el verano es un período poco provechoso
para mí
quiero decir que a mí también me gusta
ver mujeres con poca ropa
tanto como a cualquier ser humano
con un alma y cuatro libras de carne al frente
sin embargo
odio la playa y otros
elementos del verano
pues para mí verano implica
no hacer otra cosa que beber y dormir
en las noches estivales reflexiono sobre esto
en compañía o en solitario
y pienso en que debería hacer algo más provechoso
quizá dejarles más propinas a los mozos
o dejar de endeudarme en la tienda de la esquina
pero las constelaciones
o las fases de la Tierra
el poder de la simbología de las estaciones
y la influencia del sol sobre la muerte
me lo impiden
soy un bodrio
soy un bodrio
soy un bodrio vomitando bilis
en cada hueco de la calle.
lunes, 26 de enero de 2009
viernes, 23 de enero de 2009
Lista de libros leídos en el 2008
La lista de libros leídos en el año 2008 (por ahí hay alguno que también leí en el 2007).
La Ciudad y los Perros, de Mario Vargas Llosa (novela)
Pulp, de Charles Bukowski (novela)
Sin Plumas, de Woody Allen (teatro)
Prometeo Mal Encadenado, de André Gide (novela)
Iluminaciones, de Arthur Rimbaud (poesía)
Escritos de un Viejo Indecente, de Charles Bukowski (cuentos)
Juego de Tronos, de George R. R. Martin (novela)
Choque de Reyes, de George R. R. Martin (novela)
Tormenta de Espadas, de George R. R. Martin (novela)
Festín de Cuervos, de George R. R. Martin (novela)
2666, de Roberto Bolaño (novela)
Se Busca una Mujer, de Charles Bukowski (cuentos)
Llamadas Telefónicas, de Roberto Bolaño (cuentos)
Rebeldes, de Susan E. Hinton (novela)
Nuestro GG en La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez (novela)
En los Extramuros del Mundo, de Enrique Verástegui (poesía)
Watchmen, de Alan Moore (novela gráfica)
El Exorcista, de William Peter Blatty (novela)
La Casa de Dostoievsky, de Jorge Edwards (novela)
Música de Cañerías, de Charles Bukowski (cuentos)
Porno, de Irvine Welsh (novela)
Cartero, de Charles Bukowski (novela)
Trilogía Sucia de La Habana, Pedro Juan Gutiérrez (cuentos-novela)
La Pistola de Mi Hermano, de Ray Lóriga (novela)
El Gaucho Insufrible, de Roberto Bolaño (cuentos-ensayos)
La Ciudad y los Perros, de Mario Vargas Llosa (novela)
Pulp, de Charles Bukowski (novela)
Sin Plumas, de Woody Allen (teatro)
Prometeo Mal Encadenado, de André Gide (novela)
Iluminaciones, de Arthur Rimbaud (poesía)
Escritos de un Viejo Indecente, de Charles Bukowski (cuentos)
Juego de Tronos, de George R. R. Martin (novela)
Choque de Reyes, de George R. R. Martin (novela)
Tormenta de Espadas, de George R. R. Martin (novela)
Festín de Cuervos, de George R. R. Martin (novela)
2666, de Roberto Bolaño (novela)
Se Busca una Mujer, de Charles Bukowski (cuentos)
Llamadas Telefónicas, de Roberto Bolaño (cuentos)
Rebeldes, de Susan E. Hinton (novela)
Nuestro GG en La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez (novela)
En los Extramuros del Mundo, de Enrique Verástegui (poesía)
Watchmen, de Alan Moore (novela gráfica)
El Exorcista, de William Peter Blatty (novela)
La Casa de Dostoievsky, de Jorge Edwards (novela)
Música de Cañerías, de Charles Bukowski (cuentos)
Porno, de Irvine Welsh (novela)
Cartero, de Charles Bukowski (novela)
Trilogía Sucia de La Habana, Pedro Juan Gutiérrez (cuentos-novela)
La Pistola de Mi Hermano, de Ray Lóriga (novela)
El Gaucho Insufrible, de Roberto Bolaño (cuentos-ensayos)
lunes, 19 de enero de 2009
Zombies
Zombies. Los muertos se levantan de sus tumbas y caminan hacia nosotros. La gente se muere de miedo y eso, realmente, no ayuda. He estado disparando contra esos maricas lo que va de la noche, a penas puedo sentir mis dedos.
Un pueblito pequeño en Santa Clara, todo parece normal hasta que llega el haitiano. Monsieur Préval. Un hombre negro, alto y delgado, buscando trabajo como sepulturero. Pero este pueblo tenía un sepulturero. Así que condenado al ostracismo, el haitiano considera sus opciones. Zombies. Qué gran hijo de puta.
