domingo, 20 de julio de 2008

Lofto

Lofto yacía sobre la cama totalmente relajado. Había comido como un rey, y ciertamente se había divertido. Hacía mucho tiempo que había perdido el hábito de embriagarse, pero en medio del jolgorio se comportaba con tanta alegría y desenfreno como el más desinhibido. Más tarde, con la barriga llena y el corazón contento, podía relajarse sin tener que pensar en la resaca y demás incomodidades del día siguiente.
Cuando sintió el sueño invadiéndole y el peso sobre sus párpados, el viejo bardo inclinó su cabeza hacia la vela en la mesita de noche y sopló, apagando la llama. Se dispuso a dormir, mas un ruido cercano le puso alerta. Ni su hígado ni sus fuerzas eran las mismas, pero su oído seguía tan agudo como siempre. Con un movimiento casi imperceptible, llevó su mano derecha hacia el puñal que reposaba debajo de su almohada. Algún borracho se había metido en sus habitaciones, seguramente para robarle... sus pasos, sin embargo, eran demasiado delicados para tratarse de un hombre. Abriendo un ojo con cautela, y bajo la luz de la luna que se filtraba por las ventanas, Lofto descubrió a la joven hija del posadero acercarse tambaleante a su lecho. Había ingerido, sin duda, demasiado vino, e iba escasamente vestida con ropa de dormir de una sola pieza.
El bardo maldijo por dentro. Le hubiera gustado no tener que hacerlo, pero los años no habían pasado en vano y había aprendido de las experiencias, por lo que se incorporó. Con varios años por encima de los cincuenta, estaba demasiado viejo. Trató de recordar el nombre de la chica. No le fue difícil, su memoria era buena.
- Abi, pequeña, ¿qué es lo que haces aquí?- le dijo. Habló a la joven con voz suave y familiar procurando calmar sus ansias. La muchacha se dejó caer sobre él, sin embargo, despojándose de su ropa con torpeza. Sus labios buscaron los suyos y su lengua trató de abrirse paso en su boca, pero Lofto se hizo a un lado con presteza.
- Llevadme con vos señor- dijo la joven, acomodándose en la cama junto a él. Sus pequeñas manos se posaron sobre su pecho y poco a poco comenzaron a descender hacia su entrepierna, mientras con sus labios le llenaba el rostro de fugaces besos -. Dejadme acompañaros, cantadme siempre como habéis cantado hoy en nuestra mesa. ¡Oh, por favor! Tomadme mi señor...
El viejo bardo pudo sentir la sangre comenzando a fluir hacia su miembro. Maldijo para sí una vez más, pues supo que Abigail había podido notarlo.
- Me deseáis, lo sé- le susurró la muchacha al oído, antes de acariciarlo con su lengua.
- ¡Niña!- exclamó Lofto -. Si tu señor padre nos encuentra, los dos vamos a pasar un mal rato. Yo más que tú. Podría ser tu padre, Abi. Podría ser tu abuelo...
- No me importa- dijo la muchacha. Lofto pudo notar su aliento agrio y cargado -. No me importa, llevadme con vos, tomadme esta noche y hacedme vuestra...
- Abi, mierda... por los dioses. Ven, vamos a vestirte...
- ¿Por qué no me lleváis con vos? ¿Por qué vos seríais tan diferente de otros pretendientes? Tenéis oro, lo he visto. ¿Por qué estaría mal? Sois un hombre reconocido, ¡habéis cantado para el rey!
- He tenido el honor de cantar para la Casa del Bastardo, sí.
- ¿Entonces qué es? ¿Qué os impide hacerme vuestra esposa? ¿Acaso no os parezco hermosa... ?
El bardo suspiró y atrajo a la muchacha contra su pecho. De verdad se estaba haciendo viejo.
- Sois muy dulce y muy bella, mi dulce Abi- dijo -. Pero mi vida no es la clase de vida que quisieráis llevar. Yo no tengo un hogar, Abi, y vos no conocéis otra cosa que el vuestro. Vivo en el camino, y el camino es un lugar peligroso para una muchachita como vos.
Le dio un suave beso en la frente y le recitó unos cortos versos sobre la virtud de la doncellez y la vida tranquila de los plebeyos. La chica le miró con ojos brillantes.
- Vuestro señor padre tiene planes para vos. Quizás en un principio estos no os gusten, os desesperen y os hagan renegar. Pero con el tiempo, os daréis cuenta de que el único objetivo de estos es que tengáis una vida futura plácida y buena...
Entonces la muchacha se lanzó sobre él. Comenzó a besarlo con furia y pasión. Sus labios humedecieron su mostacho y cargaron su boca de su aliento a vid. Lofto pudo sentir los pequeños pechos presionando contra el suyo. Su erección se hizo mayor.
- Niña, no seré yo quien os desvirgue- dijo entonces, separándola de él con firmeza. Abigail permanecía jadeante.
- Al menos dejadme daros placer con mis labios- dijo metiendo la mano bajo sus calzones, sintiendo su excitado miembro -. Con mi boca... - le susurró al oído -. No tendréis que llevarme con vos ni llevaros mi virtud. Pero os llevaréis un pequeño recuerdo de mí.
Lofto nunca supo cuando dio su consentimiento. Solo sintió los pequeños labios abrirse sobre su sexo y luego se dejó llevar por el placer que le brindaban.
- Señor de los viñedos... - jadeó -. Usa menos los dientes pequeña...
La muchacha se detuvo un instante.
