D.
- ¿Ah, sí?- dice M en tono neutro.
- Sí. ¿Qué te parece esa pela?
- Es buena, es buena.
- Es de mis favoritas. Hay una escena en particular de Forrest Gump...
- ¿Cuál?- pregunta M, y se enciende un cigarrillo.
- Una en los 70's, esa en que Jenny está en un cuarto con uno de los tantos tipos que le pegaban, uno que acaba de meterse heroína y ella está sentada al borde de la cama, dándole la espalda.
D y M se detienen en la puerta de la ferretería. M tira al piso su cigarrillo de forma automática y mira a D detenidamente.
- ¿Cuál es Jenny?
- Huevón, la chica que le gusta a Forrest.
- Ah, la rubia.
- Sí, esa. Bueno, estaba hablándote de esta escena. Creo que es una de las escenas más deprimentes en la historia del cine.
Ambos entran en la tienda y se acercan al mostrador. El tipo que atiende tiene ojeras profundas y orejas grandes. Se le ve cansado y resacoso. Ha estado viviéndola con su sueldo mínimo.
- Buenas, un rollo de duct tape.
- Buenas- dice el encargado tardíamente. Se da media vuelta y busca el duct tape. M vuelve a mirar a D.
- ¿Esa no es la escena en que suena el solo de Free Bird?
D saca el dinero de la billetera sin mirar a M.
- Sí, antes de balancearse en el balcón- responde contando los billetes. M ríe socarronamente. D se siente desconcertado, va a decir algo pero entonces el encargado aparece con la cinta. Le entrega un billete de 10 soles. El encargado mira bien el billete, saca unas cuantas monedas de la caja y se las entrega a D.
- Gracias- dicen D y M al mismo tiempo. Se dan media vuelta y salen de la ferretería con el duct tape.
- ¿De qué te reías?- interroga D a M mientras caminan.
- ¿Te parece que la escena en que suena el solo de Free Bird es una de las escenas más deprimentes de la historia del cine?
- Sí.
M vuelve a reír. D sonríe.
- ¿Qué tiene?
- Huevón, ninguna escena que tenga de fondo el solo de guitarra de Free Bird puede ser deprimente. Es sencillamente imposible.
- ¿Por qué?
- Carajo, has escuchado el solo. Es frenético. Es frenético y energizante, esos no son atributos de la depresión.
D y M doblan a una calle aún más desolada.
- Mierda, ¿me estas diciendo que por una canción de fondo la escena pierde toda su carga emocional?- dice D entonces.
- ¿Qué carga emocional?
- Carajo, la escena es terrible, deprime. El primer plano de la espalda desnuda y más blanca que un nabo, los drogadictos tirados alrededor. Luego la cara de Jenny, como la de un autómata, un bicho andrógino, ojeroso, triste.
- Ajá.
M saca un alambre sumamente delgado de uno de los bolsillos de sus pantalones. Ambos se detienen frente a un automóvil viejo en la intersección de dos calles, un Chevrolet azul, de finales de los 80. Con disimulo, M introduce el alambre en la ranura de la llave.
- Parece una estatua de cera o un hombre realmente destrozado- prosigue D -. Y no es un hombre, carajo, es Jenny, uno ve ese rostro y se dice, "¡ese no es un hombre, es Jenny, la niñita, la amiga de Forrest!"
- Carajo, ¿quieres callarte un rato?
- Ah, sí, sorry.
- Bien...
M hace lo suyo. Abre la puerta del auto y sube. Luego le abre la puerta de al lado a D, que hace lo propio. D le pide un cigarrillo a M, y este le pasa la caja sin siquiera mirarlo. Está concentrado en sacar la caja de abajo del timón y empezar a jugar de manera precisa con los cables.
- Te encanta jugar con los cables- dice D encendiendo un cigarrillo.
- Me encanta jugar con tu vieja- responde M con voz cansina.
D ríe.
- Hijo de puta- responde.
Entonces el motor ruge. Ruge despacio y vuelve a rugir. Está encendiendo.
- Ya está- dice M, y el motor termina de encender.
- Bien- dice D.
- Dame mis cigarros.
D le pasa la caja a M, quien toma un cigarrillo y lo enciende. Se guarda la caja con el encendedor adentro y acelera. A lo lejos, pueden oir los gritos del dueño del vehículo, que sin duda ya ha sido alertado por los vecinos.
D y M se han alejado de la zona. Ahora se encuentran en un barrio mucho más limpio y ordenado y el auto se mueve rápidamente en las calles deshabitadas. Deben llegar en tan solo unos minutos al distrito de Miraflores.
- ¿Qué decías?- dice M con una mano fija sobre el volante. La otra está fuera de la ventana, soltando un cigarrillo antes de encender uno nuevo.
D se ríe, sorprendido de que fuese M quien retomase el tema.