"¡Eh, Ojitos, trae más municiones!," exclama Joe desde el otro extremo de la habitación. Ambos apuntamos con los Winchester a través de la cerca y disparamos, una y otra vez. Pero ya casi nos hemos quedado sin balas. Alguien tiene que volver al sótano y pedirle municiones a Maggie, antes de que los condenados se acerquen.
"Pídele a tu mujer que las traiga," digo yo, recargando el rifle.
"Maggie no va a salir por nada, yo me encargo de estos cabrones, tú trae las jodidas balas."
Joe es más grande, también más valiente. Él es el gran hermano. Le doy una mirada (esa mirada) y escupo la colilla de mi cigarro a sus pies. Luego salgo de ahí, rifle en mano, y me dirijo al sótano. Allí están Maggie y los niños, rezando un Padre Nuestro a viva voz.
"Eh, Maggie, pásame cartuchos."
Cobija a los pequeños bajo sus brazos y pese a su enfermizo color tiza y aquella línea difusa en la que sus ora carnosos labios se han convertido, su rostro logra expresar desaprobación.
"Llévatelos todos, Ojitos. Llévatelos todos y vete."
"No seas una puta malcriada Maggie, si me los llevo todos y esos hijos de puta logran acercarse lo suficiente, tendré que venir aquí corriendo a encerrarme con ustedes y a ver si al jodido Espíritu Santo se le ocurre traerme balitas del Paraíso."
En ese momento un grito sacude la noche. Un grito horroroso, buenamente, pero la verdad es que Joe con todas sus cualidades nunca fue el más bonito de los hijos de mamá O'Hagan. Maggie se santigua y abraza a sus hijos con fuerza y yo solo atino a gruñir: "Maldito haitiano."
Cojo algunas municiones y subiendo por las escaleras, salgo a la noche.
Ahí los veo. Ya han cruzado la cerca, los muy asquerosos. Son horribles. Con pieles correosas y ojos blanquecinos, como el huevo podrido de algún ave del desierto. Se mueven lento, pero no se detienen. Hay que tener buena puntería.
"¡Maggie!" grito. "¡Maggie, sube aquí ahora mismo!"
"¡Qué es lo que quieres Ojitos!"
"Deja a tus cachorros ahí y ayúdame con esto. ¡Son demasiados!"
"¡Ojitos, son unos niños... !"
"¡Sube ahora mismo, perra!"
Maggie sube y ni bien ha sacado los pies del umbral le entrego el Winchester con un par de cargas.
"¿Sabes usarlo?"
"Sí."
"Bien, apunta a la cabeza. Siempre a la cabeza, que sino no flipan. ¿Está claro?"
Por toda respuesta dispara a la cabeza del que va adelante. El horrendo hijo de puta cae al suelo y algunos zombies se detienen para devorarlo.
"¡Coño, Margaret O'Riley, a eso llamo yo buena puntería!"
Pego un grito de alegría y empiezo a disparar con la Colt que guardaba hasta hace a penas unos segundos en el cinto. Disparo, disparo, disparo. Estoy realmente eufórico y cuando entre mi cuñada y yo ya nos hemos cargado a unos veinte zombies, trato de besarla.
"¡No, Ojitos, qué haces!"
"Vamos nena, no me digas que no lo deseas. ¡Le estamos ganando a la muerte!"
Entonces me patea en la descendencia. Me contraigo del dolor y me dispara en la tripa.
"Mierda... Maggie... "
La escucho llamar a los niños. Los escucho correr, y escucho disparos. Luego, el ruido de los caballos. ¡La muy hija de puta me abandona! No sobrevivirá. No sobrevivirá a las montañas, a los salvajes... será comida de cadáveres y luego, de gusanos. No hay forma de que abandone Santa Clara con los niños. Morirá de hambre o de sed o de... tantas cosas. Mira tú. Supongo que nunca es buen momento para codiciar a la mujer de tu hermano.
Trato de reincorporarme, a penas sintiendo mis piernas. Estoy sangrando muchísimo. Apoyo la cabeza en las puertas del sótano y veo a los muertos acercándose. Comienzo a contarlos: Marla O'Flannigan, la vieja dueña del cabaret, Mickey O'Rourke, el viejo sheriff, Wendy O'Dee, la viuda del sheriff anterior... Pat O'Daly, el sepulturero, y... otros catorce que ya no distingo, por lo descompuestos. En fin, el caso es que yo solo tengo dos balas. Ah, y ahí viene Joe. Mi hermano Joe.
