martes, 22 de enero de 2008

El Colón

Nací con una cola. Mis padres no tenían dinero para amputarla así que decidieron conservarla. Supongo que no imaginaron que el chisme crecería conmigo. Y no se trata de un bultito afeminado en el cóccix. Mi cola es como sería la de un mono, larga y prensil.
El asunto nunca fue gracioso del todo. Un niño con una cola no es como un niño con un retardo mental. No inspira simpatía. Los otros niños se meten con él y los adultos lo miran como si tuviera la culpa de algo. Así que me acostumbré a la suspicacia de los demás.
Pero me gustaba mi cola. Nunca hice nada para sacarmela de encima. A veces pensaba que su utilidad no tenía límites. Fui criado por mi padre para ayudarlo en el puerto y vaya que lo ayudaba. Era como un marino de tres manos. El único problema era que no me pagaba. No podía permitirselo, así que trabajaba gratis para mi padre y a cambio yo podía seguir viviendo bajo su techo.
Pese a nuestra situación, en casa teníamos una buena biblioteca. Un día unos curas llevaron a la parroquia una gran donación de libros de texto y mi padre y yo los cogimos todos. O no todos, pero sí bastantes. El problema es que luego, cuando mi padre quiso venderlos, nadie en el barrio quiso pagar. En un barrio de marineros, los hombres no tenían tiempo para leer y las mujeres no tenían un sueldo para invertir. Que vivan los 60's.
En fin. En el barrio me decían el Mono. También me decían Mandril. Las señoras más viejas me llamaban Satanás. Tenía una distinguida variedad de apodos. De todos ellos yo me quedaba con Cristobal, por "Colón". Para el hijo de un marinero, Cristobal era un mote distinguido.
El asunto es que antes de cumplir los veinte años todo iba bien. Fue a los veinte cuando las cosas se desmadraron. Y todo por culpa de las mujeres. O quizás de los hombres que las mataban de hambre, y no estoy hablando de hambre de comida, a menos que el gran plátano peludo cuente. Aunque supongo que en realidad todo fue culpa de las hormonas de Marinés. Marinés era la chica recorrida del barrio. Ella era una gran cachorra, había estado con todos. Menos conmigo, claro. Yo tenía una cola. Pero un día que tuve la tarde libre y me paseaba por el barrio, supongo que la agarré con hambre.
"Hola," me dijo, y yo contesté "Hola."
"No eres tan feo," dijo entonces. Y yo contesté "Supongo que no."
Y entonces Marinés me arrimó a su casa. Vivía sola con su padre, y el hombre estaba trabajando. Y fue ahí donde las cosas empezaron a ponerse bien. Estuvimos chancándonos por horas y entonces Marinés dijo: "Hey, podrías usar ese chisme." Y empezó a chuparme la cola. Dios mío, pensé, y luego de unas cuantas horas más, la cachorra estaba más que satisfecha.
"Podrías ser un puto," dijo limpiándose el sudor del cuerpo.
"Eh, aquí la puta eres tú."
Marinés se rió, pero yo me quedé pensando. Era mi posibilidad de hacer dinero. Por primera vez en toda mi vida. Así que decidí aprovecharla. Marinés me hizo propaganda entre las mujeres del barrio y pronto mi cola empezó a despertar el calor. Era un íncubo, un mono de la lujuria, yo era Satanás, el deseo encarnado, el mastil de la carabela.
Pero como dije antes, fue en ese período en que las cosas se desmadraron. Unos cuantos soles por un servicio, y las cuentas en la casa se empezaban a ir por el suelo. ¿En qué gastaban las mujeres el dinero del pan, de la mantequilla, del almuerzo? ¿Por qué carajo estaban sudando tanto? Fue mi padre quien lo dedujo. Estaba en la casa de los Duarte almorzándome a la señora Duarte cuando la puerta se abrió y entraron mi padre y otros cinco marineros grandes y me dieron una verdadera paliza. Me cogieron por la cola y me la hubieran cortado si mi padre no me los hubiera sacado de encima.
"¡Vete de aquí, vergüenza!" me gritó después, y eso hice. Y todas las amas de casa del barrio y las chiquillas, entre ellas Marinés, estaban ahí, viendo como les quitaban la felicidad. Nunca volví a los puertos. Me quería demasiado para hacerlo.
De ahí en adelante tuve varios trabajos. En más de veinte años lustré botas, freí plátanos, limpié vidrios y corté pastos. Pero principalmente bebí. Me gustaba beber, me vigorizaba. Realmente me sentía bien. Nunca volví a putearme. Sin nadie allí que hablara maravillas de mis habilidades y esa milagrosa extremidad mía, ninguna mujer respetable estaba dispuesta a probarme. Y la mayoría de las que no lo eran tampoco.
