miércoles, 30 de julio de 2008

Una de boxeo

Yo estaba bebiéndome un trago y pensando en el partido de mañana cuando llegó esa dama escocesa. Tenía largas piernas y cabello color bronce y largas pestañas y ojos color castaño y estaba muy bien. Se había vestido para la ocasión. Ella necesitaba un detective y yo necesitaba una dama misteriosa, de acento misterioso y falda bien corta.
- Déjeme adivinar- dije -. Australiana.
- No, señor Grandbois, soy escocesa- dijo con su perfecto inglés de las tierras altas -. Estoy buscando a mi esposo.
- Déjeme servirle un trago.
- Estoy buscando a mi esposo- repitió.
- Ok, ok, entiendo. Entonces déjeme servirme otro trago- lo hice -. ¿Está perdido aquí, en Lima?
- Aye- dijo asintiendo -. Lleva quince días perdido.
- Mjm. ¿Cuál es el nombre de su esposo?
- Douglas McAllister.
Tomé nota. La señora McAllister cruzó las piernas. La falda subió considerablemente. Di un sorbo a mi trago.
- Bien, cuénteme los detalles.
- Mi esposo ha estado trabajando para la mafia, señor Grandbois- dijo la dama con una sonrisa amarga -. Lleva meses peleando para los peruano-escoceses en una serie de enfrentamientos clandestinos. Lima se ha convertido en el foco internacional del boxeo ilícito a puño desnudo.
- Ya, lo sé señora McAllister. Soy detective.
En serio, ya lo sabía.
- Doug dijo que volvería luego de su última pelea. Dijo que ganaría, le darían su último cheque y volvería a Escocia en un santiamén. Pero debe haber tenido complicaciones. Nunca llegó en su vuelo.
- Vaya.
- Sí. Doug... Doug es demasiado orgulloso, no puede con su ego. Él... muchas veces no piensa con claridad, ni siquiera cuando trata con gente como esa. Oh, Dios.
Saqué un clínex del cajón de mi escritorio y se lo ofrecí. La señora McAllister lo rechazó con un gesto de dignidad herida.
- No, no, estoy bien- dijo -. Mi esposo está vivo.
- Ya.
- ¡Lo está, en serio! Puedo sentirlo señor Grandbois.
- No, ya, yo también. De veras.
Entonces se me quedó mirando con esos ojillos de ardilla suyos y me perdí. Me tenía justo donde quería. Yo era débil. Los hombres somos débiles.
- Voy a encontrar a su esposo señora McAllister- dije.
- Oh. Es usted realmente bueno señor Grandbois pero verá...
- ¿Sí?
- Creo que sé donde está Doug...
- Oh.
- ... es solo que no quiero ir sola.
- Ah. Es eso.
- Ajá.
- Vaya. ¿Por qué no fue a la policía?
- Por favor, señor Grandbois, no confío en la policía de aquí... y me han hablado tan bien de usted...
- Y además soy todo grande y fornido.
- Sí...
Me aguanté un pedo, vacié mi vaso de un trago y me puse de pie.
- ¿Está usted a pie?- pregunté.
- Sí.
- Vamos en mi auto.
Bajamos al estacionamiento y cogimos el Plymouth. La dama escocesa me guiaba y pronto terminamos en un hueco en el centro, cerca del Nuclear Bar.
- Es aquí- dijo.
- Mal sitio, el Nuclear Bar. Bajemos.
Nos bajamos y ella se agarró de mi brazo. Sentí que me palpitó la entrepierna así que estuve pensando en cebollas un rato. Cuando esto no funcionó pasé a los espárragos. No por nada estos tienen menos curvas.
- Quédese detrás de mí señora McAllister.
Tenía mi equipo de cerrajero en uno de los bolsillos del abrigo, pero me hice la idea de que quizás la puerta estuviera abierta. Giré la manija. Estaba abierta. Adentro estaban todas las luces encendidas y pudimos ver a unos cinco hombres, todos con chaquetas negras, mirando como otro de cabello largo y barba pateaba a un séptimo sujeto que se aferraba con fiereza a un sucio ring de boxeo. Cerré la puerta detrás de nosotros y todos voltearon a mirarnos.
- ¡Mierda! ¿Quiénes son ustedes?
- ¡Doug!- exclamó la señora McAllister. Antes de que yo pudiera hacer nada se zafó de mi brazo y corrió hacia el pobre diablo que se aferraba al ring, quitándole de encima al hombre barbudo.
- Agatha... - murmuró Doug.
- Mierda, ¿Agatha?- dije.
Aquél nombre. Era como si le hubieran puesto a mi dama escocesa una gran bombacha de satén. Así, bien al estilo Luis XIV, aunque eso no viene tanto a cuento.
Uno de los hombres se acercó a donde yo estaba y trató de cogerme por el cuello, pero yo fui más rápido y lo evadí. Rápidamente me moví hacia donde estaba la parejita.
- Bien bien, la mafia peruano-escocesa, ¿eh? ¿Por qué no me sorprende?
- ¿Y tú quién mierda eres, gordo?
- Vercingétorix Grandbois, pa' usté.
- ¿Eres policía?
- No, detective privado.
- Ah carajo, háganlo mierda chicos.
- ¡Eh, esperen! También fui boxeador amateur, muchachos. ¿Por qué están reteniendo al marica este? ¿Por sus lindas pantorrillas?
