jueves, 30 de julio de 2009

La Casa de Átropos

En la mitología griega, Átropos era la mayor de las tres Moiras. Su nombre en griego quiere decir "inevitable"; los romanos la llamaban Morta, que en nuestro idioma se traduce como "muerte". Es cierto que la muerte es inevitable. Al final de la vida, Átropos cortaba el hilo que sus hermanas menores habían tejido y medido previamente, sellando el destino del mortal que representaba. Si bien algunos lo ponen en duda, se dice que era tal el poder de su voluntad, que el mismo Zeus estaba atado a sus decisiones.
No todos los seres, sin embargo, temían el desenlace impuesto por la más terrible de las Moiras. Entre los hombres mortales, habían algunos que Átropos consideraba especiales, por motivos que solo ella en su calidad de Ejecutora del Destino podía comprender. Apartando el hilo del resto, guardándolo en la oscuridad de una vieja caja, aquél mortal era irremediablemente sacado del tapiz del destino.
Entre los antiguos seres humanos se decía de estos hombres arrancados del tiempo, criaturas frías e imperecederas, que pertenecían a la Casa de Átropos. Temidos y respetados por ser los protegidos de la Inevitable, los miembros de la Casa de Átropos nunca eran contrariados ni la menor afrenta era perpetuada contra ellos. Para ellos, la ley y todo su peso eran intangibles.
En las tinieblas de la caja en que los hilos eran guardados, estos iban perdiendo su color, se iban adaptando a la oscuridad, y lo mismo sucedía con sus cuerpos de carne y hueso. La muerte física les sucedía en el momento en que eran apartados del Tapiz, si bien la caja de Átropos conservaba las almas en sus cuerpos. La luz se convertía en algo inconveniente, y con el tiempo, en algo mortal. Sus apetitos pasaban a ser nuevas necesidades propias de los inmortales - solo el sacrificio de la sangre viva podía calmar su sed.
Como se dijo algo más arriba, el peso de la ley mortal no se aplicaba a la Casa. Tampoco el peso de las leyes del mundo natural. Al estar excluidos del Destino, los protegidos de la Moira podían desafiar las leyes bajo las que los otros hombres se regían. Las leyes de la física, de la gravedad, se hacían flexibles a sus deseos, y con el paso del tiempo y la fuerza que dan los siglos, podían llegar a perder toda la influencia que alguna vez pudieran tener sobre sus cuerpos.

Nota: este texto será reescrito eventualmente, con más tiempo.

(15 de abril del 2007)

1 comentario:

Juan Alarcón dijo...

Estoy envidioso, que escritura tan clara y que imaginación mas elaborada. Pense que "el caballo de Trasia" solo era una iluminación en la oscuridad; Pero, ahora me doy cuenta de que estas a pleno sol de mediodia. Que buenos cuentos, estoy envidioso.