En los últimos años lo que más he hecho ha sido cortar grama. Soy un jardinero de puta madre, tengo talento. En fin, ahora mismo estoy cortando el jardín de la señora Gutiérrez, en Monterrico. La señora Gutiérrez está bastante bien, hace ejercicio y tiene el culo bien puesto. No le echo ni cuarenta años, pero en las mujeres de dinero la edad es siempre un asunto engañoso. Al marido lo he visto solo un par de veces, es un ejecutivo pequeñito y que siempre anda perfumado.
- Hey Edgar, ¿tiene sed?- dice la señora.
- Sí, claro señora, muchas gracias- digo yo, pasando la máquina sobre el pasto. Al rato la señora Gutiérrez se acerca con un vaso de limonada y yo se lo recibo con la cola.
- Dios mío- la escucho decir. Entonces es que recuerdo que siempre que trabajo como jardinero me ato la cola a la cintura, para no llamar la atención. Carajo, pienso.
- Oh, lo siento- digo.
- ¿Es eso lo que creo que es?- pregunta la señora Gutiérrez.
- Supongo que sí- respondo -. ¿Qué es lo que cree que es?
- Pase Edgar, pase, pase.
Así que la señora Gutiérrez y yo entramos a su casa y se me lanza encima.
- ¡Ajá!- exclama -. ¡Tiene usted una cola! ¡Edgar, es usted un hombre orquesta!
- Señora Gutiérrez, sáqueseme de encima. ¡Sácate de encima loca!
- No, no- dice la señora Gutiérrez -. ¡He estado necesitando esto desde hace meses!
La señora se saca la ajustada camiseta púrpura y libera un pecho bastante apetecible. Dios mío, pienso, esta mujer si que tiene tetas.
- Dios mío- digo, y comienzo a lamerlas, morderlas y llenarlas de chupetones. La señora Gutiérrez gime y grita, antes de arrancarme la camisa y los pantalones. En un segundo estoy desnudo, solo cubierto por mi espesa capa de vello rizado.
- Vaya, eres un hombre rizado- dice, y cogiéndome el mazo me lo empieza a chupar. Y sí que lo hace bien. Podría dejar que me la chupe todo el día, pero me doy cuenta de que eso no es lo que ella quiere. Me coge de la mano y me lleva rápidamente al segundo piso. Cierra la puerta detrás de nosotros y me lanza a la cama. Se pone encima mío y ni bien trato de besarle las tetas una vez más me empuja.
- Podemos saltarnos esa parte. Pasemos a lo de verdad.
La señora Gutiérrez abre su cajón y saca un tarrito de vaselina.
- Quiero que me la metas por los dos sitios.
- Dios mío, usted si que está necesitada- le digo.
- No sabes cuanto- dice, y me obliga a pararme. Se echa en la cama y abre las piernas al tiempo que levanta las caderas, dándome una buena vista de su sexo y la entrada de su culo -. Vamos cariño, no tengo todo el día.
Así que sin más meto dos dedos en el tarro y le embadurno el culo de vaselina. Luego froto un poco mi cola y sin más, la ensarto por los dos huecos, el primer chisme en la húmeda chucha y luego la cola en el culo.
- ¡Jesús!- exclama la señora Gutiérrez.
Entonces comenzamos a movernos. Sobre todo ella, se mueve como una loca. Gritamos, nos besamos, nos mordemos, le pellizco los pezones mientras la penetro. Estoy usando mis dos chismes como un verdadero campeón. ¡Soy el Ejército Rojo y estoy a punto de soltar la bomba!
- ¡Jesús! ¡Oh, Jesús, Jesús!- exclama la mujer. Yo me sigo moviendo y ella también y no para de gritar "Jesús, Jesús" mientras la cama chirrea.
- Mujer, para de llamar a Jesús que me estás poniendo nervioso- le digo entre jadeos.
- Oh, lo siento. Oh, Jesús. ¡Jesús, así, dame, dame, dame!
Entonces la puerta se abre y entra un tipo pequeño y grueso con un traje, es el marido, el señor Gutiérrez, y tiene un gran bate de béisbol.
- ¡Puta!- grita el tipo, pero me comienza a pegar a mí con el bate. Dios mío, ¿qué clase de persona tiene un bate de béisbol en el tercer mundo? Oh, Dios.
- ¡César, por Dios!- grita la mujer mientras su esposo me parte los huesos a batazos.
- ¿Así que te gusta tirarte a mi mujer, no monstruo de mierda?
Y el tipo no para de golpearme y golpearme. Cristo, no puedo sentir mis huesos. La cabeza, los brazos, la cola, Dios santo, la chula no.
Mientras el señor Gutiérrez me sigue golpeando, medito un poco sobre mi vida.

Dicen que algunos lo tienen.

Y que otros no.

4 comentarios:

Paulina dijo...

ñeee... muy tu estilo xD pero una cola en el culo? xD

P dijo...

pero claro, bocanada_, una cola en el culo :).

P dijo...

Ya, ahora sí: debo decir que tu cuento desde el comienzo inspiró cierto aire de "porno" pues sabía qué vendría luego, y que gracias a tu "literario relato" alguien me contó en detalle un sueño "colón" que tuvo conmigo. Gracias.

Lion Chinaski dijo...

Eso se debe a que empezaste a leer a partir de la aparición de la Señora Gutiérrez. Gracias Paula.