Me llamaron una mañana para investigar sobre las apariciones de osos polares en Islandia. Normalmente los osos estos viven en Groenlandia, pero en el último año habían estado apareciendo uno y otro en las costas de Islandia y la gente había empezado a ponerse realmente paranoica. Así que un día me llamaron al teléfono y me propusieron ir a investigar el asunto.
- ¿Grandbois?
- ¿Sí?
- Soy Hans Ibsen. ¿Ha escuchado algo sobre las apariciones de osos polares en Islandia?
- No.
- Pues lea el periódico de esta mañana. Haga unos cuantos recortes.
- ¿Me pagará?
- Le pagaré. Usted hágalos que yo voy para allá.
Así que hice unas cuantas gárgaras, me limpié las orejas y tomé una cerveza de mi refrigerador. Luego salí a comprar un periódico y estuve leyendo un poco sobre los osos y el calentamiento global. La verdad era que yo no creía y aún no creo en eso del calentamiento. Quiero decir, cualquier persona con dos dedos de frente habría notado hace tiempo que hemos llegado un punto en que el jodido hielo no tendría por qué derretirse. Acabo de decir que saqué una cerveza de mi refrigerador esa misma mañana, ¡Jesús! Cierren las malditas fábricas, despidan a unos cuantos negros, qué coño. Algo saldrá, nada tienen que ver los putos glaciares.
En fin, Ibsen se apareció esa tarde en mi oficina y me dio unos cuantos papeles y notas y fotografías. El bueno de Hans había heredado la fortuna de su abuelo muy pronto y se había pasado los siguientes veinte años haciendo el vago y tomando fotografías para algunos periódicos y para él.
- ¿Qué es lo que opina?- me preguntó.
- Bueno, yo qué sé. Algo podría estar comiéndose a esos osos en Groenlandia. Algo grande.
- ¿Y cómo llegan a Islandia?
- Bueno, la gente podría haber estado subestimando la inteligencia de los osos todo este tiempo. Digo yo, esos osos inventaron el camuflaje. Darwin me puede chupar el mastil.
Ibsen parecía pensativo.
- Tiene que ser bastante grande si realmente se está comiendo a todos esos osos- dijo.
- Mierda, ya lo creo que sí. ¿Una cerveza?
- Dale.
Dos días después, el islandés me estaba pagando el pasaje a su isla. También me dio algo de efectivo que me gasté en el casino y en estar con las vikingas. Digo yo, las putas escandinavas están muy bien. A ver donde te consigues unas así en Sudamérica por tan poco.
Esa mañana, Ibsen y yo paseamos por la costa acompañados de uno de los que había visto llegar al último oso en su plataforma de hielo.
- Llegó como un narco colombiano que llega en un yate- dijo el tipo en perfecto inglés.
- Vaya cosa- dije yo.
- Ya- dijo Ibsen.
Me agaché sobre la hierba y toqué lo que parecían las huellas aún visibles del animal.
- Carajo, este era uno grande- dije.
- Sí, el puto rey de los osos- dijo el hombre.
- ¿Donde lo tienen?
- Se lo ha llevado la sociedad protectora. Dicen que lo van a mandar a Groenlandia la próxima semana.
Ibsen se me quedó mirando. Yo trataba de pensar e ignorar su cara de mamón.
- Tenemos que detenerlos.
- Mierda- dijo Ibsen.
- Para ti que está fresca- dije yo -. Esos putos hippies no saben lo que están haciendo. Alguien se va a comer al rey de los osos y no va a ser la reina precisamente.
- Bueno, olvídalo Grandbois, esto está cerrado. No podemos hacer nada con el oso. Te quedas con tu dinero, pasa bien los días que quedan, pero a mí no me verás meterme ni con la sociedad protectora ni con el bicho este que se los está comiendo. No señor, yo estoy bien como estoy.
- ¿No te da curiosidad?- pregunté yo. El guía nos miraba raro.
- No- dijo Ibsen.
- Oh. Bueno, ¿y me seguirás dando para las putas?
- Sí, bueno, hombre, ¿por qué no?
Fruncí el ceño. Prendí un cigarrillo.
-Vale- dije, y me cagué en los osos polares.
miércoles, 9 de julio de 2008
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