Un pueblito pequeño en Santa Clara, todo parece normal hasta que llega el haitiano. Monsieur Préval. Un hombre negro, alto y delgado, buscando trabajo como sepulturero. Pero este pueblo tenía un sepulturero. Así que condenado al ostracismo, el haitiano considera sus opciones. Zombies. Qué gran hijo de puta.
"¡Eh, Ojitos, trae más municiones!," exclama Joe desde el otro extremo de la habitación. Ambos apuntamos con los Winchester a través de la cerca y disparamos, una y otra vez. Pero ya casi nos hemos quedado sin balas. Alguien tiene que volver al sótano y pedirle municiones a Maggie, antes de que los condenados se acerquen.
"Pídele a tu mujer que las traiga," digo yo, recargando el rifle.
"Maggie no va a salir por nada, yo me encargo de estos cabrones, tú trae las jodidas balas."
Joe es más grande, también más valiente. Él es el gran hermano. Le doy una mirada (esa mirada) y escupo la colilla de mi cigarro a sus pies. Luego salgo de ahí, rifle en mano, y me dirijo al sótano. Allí están Maggie y los niños, rezando un Padre Nuestro a viva voz.
"Eh, Maggie, pásame cartuchos."
Cobija a los pequeños bajo sus brazos y pese a su enfermizo color tiza y aquella línea difusa en la que sus ora carnosos labios se han convertido, su rostro logra expresar desaprobación.
"Llévatelos todos, Ojitos. Llévatelos todos y vete."
"No seas una puta malcriada Maggie, si me los llevo todos y esos hijos de puta logran acercarse lo suficiente, tendré que venir aquí corriendo a encerrarme con ustedes y a ver si al jodido Espíritu Santo se le ocurre traerme balitas del Paraíso."
En ese momento un grito sacude la noche. Un grito horroroso, buenamente, pero la verdad es que Joe con todas sus cualidades nunca fue el más bonito de los hijos de mamá O'Hagan. Maggie se santigua y abraza a sus hijos con fuerza y yo solo atino a gruñir: "Maldito haitiano."
Cojo algunas municiones y subiendo por las escaleras, salgo a la noche.
Ahí los veo. Ya han cruzado la cerca, los muy asquerosos. Son horribles. Con pieles correosas y ojos blanquecinos, como el huevo podrido de algún ave del desierto. Se mueven lento, pero no se detienen. Hay que tener buena puntería.
"¡Maggie!" grito. "¡Maggie, sube aquí ahora mismo!"
"¡Qué es lo que quieres Ojitos!"
"Deja a tus cachorros ahí y ayúdame con esto. ¡Son demasiados!"
"¡Ojitos, son unos niños... !"
"¡Sube ahora mismo, perra!"
Maggie sube y ni bien ha sacado los pies del umbral le entrego el Winchester con un par de cargas.
"¿Sabes usarlo?"
"Sí."
"Bien, apunta a la cabeza. Siempre a la cabeza, que sino no flipan. ¿Está claro?"
Por toda respuesta dispara a la cabeza del que va adelante. El horrendo hijo de puta cae al suelo y algunos zombies se detienen para devorarlo.
"¡Coño, Margaret O'Riley, a eso llamo yo buena puntería!"
Pego un grito de alegría y empiezo a disparar con la Colt que guardaba hasta hace a penas unos segundos en el cinto. Disparo, disparo, disparo. Estoy realmente eufórico y cuando entre mi cuñada y yo ya nos hemos cargado a unos veinte zombies, trato de besarla.
"¡No, Ojitos, qué haces!"
"Vamos nena, no me digas que no lo deseas. ¡Le estamos ganando a la muerte!"
Entonces me patea en la descendencia. Me contraigo del dolor y me dispara en la tripa.
"Mierda... Maggie... "
La escucho llamar a los niños. Los escucho correr, y escucho disparos. Luego, el ruido de los caballos. ¡La muy hija de puta me abandona! No sobrevivirá. No sobrevivirá a las montañas, a los salvajes... será comida de cadáveres y luego, de gusanos. No hay forma de que abandone Santa Clara con los niños. Morirá de hambre o de sed o de... tantas cosas. Mira tú. Supongo que nunca es buen momento para codiciar a la mujer de tu hermano.
Trato de reincorporarme, a penas sintiendo mis piernas. Estoy sangrando muchísimo. Apoyo la cabeza en las puertas del sótano y veo a los muertos acercándose. Comienzo a contarlos: Marla O'Flannigan, la vieja dueña del cabaret, Mickey O'Rourke, el viejo sheriff, Wendy O'Dee, la viuda del sheriff anterior... Pat O'Daly, el sepulturero, y... otros catorce que ya no distingo, por lo descompuestos. En fin, el caso es que yo solo tengo dos balas. Ah, y ahí viene Joe. Mi hermano Joe.
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