martes, 28 de abril de 2009

(Espiando a Nicole, domingo a las 8 a.m.)

Nicole observa a un pájaro gris
con los codos apoyados en el alfeizar de la ventana
se raspa de tanto en tanto
los dientes con la lengua
mientras los rayos del sol blanco secan su nariz.
Mueve la cabeza de lado a lado
siguiendo al pájaro con la mirada
observándolo posarse sobre un plato
lleno de agua
sobre las locetas.
Afuera de la casa
el jardín permanece solitario e inerte
sumido en el silencio para todos nosotros
pero no para ella:
Nicole tiene un oído agudísimo
realmente de la mejor calidad
y parando muy bien sus orejas
puede oir las pisadas de las frágiles patitas.
El pájaro se acerca al plato de comida
que está junto al del agua
abre sus alas en un bravo gesto de triunfo
y comienza a picotear las arenosas hojuelas.
Aquello es suficiente para Nicole.
Retirándose de la ventana
se vuelve hacia el corredor
y recorriéndolo de un salto
echa a correr escaleras abajo.
Vuelve su pálida mirada hacia la puerta del jardín
y sigilosa como un gato
con sus sentidos atentos al molesto ruido de las frágiles patitas
da un paso, dos pasos, muy lento y muy despacio
se aproxima al regordete pájaro
captando la pestífera fragancia de sus plumas.
Cuando lo tiene donde quiere, Nicole sonríe,
flexiona las rodillas y da un brinco.
El ave inadvertida no la ve venir
las enormes fauces ocultan el sol blanco
los dientes machacan la carne
arrancan las plumas
quiebran sin problemas las frágiles patitas,
mientras la paloma se debate moviendo sus alas,
Nicole es más fuerte y prevalece
con un preciso movimiento de su pata
le rompe el cuello.
Aún con el pájaro en el hocico,
la paciente Nicole abandona las tinieblas
se posa bajo el sol, escupiendo un montón de plumas grises. Masticando
se echa patas arriba
con la lengua afuera, roja y jadeante
revolcándose en la hierba
tierna, lozana y satisfecha.

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