sábado, 6 de septiembre de 2008

Transporte público

Me veo a mí mismo como a un esclavo del sistema de transporte público. Si los pasajes subieran cincuenta centimos yo tendría que cogerme el hígado con una mano y pagar el pasaje con la otra sin discutir demasiado. Moverse por Lima para mí es sinónimo de combi u ómnibus, especialmente moverme hacia la universidad.
A veces uno ve algo interesante en las combis, y muy de vez en cuando conoce a alguien. El semestre antepasado yo conocí a Adela, en lo que para mí era un momento crítico. No sé si pueda decir que soy un adulto, especialmente porque desde mi punto de vista, según un criterio estricto, no he conocido jamás a una persona adulta. Sin embargo, como persona, a secas, puedo decir que el tiempo del semestre antepasado acabó de definirme. Yo hoy soy los libros que leí, las cosas que sentí y las personas que conocí entre agosto y septiembre del año pasado. Por eso digo que era un momento crítico.
Acababa de regresar de Estados Unidos. Ella estaba sentada al fondo del micro y me senté a su lado. Normalmente me hubiera sentado adelante o pegado a una de las ventanas, pero todos los asientos estaban ocupados salvo ese. No recuerdo cómo empezamos a hablar. Probablemente a raíz de algún tema trivial relacionado al cobrador, como el carnet universitario, que en esos meses había vencido. Aunque es poco probable, porque Adela no iba a la universidad.
Todo fue muy rápido y muy extraño. Yo me dirigía a clase y ella a la embajada de España a aplicar a una visa de trabajo. Paramos el micro en La Victoria, cerca de Tater Ledgar, y caminamos hasta un hostal de la zona. Pagamos por una habitación y un paquete de condones nacionales, y allí estuvimos tirando cerca de tres horas. Cuando terminamos, hablamos un poco más sobre nosotros.
Adela trabajaba con sus hermanos como vendedora en un puestecito en Wilson. Vendía calcomanías, afiches, pines, tazas, lapiceros, todos con logos escogidos por los clientes. Su madre vendía jugo de piña en alguna esquina cercana. De su padre no hablamos. Solo mencionó que había sacado la visa y trabajaba como obrero en España.
Yo le conté la única historia que tenía. La de mi viaje y la carrera que había escogido. Adela se rió. Dijo que era un poco pronto para que decidiera ser artista. También dijo que era el último romántico, con esa forma de hablar que tenía, que me parecía de lo más curiosa. Sonaba totalmente como una mujer de clase media alta, aunque una especialmente cínica. Nos duchamos, nos vestimos e intercambiamos números de celular. Messenger no tenía. Le parecía huachafo.
Nos llamábamos por teléfono poco, pero con religiosidad. Aunque suena casi irónico meter la religión aunque sea de refilón en la historia de nuestra relación. Al cincuenta por ciento de las llamadas seguían las visitas al hostal. Nos volvimos asiduos. Nuestras conversaciones, basadas en las interminables rutas diarias que recorríamos en el transporte público eran los preliminares de nuestros encuentros sexuales, que en una sociedad clasista (y racista) como la nuestra, siempre tenían algo de culposos. Al menos por mi parte.
De tanto en tanto surgían conversaciones sobre los sueños. Literales y en sentido figurado. Ella quería irse a España, casarse con algún español rico (catalán) y no tener que trabajar más. Típico. Pero en contraste, también soñaba con ser diseñadora. No había estudiado nada, pero le encantaba dibujar ropa y a veces incluso me enseñaba algunos diseños hechos con lapiceros de colores en algún cuadernillo Loro o Minerva que guardaba en su cartera. También me contaba que alguna vez pensó en hacerse policía, lo que hacía que me riera.
Una noche fuimos a un chifa junto al hostal, no muy grande, pero limpio. Pedimos platos de arroz chaufa y creo que los dos pedimos sopa wan tang, o al menos yo lo hice, por el frío. Adela me contó que finalmente había tenido su cita en la embajada y le habían negado la visa. Volvería a aplicar, por supuesto, pero se sentía abatida, lo que a mí me parecía perfectamente normal. Le conté que había conocido a una chica, mi vecina, en un reencuentro de los amigos del barrio y que me había gustado un poco, pero que no creía que sucediera nada. Entonces le ofrecí comprar una botella de vodka y vaciarla entre los dos, y después irse cada uno para su casa antes de que el alcohol terminara de subirnos a la cabeza. Ella aceptó, pero no tenía más dinero, así que pagué yo. Compramos la botella en un grifo y estuvimos caminando y bebiendo un rato, hablando. Recuerdo que terminamos en el hostal de nuevo. Por la mañana desperté en mi casa, empijamado. No he vuelto a beber vodka puro desde entonces, aunque he estado acariciando la idea de hacerlo en los últimos tiempos.
En los días que siguieron, alrededor de la quincena de noviembre, comencé a hacerme cada vez más amigo de mi vecina. Nos empezamos a ver más seguido y finalmente tuvimos un indolente encuentro borracho que comenzó en mi jardín y terminó en el cuarto de servicio. No voy a dar detalles, solo diré que no tuve mi mejor desempeño, aunque igual la pasé bien. Después de eso me enfrasqué en la idea de conseguir algo un poco más consistente con la vecina y no volví a llamar a Adela. Coincidentemente, ella tampoco me volvió a llamar.
Ahora leo bastante. Quiero decir, en estos días, he estado leyendo bastante, por placer, para mejorar mi técnica, pero también porque estoy solo. En la combi y en el micro leo muchísimo, página tras página, ignorando al cobrador, al chofer que silba, a la radio e incluso a los demás pasajeros. Es raro que algo me haga separar la mirada de mi lectura, especialmente otra persona. Ando muy concentrado. Aún así, hace unos días llamé por teléfono a Adela. Yo había cambiado mi número pero tenía la esperanza de que ella no lo hubiera hecho. Esperanza vana, supongo, porque parece que el teléfono ya no existe. Quería preguntarle si había conseguido sacar la visa, porque ando dándole vueltas al asunto de emigrar a Europa desde hace un tiempo, y bueno, ver si nos encontrábamos por ahí. Pero todo parece indicar que eso no va a pasar. Espero que no se haya cambiado de número simplemente. Creo que lo justo sería que los españoles le hayan dado la visa.

3 comentarios:

P dijo...

emigremos, pues, pero una vez que seas famoso y puedas llevarme com parte de tu "crew literario".

Coriano dijo...

Estuve leyendo tus cosas. Ni idea quien sos. Siempre empiezo a pasear de blog en blog. Y bueno, dentro de todas las porquerías que hay en el blogspot... me parece realmente bueno lo que haces. Solo eso, que tampoco te creas que eres mejor Bukowsky (que por cierto creo que intentas parecerte a el en demasía). Saludos

Lion Chinaski dijo...

oh. bueno, por algo se empieza. un burp para ti.