- Decía que le quitas toda la importancia a la carga emocional de la escena, a lo visual, a lo estético. Una canción no puede imponerse a imágenes de la decadencia del ser humano, menos aún un solo de guitarra.
- He visto videos de las gemelas de Tres por Tres con solos de guitarra de bandas de black metal de fondo. Creeme que pierden cierta ternura.
- Estas hablando mierda y lo sabes, no es lo mismo. ¿Si te pongo el solo de Freebird como fondo de un corto sobre el Holocausto, las escenas serán pura alegría?
- No- responde M -. Parecerá que estas ensalzando el Holocausto, como si los judíos fueran unos monstruitos y Hitler Duke Nuken.
- Exacto. ¿Y acaso eso no es deprimente? Ver una escena así con ese solo de fondo ensalzando la decadencia humana sería ciertamente deprimente.
M detiene el auto. A partir de ahí, él y D deben caminar. Bajan y eso es lo que hacen: caminar.
- Huevón, ese solo está ahí para acentuar el vértigo de la caminata sobre el balcón.
- Por eso mismo deberías separar la escena de la espalda de Jenny de la canción de fondo.
M niega con la cabeza.
- Es imposible.
- ¡Puta madre!
Se detienen frente a una casa bastante grande en una transversal. Amurallada como un banco, sin ventanas, con un intercomunicador y una puerta y un portón macizos.
- Ya, listo, estamos aquí. Carlos Artaud, 411.
- ¿Crees que nos esté esperando?- pregunta D.
- No, ni cagando.
- Bien. Si está sólo, él nos abrirá la puerta.
- Tiene cámaras.
- Eso lo solucionamos adentro.
D llama a la puerta. Ambos hombres esperan con los brazos cruzados. Entonces se oye una voz en el intercomunicador. Es áspera, seria y cansina.
- ¿Sí?
- Buenas tardes- dice D -. ¿El señor Norberto Izaguirre?
- Sí, dígame.
- Correspondencia de Ketifarma S.A.C.
Se hace un momento de silencio. M mira su reloj.
- Déjelo debajo de la puerta- dice Izaguirre entonces.
- Debe firmar unos papeles- insiste D.
Otra pausa breve.
- Ya salgo.
- Mejor nos preparamos- dice D.
- No, aún no- responde M -. Aguanta un toque. Ya, ahora sí.
D saca el duct tape de uno de los bolsillos de su chaqueta, M carga su arma. Se abre ligeramente la puerta y M la introduce por la ranura. Izaguirre es un hombre calvo y gordo.
- Hola señor Izaguirre- dice M -. Ábranos paso.
Izaguirre quiere gritar pero D empuja la puerta y le da en la cara. M y él entran y cierran la puerta detrás de ellos. En una hora están afuera de nuevo y llevan puestas camisetas bastante ajustadas para sus tallas. Son las camisetas de los jóvenes Izaguirre, fuera de la ciudad por las fiestas. D, además, lleva un maletín deportivo colgado al hombro.
- Mira, Forrest Gump es una buena película- dice M mientras se alejan de la casa con las manos en los bolsillos -. Pero esa escena no es particularmente memorable.
- No la has visto con suficiente atención- responde D.
- Carajo, ¿cómo que no? Es Forrest Gump, todo el mundo la ha visto al menos un par de veces.
- Tú ni siquiera sabías quién era Jenny.
- Caca. Caca de perro, negra y suavecita. ¡Es una escena sin mayor importancia en la historia del cine!
D detiene un taxi.
- Brother, ¿a cuanto la carrera hasta el Museo de Oro?- pregunta al conductor.
M se muerde el labio inferior. El taxista pone una expresión inexpresiva en su rostro.
- ¿El Museo de Oro? Hmmm... eso es pasando el Puente Primavera, ¿no?- pregunta.
- Sí- responde M impaciente.
- Hmmm, 10 soles.
D se ríe.
- No, no, brother. Las fiestas ya terminaron.
- Pero pucha, amigo, es lejos- dice el taxista.
D y M se miran. El taxista los mira. Ellos lo miran a él.
- A mí normalmente me llevan por 7 desde aquí- dice D finalmente.
- ¿7? No, no, no se pase pues amigo. 8 si quiere.
D sonríe.
- 8.
Él y M se suben al taxi y este arranca sin mayor demora. D habla un rato con el taxista sobre las fiestas y lo peligroso de andar en taxi por la ciudad en vísperas de año nuevo. Pero desde el año nuevo han pasado dos días. M abre la ventana y luego enciende un cigarrillo.
- Invítame uno- le pide D entonces.
M le da una mirada inquisitva, pero termina por pasarle la caja. D no tarda en abrirla y encender otro cigarrillo.
- No voy a volver a hablar de películas contigo- dice entonces, echando por la ventana una bocanada de humo.
- ¿Ah? ¿Por qué no?
- No sabes nada de cine.
- ¡Puta madre! Jódete.
El taxi se adentra en la Avenida Angamos. D y M no vuelven a hablar en el resto del trayecto.

