diminutas hierbas y raíces negras crecen en torno a
un cuerpo
en aguas tintadas con tu líquido menstrual
cuevas marítimas repletas de glóbulos espesos y salados
que flotan hacia la superficie como pompas
de jabón, espuma o algún otro detergente suave
soldándose a las ramas que se han ido formando
y acariciadas por las hojas que las rodean en un raquítico abrazo
el árbol negro da manzanas secas y membrillos
si los tocaras Aintza
si con tus doradas perlas oradaras su piel de manteca te daría
un castillo en medio del pantano
una mano arrancada por la velocidad de los vidrios
una roca tan grande como la cabeza de un buey
o un hacha cubierta de guirnaldas violetas
para que hicieras con el tronco del viejo árbol de la carne
todo lo que tú quisieras.
domingo, 9 de diciembre de 2007
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