El tipo de la melena le miró las pantorrillas a McAllister. Nadie dijo nada.
- Bien, les diré qué podemos hacer. Voy a pelear con este mequetrefe, ¿está bien? Si él gana, se queda con ustedes el tiempo que quieran. Sigue peleando y les sigue ayudando a sacar plata.
Los tipos se rieron. A veces sin querer puedo ser realmente divertido.
- ¿Y si tú ganas, Al Bundy?
Te rapas, William Wallace.
- Lo dejan irse con su mujer de vuelta a Glasgow.
- Yo soy de Edimburgo.
- Calla maricón. ¿Bien? ¿Les parece?
Los chicos Brando rieron un rato. Luego, cuando vieron mi viril seguridad se disiparon las sonrisas y finalmente parecieron algo preocupados.
- Entonces, si tú ganas, ¿nos quedamos sin campeón? ¿Qué tan idiotas nos crees?- preguntó el pelucón.
- No, vamos, si yo gano yo me quedo a trabajar para ustedes.
- ¿Ah?
- Claro. No rinde esto de ser detective. Llevo haciéndolo más de doscientos días y llevo la mitad de ellos sin pagar el alquiler.
Guardaron silencio un momento. Agatha me miraba con esos ojos de nuevo. Esos ojos que decían "tengo puestas en ti todas mis esperanzas", esos ojos que decían "si no estuviera casada era tuya". Era mía esa nena.
- Bien. Súbanse al ring.
- ¡No! ¡Está herido!
- Estoy bien nena- dijo McAllister -. Cualquier día le puedo ganar a este gordo.
- Doug, si ganas te tendrás que quedar...
- Psch. Ya ya nena, déjame.
McAllister subió al ring y se sacó la camiseta ensangrentada. En un segundo estaba calentando y pude ver cómo se movía. Se movía rápido y bien. Aquél esnifagaitas era un campeón, pero era rubio y frágil como un monaguillo. Tenía que aprovechar esa ventaja para mandarlo a Escocia a golpes. Agatha nunca me olvidaría.
Me quité el abrigo y la camisa y subí al ring. Di algunos ganchos al aire y me cubrí un par de veces. Estaba listo.
Algún cacaseno hizo sonar la campana. McAllister comenzó a rodearme. Le propiné un gancho con la izquierda, pero él hizo una finta veloz y me evadió. Hice lo propio cuando él quiso tumbarme. Le propiné un segundo gancho que le dio de lleno en la quijada. Agatha no quiso mirar. Los mafiosos reían reían reían. Recibí algunos golpes en los costados, traté de acorralarlo contra las cuerdas. Y entonces me golpeó me golpeó. Es decir, me golpeó bien, un golpe fuerte y bien centrado en medio de la cara. Creo que me rompió la nariz. Caí.
Cuando recuperé la conciencia solo pude escuchar una cosa.
- ¡10!
- Qué carajo... ¡mierda!
Traté de incorporarme. Estaba demasiado adolorido.
- ¡Oh, no, Doug! Ahora tendremos que quedarnos en este país de mierda.
- Mierda, Agui, lo siento.
- Nada de eso- dije. Conseguí apoyarme sobre la rodilla. Saqué la Luger de mi bolsillo y apunté al mafioso-Mel Gibson -. McAllister, usted se larga con su mujer. Tome las llaves de mi auto, están en mi abrigo. Bien, ahora, conduzcan directamente al aeropuerto. Sin parar. Ustedes se van para Glasgow esta misma noche.
- Somos de Edimburgo, Grandbois.
- Me importa una mierda, se van para Glasgow.
- Oh.
La señora McAllister me sonreía y me miraba con ojos como dos grandes copas de bourbon.
- No sé cómo agradecerte Vercingétorix...
- No lo hagas nena. Solo vete, sé feliz. Juega al mús, escucha a Frank Sinatra y olvídate de mí. Tú y Ken tienen un bello futuro por delante, Barbie.
Los esposos McAllister salieron de la bodega rápidamente. Entonces me quedé solo con los matones. Me eché a reír con desgano. Si no recordaba mal, solo me quedaba una bala en la recámara, así que estaba jodido. Era el final.
- Y... qué clase de mafiosos andan por ahí sin balas, ¿eh?- me reí. Me metí la Luger a la boca y cerré los ojos.
Click.
- Oh, mierda.
Bien, lo había recordado mal. No habían balas en la recámara. William Wallace abrió los ojos como platos, y luego se echó a reír. Todos rieron rieron con risas podridas. Me miraron.
- Chicos, creo que vamos a tener que negociar- dije.
Pensé en el partido de mañana.
- Mierda.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

hasta tus protagonistas son shuper mashos. asi como que quiere y no quiere ser galan xD
Saludos.

ultralonso dijo...

oh señor mejor escritor del mundo es usted brillante lo deseo

Lion Chinaski dijo...

gracias doog.

Porfía la libélula dijo...

Macho que se respeta. Tu alter ego es Grandbois no? :) Me alucinaba leyendo a un escritor británico así..(por más bar del centro que haya). Ojalá compogan en taller de poesía :) Está paaja tu relato, alfajor con pollo :)