Helen Pogue mira al pequeño que tiene ante él. Pequeño, delgado, anguloso. Le sonríe en un gesto que pretende ser reconfortante pero el niño sigue escrutándola con frialdad. Tiene bonitos ojos negros.
- ¿De qué quieres hablar, Jude?
- Nada en especial- dice el niño.
- ¿No?
- No, no realmente.
Helen se muerde el labio suavemente, repitequea con las uñas sobre la mesa, despacio. Un gesto intuitivo, muy femenino. Toma un bolígrafo y una hoja de papel. Se los extiende al paciente.
- Hagamos esto: dibuja lo que quieras, algo relacionado a tu familia.
- No quiero.
Una risa queda escapa de la boca de Helen. Estaba esperando aquella negativa.
- ¿No te gusta dibujar?
- ¿Qué es lo que le parece gracioso?- inquiere el niño, ignorando su última pregunta.
- ¿Disculpa, Jude?
- ¿Qué es lo que le parece gracioso? Se está riendo.
- Bueno, Jude, no me pones las cosas muy fáciles. Es difícil tratar contigo.
- Usted no debería tratar conmigo, Helen. Yo no debería estar aquí. No quiero volver.
Lo sólido en su sinceridad le apabulla. No tiene diez años todavía.
- ¿Estás molesto con tus padres por hacerte venir?
- No. Los odio, independientemente de que me hagan venir. Que yo no quiera venir ya es por algo distinto.
- ¿Te caigo mal, Jude?
- No.
Helen sonríe, buscando un rastro de calidez en los rasgos de su paciente. No lo encuentra en ninguna parte.
- No tiene que ver con que me caigas bien o mal, Helen- dice el pequeño -. Estoy perdiendo el tiempo aquí.
- ¿Por qué lo dices?
- Podría estar divirtiéndome.
- Ok. ¿Qué te gustaría hacer si no vinieras a la consulta, Jude? En la escuela y en casa no la pasas bien, por lo que me has dicho.
- No. No me puedo concentrar. Quiero ver un incendio.
- ¿Un incendio?
- Sí. Quiero estar sentado a la sombra de las llamas y mirarlas muy muy fijamente. Hace calor, pero no es como cuando hace sol. El sol es una mierda. Mierda de escarabajo.
Helen se quedó mirando al pequeño.
- ¿Estoy enfermo porque me gusta el fuego?
- No- responde la mujer, tratando de sonar reconfortante -. ¿Por qué dices que es una mierda... de escarabajo?
- De escarabajo pelotero. Arrastran pelotas de mierda a empujones. Redondas y brillantes, como el sol.
Helen rió. Aquél niño leía bastante.
- Me gusta leer- dice Judah.
- ¿Sí, mucho?
- Bastante. Hay cosas interesantes.
- Seguro que sí. La lectura es muy importante. ¿Qué libros te gusta leer, Jude? ¿También podrías estar leyendo si no estuvieras aquí?
- Yo estoy leyendo todo el tiempo, Helen. Leo de todo.
El silencio impera por un momento. Sus ojos se encuentran. Brillan.
- ¿Qué otra cosa podrías estar haciendo si no estuvieras aquí, Jude?
- Podría estar afilando un cuchillo. Y luego limpiarlo.
- ¿Afilarlo y limpiarlo?
Se muerde el labio una vez más.
- ¿Por qué lo afilarías para luego limpiarlo Jude? ¿No hay un intermedio?
El niño la contempla curioso.
- ¿Un intermedio?
- Una acción intermedia, algo que requiera la limpieza luego de afilar la hoja. Por ejemplo, cortar una fruta. El cuchillo se ensucia con el jugo y necesita ser limpiada. Afilas la herramienta para llevar acabo una acción, luego, la acción trae la limpieza como consecuencia.
El niño ríe, asintiendo.
- No hay acción intermedia Helen- dice entonces.
- ¿No la hay, Jude?
- No. Es solamente una ilusión.
- No te entiendo.
- Mira la hoja, Helen. He hecho un dibujo.
La mujer suspira.
- Yo tengo el bolígrafo, Jude...
Igualmente, baja la mirada hacia la hoja. Alguien ha dibujado un ángel.
miércoles, 25 de febrero de 2009
miércoles, 18 de febrero de 2009
6. Ahriman
Ahriman. Ahriman. Ahriman lo rodea todo. La oscuridad lo rodea todo.
Arrinconado en un agujero en el suelo, Judah cuenta los dedos de su mano y piensa en el camino que tiene delante de sus ojos. Un camino que se prolonga en numerosas avenidas y se dobla y se retuerce en sí mismo, dejando una cantidad ilimitada de cambio frente a él.
