Voy a contarle una historia. De esto ya hace un huevo de tiempo, pero me acuerdo bien. Por ese entonces yo estaría en cuarto, quinto ciclo, ya acabando el semestre. Este tipo era cachimbo, un chico más o menos alto, desgarbado, con una mata de pelo ruloso y una barba feísima, roja. De buena gana se le hubiera prestado una cuchilla de afeitar, porque con esa pinta el chico era todo un vagabundo. En fin, yo la verdad es que estaba ahí por pura casualidad, porque no soy de fumar hierba. Pero bueno, ahí estaba (aquí en realidad), en la universidad, por el campus de Letras y Humanidades, echado con mis amigos en el jardín y alguien sugirió llamar a este dealer que le habían recomendado. Todos atracamos, la verdad es que el día que tenía por delante se prestaba para un wirito. No ibamos a fumar dentro de la universidad, claro. Bueno, lo llamamos y nos dijo que no había problema, que ahí mismo nos llevaba la hierba. Yo pensé que un dealer bien bruto tenía que ser el cachimbo este, para andar repartiendo dentro de la Cato, donde cualquiera podía denunciarlo con el rector o lo que fuera. Al rato se apareció y nos saludó a todos, uno por uno. De que tenía mal aspecto, lo tenía, pero no podía decirse que fuera maleducado.
Y bueno, la cosa es que uno de nosotros pensaba como yo. Que el cachimbo este no era muy vivo por el asunto de la repartición dentro del campus, y se lo dijo, no de muy buena manera.
"Aún más," le dijo. "Le voy a decir al rector solamente para que aprendas."
Era Jaime, un chico que luego se pasó a la de Lima. Bueno, Jaime era el más pastrulo de nosotros, el que más consumía hierba, y a otras cosas seguro que también le entraba. Así que seguramente él ya andaba drogado o en qué estaría pensando. Nosotros tratamos de calmar el ambiente, persuadir a Jaime de que no jodiera, que nos dejara fumar en paz.
"Oye Jaime, dejate de huevadas imbécil," le dijo alguien. "Deja que el chico se vaya tranquilo."
Pero tarde. Tarde la cosa, porque cuando Jaime se paró a dar unas palmaditas cachosamente al cachimbo, este sacó un cuchillo. No sé en qué momento lo sacó, no me acuerdo tanto tampoco, pero había sacado un cuchillo y se lo puso en el cuello a Jaime, y ahí todos nos quedamos callados. Entonces el dealer este de pacotilla se empezó a reir. A reir en la cara de todos nosotros, del puto maricón de Jaime que por poco se había meado, y de todos nosotros, como si fueramos menos por haber tratado de amenazarlo, por haber guardado silencio. Entonces simplemente se guardó el cuchillo y dijo "Disfruten," o algo así. Y luego se fue, sin más. No hablamos más del asunto, y la verdad es que yo no fumé esa hierba tranquilo.
A los pocos días se acabó el ciclo, y claro, ninguno de nosotros lo volvió a llamar. Tan cojudos no eramos tampoco.
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