- La tenéis muy grande- dijo antes de continuar.
- Uf, niña, tú te has perdido mis mejores años...
A la mañana siguiente Lofto partió con el alba. Dejó el dinero del posadero con el niño de las caballerizas y salió de allí con celeridad. No pensaba jugarse el cuello por una doncella a los cincuenta y siete años. Estaba demasiado viejo.
Cuando llegó a Cromwall dos días después, decidió tomar un descanso en la posada del Dragón Verde, en las tierras de Lord Feirwood. Según decía la leyenda, el Rey Albrecht dio muerte al terrible dragón Fingohr en el punto donde se alzaba la posada, y de ahí es que recibía su nombre. Era un buen lugar para beberse una cerveza y enterarse de algunas noticias. Noticias relacionadas con el reino de Cromwall y sus vecinos inmediatos, pero otras veces, noticias lejanas que empezaban a esparcirse con el paso de los días. A veces las noticias venían de tan al este como el mismo Muro del Dragón, y otras, como ese día, del extremo de la península nafar, en Ibaizabal. Las noticias de aquél día eran ciertamente sombrías. El príncipe Aitor, único heredero del rey Amurrio, llevaba varias semanas muerto, aparentemente asesinado en medio de una procesión religiosa en las calles de la capital de Ahurti. Un golpe terrible para la casa real de los Lehoi.
- Dicen que lo mató un viejo egurriak con el que solía trabajar- dijo un hombre sentado cerca de la barra -. Va a haber guerra en la península.
- No. Fue un enviado de uno de los primos de su padre, un tipo de sangre Lehoi. Amurrio está viejo y sin los leones algunos de sus primos podrán hacer reclamos al trono. Creo que se apellidan Ibarra.
- Yo escuché que el príncipe había estado enfermo desde hace mucho tiempo. Alguna enfermedad adquirida en sus viajes- dijo otro -. Su corazón estaba débil y durante la procesión simplemente dejó de latir.
Lofto escuchó al posadero, Barrett, mascullar. Como siempre, él era el mejor informado en la casa de chismorreo que era su local.
- El príncipe Aitor era un caballero de la Orden de la Llama Eterna. Estaba bendecido por Freya y era inmune a las enfermedades y a los venenos que aquejan a los mortales. Además, se sabe quién es el asesino y hasta hay una recompensa por su cabeza- dijo -. Se trata de un hombrecillo bastante escurridizo llamado Igarki de los Robles. Un mercenario tan ibaitarrak como los Lehoi, pero un mercenario al fin y al cabo. El tipo escapó durante la conmoción, pero ya había envenenado al príncipe.
- ¿No dices que era inmune a los venenos?- dijo el tipo que estaba cerca de la barra. Lofto escuchaba en silencio.
- Este era un veneno diferente, Pip. Un veneno mágico, tiene que haberlo sido.
- Eso es pura mierda- dijo otro sujeto.
- Digan lo que quieran, pero el príncipe no murió en el acto. Estuvo agonizando el resto del día y ningún clérigo ni curandero pudo hacer nada por él- Barrett posó sus ojos grises sobre Lofto -. Eh, Lofto el arcynthio. Tú debes saber sobre esto.
El viejo bardo dio un trago a su bebida. Solo entonces alzó la mirada desde su mesa. Todos los presentes le miraban.
- Yo acabo de escuchar la noticia, Barrett- dijo tranquilamente.
- No, no me refiero a eso. Me refiero a lo del veneno. Tú debes saber sobre venenos, venenos capaces de matar a un caballero de la Llama Eterna.
Muy a su pesar, Lofto no pudo librarse de las sombras que habían comenzado a cernirse sobre su rostro. Le hubiera gustado poder aparentar mejor cierta despreocupación, pero le fue imposible. Aunque, mirando mejor a la gente que le rodeaba, el bardo pudo comprobar que imposible en él era mucho más convincente que en el promedio de los asiduos a las cantinas. Dadas las circunstancias, esbozó su mejor sonrisa.
- Ah. Veneno de los asesinos de la Cofradía.
Ante la mención de la Cofradía, se hizo silencio absoluto en el lugar. Esta era una organización oscura y muy temida, y se decía que su influencia se extendía a lo largo del continente.
- Se dicen muchas cosas sobre el gremio de asesinos de la Cofradía, pero realmente se saben muy pocas- continuó Lofto -. Solo puedo decir que un veneno de esa naturaleza, capaz de pasar por sobre las bendiciones de Nuestra Señora de la Victoria, es probablemente el producto de las oscuras alquimias de uno de sus miembros.
Rió.
- ¿Pero nos consta?
Se puso de pie y dejó algunas piezas de cobre sobre la barra.
- Gracias Barrett. Tu cerveza es tan buena como siempre.
El bardo cogió sus cosas y se dispuso a salir del lugar. Antes de que pudiera salir, sin embargo, Barrett se dirigió a él.
- Alguna vez tocaste para los Lehoi, ¿verdad Lofto?
El arcynthio se volvió hacia el posadero.
- Sí, alguna vez- contestó -. He tocado para duques y reyes y sus hijos y demás, tantos nobles amigo mío. Y doncellas y algunas no tan doncellas, sí.
- ¿Vas para Ibaizabal? ¿Vas a ver al rey?
- No, dioses. Voy para Egurria. Quizás los Harria quieran mis servicios.
Y tras decir esto, dejó el Dragón Verde atrás.

No hay comentarios: