D, el hombre al que llaman Judah, permanece sentado ante Howard Vizzini. Vizzini le hace un gesto con la mano.
- Coge un puro- le dice. Judah lo hace, sin más. Toma su cuchilla y corta un extremo del cigarro. Chupa el otro extremo y prende el lado cortado con su encendedor.
- No me acostumbro a verte hacer eso- dice Vizzini -. Sabes que debes usar fósforos para eso.
Judah se encoge de hombros, sonríe plácidamente y se alisa el cabello.
- Sabe que me gusta usar mis propias cosas- dice soltando una humarada púrpura -. Sin rechazar su hospitalidad, claro.
Vizzini no parece contento. Tampoco se le ve incómodo. Solo está ahí, sentado.
- ¿Recuerdas el asunto del banco, Judah?- pregunta al otro hombre.
Judah asiente.
- Sí- dice.
- Bien, hay un cambio de planes. No quiero que te deshagas de los documentos. Tráemelos.
Judah se queda mirando un rato a Vizzini. Frunce ligeramente el ceño y ladea la cabeza.
- ¿Y eso es todo?- pregunta, cogiendo el puro entre sus dedos.
- Sí. Todo lo demás sigue tal cual. Desactivas la alarma, abres la bóveda, buscas en su oficina y consigues los papeles. Solo que ahora me los traes.
- Bien entonces.
Judah sonríe.
- ¿Te divierte asustar a la gente, Judah?- pregunta Vizzini, mirándolo con curiosidad.
- Soy un hombre al que le gusta sonreír. Eso no interfiere con mi trabajo, ¿verdad?
Las miradas de ambos hombres se encontraron.
- No. Puedes retirarte.
Judah deja el puro sobre la mesa, se pone de pie y camina hacia la puerta. Antes de salir, habla una vez más.
- ¿Don Vizzini?
Howard Vizzini sale de un corto ensimismamiento.
- ¿Sí?
- Me gustaría que pagase por adelantado a las putas. Hace las cosas más simples.
- Muy bien Judah. Habla de ello con Eduardo.
Judah asiente y sale de ahí. Vizzini se queda solo en la oscuridad.
lunes, 25 de febrero de 2008
martes, 19 de febrero de 2008
4. Burn
- ¿No crees que exageras?
D dio una última calada a su cigarrillo.
- No- contestó. Arrojó la colilla al suelo y la pisó -. Pero no podemos estar seguros, ¿no? Habrá que esperar.
- Hmmm- murmuró el otro hombre -. En todo caso, no creas que yo no tengo accesos de alarmismo. A veces son terribles. Pienso que el país no tiene futuro, por el agua, el petróleo, la guerra.
El hombre se rascó el mentón, luego prosiguió.
- Pero entonces trato de no dejarme dominar y recordar que pese a todo estamos en un buen momento, y que aún tenemos tiempo para tomar medidas.
D rió. Se encendió otro cigarrillo.
- "El país." Siempre pensando en grande. ¿Hay algo que trates de compensar, Renton?
- Hombre, es nuestro país, con todo y todo, y hay medidas que debemos tomar por el hecho de que la situación esté así.
- Son medidas que no tendríamos que tomar si la sociedad fuera diferente- dijo D dando una calada a su cigarrillo -. Peeero, no lo es. Y la gente no se abre al cambio. Para la gente, "el cambio" es más de lo mismo. No pueden concebir el borrón y cuenta nueva. Le tienen miedo.
El hombre miró a D, la expresión en su rostro ligeramente consternada. Buscó un cigarrillo en el bolsillo de su camisa.
- Yo también le tengo miedo- contestó llevándose el tabaco a la boca -. Y le seguiré teniendo...
D rió una vez más. Acercándose al hombre, que ahora buscaba sus fósforos, encendió su cigarrillo.
- No te asustes tanto, Rents. Tú nunca lo verás.
D dio una última calada a su cigarrillo.
- No- contestó. Arrojó la colilla al suelo y la pisó -. Pero no podemos estar seguros, ¿no? Habrá que esperar.
- Hmmm- murmuró el otro hombre -. En todo caso, no creas que yo no tengo accesos de alarmismo. A veces son terribles. Pienso que el país no tiene futuro, por el agua, el petróleo, la guerra.
El hombre se rascó el mentón, luego prosiguió.
- Pero entonces trato de no dejarme dominar y recordar que pese a todo estamos en un buen momento, y que aún tenemos tiempo para tomar medidas.
D rió. Se encendió otro cigarrillo.
- "El país." Siempre pensando en grande. ¿Hay algo que trates de compensar, Renton?
- Hombre, es nuestro país, con todo y todo, y hay medidas que debemos tomar por el hecho de que la situación esté así.
- Son medidas que no tendríamos que tomar si la sociedad fuera diferente- dijo D dando una calada a su cigarrillo -. Peeero, no lo es. Y la gente no se abre al cambio. Para la gente, "el cambio" es más de lo mismo. No pueden concebir el borrón y cuenta nueva. Le tienen miedo.
El hombre miró a D, la expresión en su rostro ligeramente consternada. Buscó un cigarrillo en el bolsillo de su camisa.
- Yo también le tengo miedo- contestó llevándose el tabaco a la boca -. Y le seguiré teniendo...
D rió una vez más. Acercándose al hombre, que ahora buscaba sus fósforos, encendió su cigarrillo.
- No te asustes tanto, Rents. Tú nunca lo verás.
martes, 12 de febrero de 2008
3. Aži Dahāka
D entra en la oficina mientras sus hombres revuelven los papeles sobre los escritorios. D deja su arma sobre uno de los escritorios y camina hacia la caja fuerte. Desconoce la codificación, pero eso está a punto de cambiar. La caja fuerte se abre.
Un piso más abajo, numerosos empleados se preguntan qué detiene los sistemas de seguridad del edificio, y los más temerosos pierden la compostura ante la visión de los cadáveres ensangrentados de los ejecutivos. Un hombre golpea a un empleado con la culata de su rifle.
D revisa los documentos de forma rápida y mecánica. En la caja fuerte no encuentra dinero, pero la verdad es que no esperaba encontrarlo. Guarda los papeles adecuados en el interior de su saco y cierra la caja. Recoje su arma y sale de la oficina con paso ligero. Baja por las escaleras y al llegar al piso inferior, todas las miradas se posan en él. D mira a uno de sus hombres, que permanece atento a sus ordenes.
- Mátalos a todos- dice calmadamente, sin regocijarse demasiado a causa de los sollozos y la súbita e invisible bruma que se cierne sobre los corazones de los hombres y mujeres que trabajan en el banco.
D camina hacia la bóveda, donde los especialistas aún no han conseguido resultados. Mira su reloj de forma impaciente y decide intervenir. Los quita de en medio y posa la mano sobre la puerta de noventa centímetros de grosor, y sin mayor retraso esta se abre. Se hace un silencio. Los gritos y el ruido de las balas llega a sus oídos. D mira a sus hombres nuevamente.
- Apúrense. Sáquenlo todo- les dice. Sus hombres asienten.
D se acomoda la corbata y camina hacia la puerta del banco.
Un piso más abajo, numerosos empleados se preguntan qué detiene los sistemas de seguridad del edificio, y los más temerosos pierden la compostura ante la visión de los cadáveres ensangrentados de los ejecutivos. Un hombre golpea a un empleado con la culata de su rifle.
D revisa los documentos de forma rápida y mecánica. En la caja fuerte no encuentra dinero, pero la verdad es que no esperaba encontrarlo. Guarda los papeles adecuados en el interior de su saco y cierra la caja. Recoje su arma y sale de la oficina con paso ligero. Baja por las escaleras y al llegar al piso inferior, todas las miradas se posan en él. D mira a uno de sus hombres, que permanece atento a sus ordenes.
- Mátalos a todos- dice calmadamente, sin regocijarse demasiado a causa de los sollozos y la súbita e invisible bruma que se cierne sobre los corazones de los hombres y mujeres que trabajan en el banco.
D camina hacia la bóveda, donde los especialistas aún no han conseguido resultados. Mira su reloj de forma impaciente y decide intervenir. Los quita de en medio y posa la mano sobre la puerta de noventa centímetros de grosor, y sin mayor retraso esta se abre. Se hace un silencio. Los gritos y el ruido de las balas llega a sus oídos. D mira a sus hombres nuevamente.
- Apúrense. Sáquenlo todo- les dice. Sus hombres asienten.
D se acomoda la corbata y camina hacia la puerta del banco.
sábado, 2 de febrero de 2008
2. El círculo de Dante
Sus cabellos gotean sobre un charco de su propia orina y excrementos. D contempla la mierda fijamente, pues no hay nada más a su alrededor que merezca su atención. El doctor, el hombre de la bata y las inyecciones ya no se acerca a él. Ahora son los hombres de blanco, como cuando lo llevaron allí por primera vez. D ríe mientras los hombres de blanco lo golpean. Ríe y se atraganta con sus propios dientes.
- ¡Tú vas a limpiarlo!- grita el hombre de blanco, y él se ríe más fuerte, porque sabe que no es verdad. El hombre le da una patada y la vejiga se suelta. D se orina de nuevo.
- Hijo de puta- escucha. Después ya no escucha nada. Se ríe, y probablemente, esta vez, solo lo hace para molestar. Está pensando en otra cosa muy diferente a los desperdicios que le rodean o las palizas que le propinan. Ha estado escuchando la música de Otis Redding durante los últimos tres días, y jugando una partida de póker tras otra más tiempo del que podría verificar. Mientras le golpean con las macanas en las rodillas y amenazan con liberar en su sangre algún calmante, D se ríe. Está pensando en escapar.
- ¡Tú vas a limpiarlo!- grita el hombre de blanco, y él se ríe más fuerte, porque sabe que no es verdad. El hombre le da una patada y la vejiga se suelta. D se orina de nuevo.
- Hijo de puta- escucha. Después ya no escucha nada. Se ríe, y probablemente, esta vez, solo lo hace para molestar. Está pensando en otra cosa muy diferente a los desperdicios que le rodean o las palizas que le propinan. Ha estado escuchando la música de Otis Redding durante los últimos tres días, y jugando una partida de póker tras otra más tiempo del que podría verificar. Mientras le golpean con las macanas en las rodillas y amenazan con liberar en su sangre algún calmante, D se ríe. Está pensando en escapar.
viernes, 1 de febrero de 2008
1. La habitación del pánico
D limpia su navaja con cuidado, sentado sobre la cama de una habitación mal iluminada. La muchacha era alta, esbelta y morena, tal y como la pidió. Se besaron largamente en esa habitación de hotel y luego hicieron el amor. No hablaron demasiado. Cuando terminaron, D se dio una ducha. La muchacha, Arizona, vio su cuerpo tatuado y le hizo unas cuantas preguntas. D dio las respuestas habituales y comenzó a vestirse. Entonces ella fue a ducharse y D se sentó sobre la cama. Tomó la navaja que guardaba en su chaqueta y comenzó a limpiarla con un pañuelo de color púrpura. No limpiaba la navaja porque fuera realmente necesario, sino porque le ayudaba a pensar. Aún le quedaban momentos en que le gustaba pensar, pensar en películas, en música, en sacar provecho a su dinero. Por un momento, mientras limpiaba con cuidado el filo de la navaja, presionando suavemente con la yema de su dedo pulgar ensalivado, D pensó en rebanarle el cuello a Arizona. Luego pensó en lo cliché que resultaría aquella situación, una puta muerta hallada en una sucia habitación de hotel. Entonces D escucha el agua detenerse. Guarda la navaja en su chaqueta y el pañuelo en un bolsillo del pantalón. Se levanta y se pone la chaqueta. Arizona sale desnuda del baño, y hay algo radiante en ella. A D le gusta hacer el amor con mujeres morenas y delgadas. Que sean prostitutas o camareras le es indiferente, mientras estén sanas. Hacer su trabajo enfermo de sífilis era posible, pero no hubiera resultado fácil ni agradable. Estaba mejor limpio, tal y como Arizona estaba mejor viva. La mujer se acercó a besarlo y D no la rechazó. Sonrió con suavidad. Sacó algo de dinero de su chaqueta y lo dejó sobre la mesa de noche.
- Voy a irme. Paga con eso la habitación. Vizzini te dará lo que te toca.
Arizona chasqueó la lengua. Caminó hacia la mesita y recogió el dinero.
- ¿Don Vizzini paga todos tus placeres?
D se acomodó la corbata y posó una mano sobre el pomo de la puerta.
- Así es el negocio- respondió. Abrió la puerta y salió de allí.
- Voy a irme. Paga con eso la habitación. Vizzini te dará lo que te toca.
Arizona chasqueó la lengua. Caminó hacia la mesita y recogió el dinero.
- ¿Don Vizzini paga todos tus placeres?
D se acomodó la corbata y posó una mano sobre el pomo de la puerta.
- Así es el negocio- respondió. Abrió la puerta y salió de allí.
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