Por aquél entonces ya no tenía el Plymouth. Tenía un Toyota Celica del año ochenta y algo, aunque podría haber sido cualquier otro Toyota de esa década y en general cualquier auto, porque la verdad es que ahora no tengo uno y a penas tengo nada para movilizarme. Son tiempos de vacas flacas, sí. Me llamo Vercingétorix Grandbois, y cada vez estoy más convencido de que lo último que debí hacer con mi vida fue hacerme detective. Pero mientras quede un poco de buen Boris en la botella todo será felicidad. Yo y mi hígado contra el mundo.
Pero todo esto no es más que el desembocamiento de una historia, por supuesto, o quizá su afluente. No vamos a ponernos cartográficos. Los detalles son detalles y están ahí para distraernos. Yo lo sé. Lo leí en un manual. El Manual del Private Eye.
Vamos a comenzar así: Así que yo estaba detrás de mi escritorio sacando cuentas y fumando en la oscuridad cuando llamaron a la puerta. Pase, digo, y la puerta se abre, y entra un tipo escuálido y de rasgos afilados que dice llamarse Ramón Estévez. ¿Vercingétorix Grandbois? pregunta, y yo le contestó afirmativamente y le pregunto al señor Estévez cómo puedo ayudarlo. Le indico la silla frente a mí. Estévez mira a su alrededor de forma muy abstraída y toma asiento. No deja de mirar a su alrededor. A mí, a penas me presta atención. Pienso: Quizá no fue buena idea colgar todos esos posters con portadas de discos de Cannibal Corpse. Pero qué puedo decir en mi defensa, para el arte soy algo mórbido. (Me encantan las palabras complicadas.) Miro al señor Estévez y luego de un buen rato estudiando mi oficina me dice: "Vengo en nombre de mi hija."
Ajá, digo yo. ¿Qué es lo que necesita su hija? Nada, dice. No, todo. Se rasca el paladar con la punta de la lengua y se aclara la garganta. Mire, señor Grandbois, todo esto es realmente confuso. No puedo hallar las respuestas y un amigo me recomendó que hablara con usted. No se preocupe por las respuestas, señor, digo yo, de eso me encargaré yo. Usted cuénteme lo que haya que contar. Gracias, señor Grandbois.
Hagámoslo un poco más fácil. Uso de comillas, espacios entre lo que digo yo y lo que dice él. Probémoslo.
"Verá, mi hija tiene un enamorado, un estudiante de literatura de la Católica."
"Ajá."
"Se llama Javier del Pomar."
"¿Cuanto tiempo llevaban juntos su hija y este muchacho, señor Estévez?"
"¿Eso es importante?"
No respondo.
"Tres meses."
"Continúe, por favor."
"Bien, un día los dos muchachos llegan algo tarde, luego de una fiesta o algo así. María Paz va a la cocina y el muchacho se queda en el baño, dice que para lavarse las manos. Verá, el muchacho tenía esta tendencia a lavarse las manos, según mi hija, así que ella va a la cocina sin pensar nada extraño y se queda ahí. Bebe agua, y busca algo para comer. Saca un poco de queso y come. Luego algo de gelatina en un tazón y come. Bebe otro vaso de agua. Pero el muchacho no vuelve a la cocina. Va a su cuarto y lo espera sentada en la cama, tranquila, imaginando que su novio estaría haciendo sus necesidades, pero el chico no aparece tampoco entonces. Al fin se pone algo impaciente luego de veinte minutos y toca la puerta del baño. Pero su novio no respondió. Así que tocó. Tocó más de una vez por lo que sé, y entonces abrió la puerta. La luz estaba encendida. Pero de Javier no había rastro. Lo llama, pero el celular está apagado. Se va a su habitación, molesta, ofendida, pero finalmente se quedó dormida."
"¿Lo llamó al día siguiente?"
"No, cómo cree, estaba furiosa."
"Le sigo."
"Totalmente mortificada. Pero finalmente, cuando pasan dos días, y ve que no sabe nada del chico, lo llama a su casa. Y sorpresa, la madre preocupadísima, porque el muchacho no ha vuelto a casa desde la fiesta. Nadie sabe nada de él. Estaba absolutamente escandalizada. Incluso vino a hablar con nosotros."
