Mi madre era la reina del océano. Ella era un ser de las profundidades, una criatura incomprensible e inefable. Ella y mi padre solo se encontraron en el lecho una vez. Aquello fue suficiente para consumar el matrimonio y asegurar la hegemonía de los Leones de
Mi crianza no fue muy diferente de la de otros nobles venidos a menos. La mayor diferencia era mi título de príncipe y la herencia que algún día habría de reclamar. Tenía un mentor en las ciencias humanas, un maestro de armas que me impartía lecciones sobre la guerra y un tutor de equitación, entre otros. Durante mis horas de estudio, mi padre me observaba en silencio desde el balcón con cierta gravedad.
A veces iba a ver a mi madre. Entre los peñascos al pie del Viejo Acantilado podía ver la entrada a su reino, el abismo verde y azul del mar. Ella siempre me esperaba allí, sus cabellos agitándose en torno a las ondulaciones, sus escamas y tentáculos irguiéndose hacia mí, helados. Era mi madre, pese a todo, y había algo de cálido en su canción y en sus gestos. Yo me limitaba a verla y a escucharla, pero sabía que algún día tendría que bajar al abismo y entrar en su reino.
Antes de dejar para siempre mi hogar en
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