lunes, 19 de enero de 2009

Zombies

Zombies. Los muertos se levantan de sus tumbas y caminan hacia nosotros. La gente se muere de miedo y eso, realmente, no ayuda. He estado disparando contra esos maricas lo que va de la noche, a penas puedo sentir mis dedos.
Un pueblito pequeño en Santa Clara, todo parece normal hasta que llega el haitiano. Monsieur Préval. Un hombre negro, alto y delgado, buscando trabajo como sepulturero. Pero este pueblo tenía un sepulturero. Así que condenado al ostracismo, el haitiano considera sus opciones. Zombies. Qué gran hijo de puta.
"¡Eh, Ojitos, trae más municiones!," exclama Joe desde el otro extremo de la habitación. Ambos apuntamos con los Winchester a través de la cerca y disparamos, una y otra vez. Pero ya casi nos hemos quedado sin balas. Alguien tiene que volver al sótano y pedirle municiones a Maggie, antes de que los condenados se acerquen.
"Pídele a tu mujer que las traiga," digo yo, recargando el rifle.
"Maggie no va a salir por nada, yo me encargo de estos cabrones, tú trae las jodidas balas."
Joe es más grande, también más valiente. Él es el gran hermano. Le doy una mirada (esa mirada) y escupo la colilla de mi cigarro a sus pies. Luego salgo de ahí, rifle en mano, y me dirijo al sótano. Allí están Maggie y los niños, rezando un Padre Nuestro a viva voz.
"Eh, Maggie, pásame cartuchos."
Cobija a los pequeños bajo sus brazos y pese a su enfermizo color tiza y aquella línea difusa en la que sus ora carnosos labios se han convertido, su rostro logra expresar desaprobación.
"Llévatelos todos, Ojitos. Llévatelos todos y vete."
"No seas una puta malcriada Maggie, si me los llevo todos y esos hijos de puta logran acercarse lo suficiente, tendré que venir aquí corriendo a encerrarme con ustedes y a ver si al jodido Espíritu Santo se le ocurre traerme balitas del Paraíso."
En ese momento un grito sacude la noche. Un grito horroroso, buenamente, pero la verdad es que Joe con todas sus cualidades nunca fue el más bonito de los hijos de mamá O'Hagan. Maggie se santigua y abraza a sus hijos con fuerza y yo solo atino a gruñir: "Maldito haitiano."
Cojo algunas municiones y subiendo por las escaleras, salgo a la noche.
Ahí los veo. Ya han cruzado la cerca, los muy asquerosos. Son horribles. Con pieles correosas y ojos blanquecinos, como el huevo podrido de algún ave del desierto. Se mueven lento, pero no se detienen. Hay que tener buena puntería.
"¡Maggie!" grito. "¡Maggie, sube aquí ahora mismo!"
"¡Qué es lo que quieres Ojitos!"
"Deja a tus cachorros ahí y ayúdame con esto. ¡Son demasiados!"
"¡Ojitos, son unos niños... !"
"¡Sube ahora mismo, perra!"
Maggie sube y ni bien ha sacado los pies del umbral le entrego el Winchester con un par de cargas.
"¿Sabes usarlo?"
"Sí."
"Bien, apunta a la cabeza. Siempre a la cabeza, que sino no flipan. ¿Está claro?"
Por toda respuesta dispara a la cabeza del que va adelante. El horrendo hijo de puta cae al suelo y algunos zombies se detienen para devorarlo.
"¡Coño, Margaret O'Riley, a eso llamo yo buena puntería!"
Pego un grito de alegría y empiezo a disparar con la Colt que guardaba hasta hace a penas unos segundos en el cinto. Disparo, disparo, disparo. Estoy realmente eufórico y cuando entre mi cuñada y yo ya nos hemos cargado a unos veinte zombies, trato de besarla.
"¡No, Ojitos, qué haces!"
"Vamos nena, no me digas que no lo deseas. ¡Le estamos ganando a la muerte!"
Entonces me patea en la descendencia. Me contraigo del dolor y me dispara en la tripa.
"Mierda... Maggie... "
La escucho llamar a los niños. Los escucho correr, y escucho disparos. Luego, el ruido de los caballos. ¡La muy hija de puta me abandona! No sobrevivirá. No sobrevivirá a las montañas, a los salvajes... será comida de cadáveres y luego, de gusanos. No hay forma de que abandone Santa Clara con los niños. Morirá de hambre o de sed o de... tantas cosas. Mira tú. Supongo que nunca es buen momento para codiciar a la mujer de tu hermano.
Trato de reincorporarme, a penas sintiendo mis piernas. Estoy sangrando muchísimo. Apoyo la cabeza en las puertas del sótano y veo a los muertos acercándose. Comienzo a contarlos: Marla O'Flannigan, la vieja dueña del cabaret, Mickey O'Rourke, el viejo sheriff, Wendy O'Dee, la viuda del sheriff anterior... Pat O'Daly, el sepulturero, y... otros catorce que ya no distingo, por lo descompuestos. En fin, el caso es que yo solo tengo dos balas. Ah, y ahí viene Joe. Mi hermano Joe.

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