lunes, 28 de julio de 2008

una de pistoleros

- Todos hemos perdido seres queridos, Kid. Todos hemos tenido nuestra dósis de sufrimiento y dolor. Pero así son las cosas. La vida es dura, Kid.
- No lo entiendes, Ruddy. No podrías entenderlo. Esta no es la vida que deberíamos llevar. Este no es el mundo que podríamos tener. He tenido mi dósis, y más de la que ningún ser humano debería soportar. Si las cosas son así, Ruddy, si la vida es dura, entonces nosotros ya no somos humanos. Somos algo más. Y la vida es dura, y cruel. He visto el rostro de la avaricia, Ruddy. Tengo que hacer esto.
- No tiene que ser así, Kid. Puedes terminar con esto. El chico y su madre no tienen nada que ver con esto. Déjalo ir.
- ¿Me estás sugiriendo que lo perdone, Ruddy?
- Te estoy sugiriendo que dejes todo esto atrás. Te estoy sugiriendo que comiences de nuevo y mantengas todo aquello en lo que creemos en pie. Las cosas aún pueden mejorar.
- Tú no sabes de lo que estás hablando. No tienes idea. ¡No te atreverías a sugerirme algo así, si fueras tú quien hubiera perdido a Betty, si fueras tú quien hubiera perdido... todo!
Ruddy miró el rifle cargado sobre la mesa. Volvió a mirar al Kid.
- Aún puedes mejorar las cosas, Kid. Si estás dispuesto a olvidar. Si estás dispuesto a dejar ir, a hacer lo que hombres como Fletcher no son capaces de hacer.
- Esto se acabó, Rud.
El Kid puso la mano sobre su rifle. Antes de que pudiera levantarse o hacer nada, recibió un rápido disparo en la garganta, seguido inmediatamente de uno en la cabeza. El hombre no tuvo tiempo ni de soltar su arma. Simplemente, cayó de espaldas al suelo.
- ¡Cristo!- exclamó el mayordomo, al tiempo que dejaba caer su bandeja junto con sus tazas y demás recipientes, los cuales se hicieron trizas. Ruddy no le prestó atención. Se quedó mirando el cadáver, frío y rígido sobre la alfombra ensangrentada. Guardó su arma, se lió un cigarrillo y lo encendió.
- Tratamos de ser hombres decentes en un mundo indecente- dijo dándalo una calada. Se lo dijo más al cadáver del Kid que a sí mismo. A sí mismo no había nada que quisiera decirse.
El mayordomo seguía de pie en el umbral, paralizado como si lo hubiera mordido una serpiente cascabel, mientras Ruddy se desperezaba en su asiento.
- Vermont, llama al comisario- dijo este último al mayordomo -. Dile que lo estoy esperando.
Cuando terminó su cigarrillo, comenzó a liarse otro.

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