"¿Por qué no vino la señora?"
"Está destrozada, realmente... "
"Ajá. ¿Cuanto tiempo lleva desaparecido el chico?"
"Un mes. La policía nos dijo que no había de qué preocuparse, que esto pasa todo el tiempo, el alcohol, las drogas en los jóvenes, los hace portarse de forma errática, bla bla bla, tonterías. Yo diría que no hicieron mucho, pero finalmente nos dijeron que contratáramos a un detective privado."
"Y aquí entro yo."
"Y aquí entra mi amigo Richi y luego usted."
"Bueno. Eso es discutible."
"¿Eh?"
"Richi es utilitario. La herramienta que lleva a mí. Aquí entro yo y solo yo."
"Eh, señor Grandbois, Richi es mi amigo."
"Okey, okey."
"¿Cómo es el asunto de sus honorarios, señor Grandbois?"
"Le va a salir caro, señor Estévez."
"¿Qué tanto?"
"Cincuenta soles la hora, más los gastos adicionales que pudiera tener que hacer."
"Hecho. Señor Grandbois, creo que no sabe lo importante que es esto para mi hija. Creo que se siente culpable."
"No me diga."
"Sí."
"¿Por qué?"
"Piensa que han secuestrado al chico."
"¿Usted qué es lo que piensa?"
"No lo sé, es posible."
"¿Su casa es segura?"
"Sí."
"Me gustaría verla."
"Puedo mostrársela, no veo por qué no."
"¿Usted considera que alguien pudo entrar en su casa y llevarse al chico pero sigue viviendo ahí como si nada?"
"Oiga... "
"Está bien, no está seguro. Supongo que ahora pone llave."
"Siempre ponemos llave, señor Grandbois. Y la verdad que un secuestro me parece muy improbable, simplemente, digo que no es imposible."
"Lo más probable es... "
"Que el chico es un hijo de puta."
Me levanté por la mañana y me miré en el espejo. Era un sujeto con carisma y una apariencia especial. Un enorme celta de nariz ganchuda y roja, con una melena de rizos enmarañados y una barba bastante poblada que no me decidía a afeitar. Me lavé la cara y estuve fumándome un cigarrillo gitano frente al espejo durante varios minutos. Cuando acabé, decidí que no me bañaría. Fui a la gaveta y cogí una camisa verde a cuadros, el abrigo y mis viejos pantalones a juego. Me serví un desayuno a base de pan de molde y huevos revueltos con jamón, algo de sake y un café con leche. Luego volví al baño a seguir apreciándome, hice algunas gárgaras con Listerine y fui al garage en busca del Celica. Mi llavero era una calavera de jebe, la apretabas y salía un gusano verde de su nariz. Me gustaba, me parecía que era un llavero con personalidad, ¿y qué otro sentido tiene usar un llavero? Introduje la llave en la ranura y arranqué.
Dos días antes había estado en casa del señor Estévez, y había conocido a su hija, María Paz, a la señora y a los dos hermanos. Había estado observando la casa de pies a cabeza, tomando nota y recogiendo los testimonios de cada miembro de la familia. La chica, María Paz, no era muy conversadora, pero me miraba con lo que yo, al menos, interpreté como esperanza, con dos preciosos ojitos dorados. En un momento determinado la miré y le dije:
"Haré mi mejor esfuerzo pequeña."
Se rió. Me pareció una risa casi cínica, pero su mirada no cambió un poco.
Cuando salí de la casa de los Estévez, llegué a la conclusión de que en general, salvo para la pequeña novia, el chico del Pomar no era muy apreciado. Tampoco era que se llevara mal con la familia, simplemente resultaba indiferente. De cualquier modo, se me había proporcionado la dirección de la madre (el padre del chico llevaba un par de años fallecido) y ahí era donde me dirigía esta mañana. Pensé que quizá debiera haberme amarrado el pelo, pero luego dije, qué carajo, soy Vercingétorix Grandbois. Es parte mi de gracia.