Piensa en un partido de fútbol, "soccer", en los desiertos de Sonora.
Eso fue hace mucho. No. Eso aún no ha sido. Está en los rincones oscuros de mi mente, pero aún está por ocurrir.
Piensa en el zumbido taciturno de aquél vinilo girando sobre el tornamesa.
Eso no está sucediendo aquí, piensa. Eso ocurre muy, muy lejos, en algún escondite lejano, un refugio contra la oscuridad.
Está empezando a asumirlo. Ahriman, Ahriman. La sustancia a su alrededor, el polvo de los muertos que se eleva. ¿Es esto Verdad, o se trata de una nueva Farsa? Sabe que se encuentra en los dominios de Angra Mainyu, donde todo es falso.
Recoge un puñado de tierra. Está mezclada con su propia sangre, sangre derramada de los agujeros en su boca. El polvo chorrea entre sus dedos rotos, pero no cae. No cae, sino que se eleva en la oscuridad.
- Ahriman- susurra, sus primeras palabras en casi un año de semi-inconsciencia -. Ahriman, Ahriman... Angra Mainyu...
Ahora puede sentirlo en su cuerpo. Está despertando: su cuerpo está despertando.
- He... aguardado... a la noche- murmura la letanía -. He esperado... el final... del verano.
Se levanta.
- Ahora el invierno está cerca.
Nada lo sostiene a la tierra, y lo sabe. Sus dientes destrozados se han enmendado, refaccionados con el calcio de la tierra, una luz brillante en la oscuridad del agujero.
Mis huesos son una ilusión, piensa. Sus huesos, sus músculos, sus órganos. Todo entero una vez más, todo brillando, una luz falsa en la oscuridad del agujero.
- Yo soy Aži Dahāka. Aquél que posee diez mil corceles. Aquél que ríe.
Piensa en la oscuridad que tiene delante y en los caminos que se le han presentado. Pasado, presente y futuro, todo en un mismo escenario, aglomerado en un pequeño rincón de su mente. Debe tomar uno solo de entre los hilos del tapiz de la realidad y hacerlo suyo.
Se eleva sobre la tierra, ninguna fuerza le sostiene. Solo un camino puede darle mil años de oscuridad.
Arrinconado en un agujero en el suelo, Judah cuenta los dedos de su mano y piensa en el camino que tiene delante de sus ojos. Un camino que se prolonga en numerosas avenidas y se dobla y se retuerce en sí mismo, dejando una cantidad ilimitada de cambio frente a él.
Piensa en un partido de fútbol, "soccer", en los desiertos de Sonora.
Eso fue hace mucho. No. Eso aún no ha sido. Está en los rincones oscuros de mi mente, pero aún está por ocurrir.
Piensa en el zumbido taciturno de aquél vinilo girando sobre el tornamesa.
Eso no está sucediendo aquí, piensa. Eso ocurre muy, muy lejos, en algún escondite lejano, un refugio contra la oscuridad.
Está empezando a asumirlo. Ahriman, Ahriman. La sustancia a su alrededor, el polvo de los muertos que se eleva. ¿Es esto Verdad, o se trata de una nueva Farsa? Sabe que se encuentra en los dominios de Angra Mainyu, donde todo es falso.
Recoge un puñado de tierra. Está mezclada con su propia sangre, sangre derramada de los agujeros en su boca. El polvo chorrea entre sus dedos rotos, pero no cae. No cae, sino que se eleva en la oscuridad.
- Ahriman- susurra, sus primeras palabras en casi un año de semi-inconsciencia -. Ahriman, Ahriman... Angra Mainyu...
Ahora puede sentirlo en su cuerpo. Está despertando: su cuerpo está despertando.
- He... aguardado... a la noche- murmura la letanía -. He esperado... el final... del verano.
Se levanta.
- Ahora el invierno está cerca.
Nada lo sostiene a la tierra, y lo sabe. Sus dientes destrozados se han enmendado, refaccionados con el calcio de la tierra, una luz brillante en la oscuridad del agujero.
Mis huesos son una ilusión, piensa. Sus huesos, sus músculos, sus órganos. Todo entero una vez más, todo brillando, una luz falsa en la oscuridad del agujero.
- Yo soy Aži Dahāka. Aquél que posee diez mil corceles. Aquél que ríe.
Piensa en la oscuridad que tiene delante y en los caminos que se le han presentado. Pasado, presente y futuro, todo en un mismo escenario, aglomerado en un pequeño rincón de su mente. Debe tomar uno solo de entre los hilos del tapiz de la realidad y hacerlo suyo.
Se eleva sobre la tierra, ninguna fuerza le sostiene. Solo un camino puede darle mil años de oscuridad.
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