martes, 1 de enero de 2008

la torre del elefante

apoya la jarra de café sobre la mesa.
"¿qué ves a lo lejos?"
"veo la enorme cabeza de un elefante. O de su esqueleto. Por momentos es azul y por momentos plateada, pero sus colmillos siempre son de un color marfil amarillento, más como un hueso de verdad."
"tienes alucinaciones interesantes."
"sírveme el café, y cállate."
coge la jarra, alzala, sirve la taza. la taza es rosa y tiene líneas verdes en los bordes.
líneas como en las comisuras de tus labios.
"si fumaras un cigarrillo menos al día las venas en tus piernas podrían terminar de soltar toda esa tensión acumulada y convertirte en un espíritu libre en esta tierra."
"tienes un ácido sentido del humor."
"ácido como un hongo."
de los ojos del cráneo de elefante viene un auto rojo, un Corvette o quizás un Mustang, a esta distancia nada es lo mismo, nada puede verse con demasiada claridad, pero sin duda es un auto clásico y llamativo.
"¿te gustan los clásicos?"
"y entonces... ¿vamos a terminar con esto?"
"no cambies el tema. ¿te gustan?"
"eres un ángel. un ángel negro o una costra de rimel en mi mejilla."
"hmmmfmm."
aún a través del cristal y del pálido sol de la mañana puedo escuchar el ir y venir como la brisa marina, si bien estamos en el desierto y me distraen todos los demás ruidos. el vapor, las pequeñas gotitas de café. quizás me empiezo a quemar. ¿o nos quemamos?
"¿qué ves más allá del elefante?"
"¿vamos a terminar con esto?"
"no ignores mi pregunta."
te haz ido, o quizás solo te haz filtrado entre mis canas.
apoya la jarra de café sobre la mesa. ¿es eso un disparo?

(la bala salió del agujero de su nariz.)

La Torre del Metal (Prefacio)

"¿Cuantas cabezas debe cortar uno en la tribu de Chinak para ser un hombre? Cuarenta y cuatro cabezas de hombre y no bestia, reclamadas antes de disiparse el delicado aroma que precede a la tormenta. ¿Y qué valor tiene entre los bárbaros del sur la vida humana? El valor de las armas que no traicionan al que las porta. El del acero y la tierra regada por los lamentos de sus mujeres. Cruzar la llana estepa sobre cabalgadura se convierte en un trabajo pesado y lleno de hastío."