Busqué en la casetera algo para poner. Cogí una vieja grabación de Entombed que me había pasado un colega de Suecia hace años y estuve batiendo la cabeza un buen rato. Hay que decirlo, yo solo escucho dos tipos de música, a Dios gracias: death metal del bueno y óperas de Wagner. Para mí, esa es la única verdadera música heroica en la Tierra. El death metal calma mis instintos, me mantiene alerta, listo para saltar si es necesario y atento a cada punto particular, como un tejón con rabia listo para morder a un mocoso pillo que ha ido a quitarle la comida. Por su parte, Wagner... Wagner, Woody Allen ya lo puso bastante claro: "Cada vez que oigo a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia." Amén.
La casa de la señora del Pomar es de un horrible verde moco, con paredes exteriores de ladrillo y un gran portón marrón oscuro. O así era cuando estacioné el auto al frente. Me bajé, apagué la radio y me encendí un gitano. Estuve fumando un rato mientras revisaba mis notas, en busca de algún indicio que se me hubiera podido pasar. Está de más decir que no encontré nada importante entre los apuntes que ya había leído unas cinco veces en los últimos dos días. Cerré la libreta y la guardé en mi abrigo, y entonces toqué el intercomunicador. Los fuertes ladridos de un perro del otro lado de la puerta activaron mis reflejos.
"¿Quién?" preguntó una voz opaca y con muy poco de femenina en el intercom.
"¿Señora del Pomar? Es Vercingétorix Grandbois. El detective," contesté. Sí, era el detective.
"Ah, un momento señor Granbuá."
La puerta tardó exactamente cinco minutos en abrirse. Al parecer había guardado al perro. La señora era alta y maciza, con el pelo atado en una coleta y los ojos bastante enrrojecidos por el llanto.
"Le dijeron los Estévez que vendría."
"Sí, pase por aquí por favor."
Pasé por ahí por favor. Cruzámos el patio y entramos en una salita. La señora me indicó que me sentara y no dudé en hacerlo. Se encendió un cigarrillo sin decir nada, dejando claro que yo estaba en su casa, en su sala y jugaba con sus reglas, así que me permití encenderme uno yo mismo.
Por un largo instante no dijimos nada, ninguno de los dos dijo nada, pero la señora del Pomar me miraba fijamente. Pensé: quizá debí peinarme después de todo, pero me cacheteé mentalmente y seguí sin decir ni hacer nada.
"¿Siempre ha sido... detective, señor Granbuá?"
"No, señora. Soy FAP retirado."
"Vaya."
"Sí, me enviaron a España a probar algunos equipos, a volar algunos aviones. Luego dejé la fuerza aérea y estuve retirado unos años en Galicia."
"No me diga. Tengo familia en Galicia."
"¿Sí? Vaya."
"Ajá."
"Luego estuve viviendo en Buenos Aires cerca de un año, antes de volver a Lima. Ahí es que puse mi oficina y todo eso."
"¿Y ustedes van a una escuela? Quiero decir, ¿es como una carrera profesional?"
Se estaba haciendo la lista.
"Leemos un manual."
"¿Ah, sí?"
"Sí. El Manual del Private Eye."
Toma para que te sandunguees gorda.
"Ya veo. Señor Granbuá, ¿de verdad cree que pueda ayudarme a encontrar a mi hijo?"
"Señora, estoy haciendo lo posible."
"¿Y cómo puedo ayudarlo a usted? ¿Hay algo que pueda hacer?"
"Claro. Cuénteme todo lo que pueda sobre Javier, señora del Pomar."
Tres horas de despotriqueo contra el muchacho. Yo no sé por qué lloraba tanto la gorda si lo quería tan poco. O eso o lo quería de un modo cósmico y atemporal que nosotros los simples mortales, motas de polvo en el vasto universo, no podemos comprender, oh gran Cthulhu. Igual terminamos morreándonos sobre el sillón. Yo tenía hambre, no había comido en semanas y ella estaba allí, toda lechonosa. Algo mayor para mí, pero en tiempos de guerra todo hueco es trinchera, dicen. Claro que al final terminó echándome y diciéndome que si le sobrara el dinero, haría que me encerraran. Ella se lo perdió, sucia.
Esa noche jugaba a vaciarme la botella en medio de una apasionante partida de solitario cuando llamaron por teléfono. Eran más de las doce de la madrugada y yo no imaginaba o no quería imaginar quién me llamaría a casa a esa hora. Abriéndome paso entre los densos nubarrones de la cocina, llegué al aparato para la sexta timbrada.
"¿Aló?"
"¿Señor Grandbois?" era una aguda voz de sopranito que me resultó muy familiar pero que no lograba identificar.
"Él habla. ¿Quién es?"
"Es María Paz Estévez."
"Oh, coño, hola señorita Estévez. Siento la demora."
"Señor Grandbois, disculpe la hora, pero hay algo que no le he dicho."
La escuché carraspear del otro lado de la línea.
"Nena, dímelo con confianza."
"Debe jurar que no dirá nada.
"Nena, tu padre me paga, pero tú eres mi verdadero cliente. Y hay un pacto de absoluta confidencialidad entre un detective privado y su cliente."
Lo decía el Manual.
"Gracias. Señor Grandbois, cuando yo conocí a Javier él ya no se dedicaba a esto pero...
Un silencio prolongado. Luego continuó:
"Algo más de un año antes de conocerlo, Javier se dedicaba a vender marihuana.
"Oh. ¿Nada más?"
"No sé por qué pero creo que nunca quedó bien con los que le daban la hierba."
"Con los que estaban arriba de él."
"Sí, eso. No sé por qué tengo el presentimiento de que todo este asunto está relacionado con eso."
"¿Estás segura nena? ¿Te consta eso que me estás diciendo?"
"No... " Un grito del otro lado de la línea, muy fuerte. La voz del señor Estévez exigiéndole a su hija que colgara el teléfono. Se acabó la llamada, y yo me quedé ahí, con una colilla de cigarrillo quemándome el labio inferior y una botella de vodka en la mano.
En los días que siguieron, no conseguí nada importante. Estuve en la Universidad Católica, haciendo preguntas aquí y acullá. Nadie parecía saber nada sober la desaparición de Javier del Pomar, y no encontré un solo estudiante que hubiera podido ser su cliente en aquellas épocas turbias de las que me había hablado su pequeña novia. Acudí a recitales de poesía, al bar Yacana, a conciertos de rock pesado vestido de incógnito y a distintas editoriales en las que el desaparecido había intentado que le publicaran algunos de sus poemas (bastante malos, por cierto). En ese tiempo, no me comuniqué para nada con los Estévez, pero recibí el giro semanal que me correspondía sin ninguna clase de inconveniente.
Casi una semana después, alguien llamó a la puerta de mi casa. Era domingo al mediodía y no se suponía que fuera a trabajar. No me quise mover del colchón, pero estuvieron tocando con insistencia cerca de una hora, así que finalmente me rendí. Me levanté de la cama, me rasqué dentro del pantalón y me serví un vaso de agua del caño. Siguieron tocando. Caminé hacia la puerta y miré por el ojo de gato.
"¿Quién es?"
"¿Señor Grandbois? Tengo que hablar con usted. Es bastante urgente."
"Coño," murmuré. Abrí la puerta y un hombre de rasgos aindiados vestido de traje y con el cabello engominado me miró fijamente.
"¿Grandbois?" preguntó.
"Pa servirle a usté," contesté.
"Tiene que abandonar el caso de Javier del Pomar."
"¿Eh?"
"Se lo he dicho. Abandónelo. Si nos enteramos de que sigue trabajando en él, tendremos que ponernos drásticos con usted."
"¿Me está amenazando?"
"Le estoy advirtiendo."
"¿Cómo supo donde vivo?"
"Quizá debería empezar a considerar que tener su oficina en el mismo edificio en el que tiene su departamento no es una buena idea. Tenga un buen día."
Tras decir esto, el tipo se dio media vuelta y se fue caminando por el pasillo. Yo no estaba para esa clase de majaderías, sin embargo. Cogí la botella de Boris vacía del fregadero y me lancé detrás del tipo. Sus reflejos eran casi felinos, se apartó del camino como una pantera y yo rodé escaleras abajo, rompiendo la botella bajo mi brazo. Cuando logré alzar la cabeza, el hombre había desaparecido. Probablemente había usado el ascensor.
Estuve saboreando mis labios rotos un rato, luego me quedé dormido.
sábado, 6 de junio de 2009
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1 comentario:
muy buena
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