De Gunnar Golmen podían decirse muchas cosas, pero realmente destacaba por dos: era un hombre aseado, y no era un truhán como aquellos con los que compartía su mesa todos los jueves por la noche en ese pequeño café de Edimburgo.
Esos dos rasgos de su persona, específicamente, eran innegables e irrebatibles. Cada amanecer antes de dormir, se lavaría las manos, se cepillaría los dientes meticulosamente y enjuagaría bien su rostro curtido. Entonces, a media tarde, despertaría e iniciaría el mismo ritual, que era la mejor forma de llamarlo, luego de un baño en agua bien caliente. Después de eso, podría dedicar por entero el resto de la tarde y la noche a sus pasatiempos. Menos los jueves, por supuesto. Los jueves antes de la puesta de sol saldría de su casa en los suburbios escoceses y tomaría un taxi que habría de llevarle a aquél conocido café para reunirse, como era su costumbre, con ese grupo de truhanes.
Salvo algunas contadas escapadas nocturnas, los hábitos de Gunnar Golmen se limitaban a los mencionados anteriormente. E incluso aquellas escapadas difícilmente podían contarse como rupturas en la rutina, pues todas ellas iban invariablemente atadas a alguno de sus diarios pasatiempos. Por eso podía decirse que quien no era un truhán, pero sí un hombre muy aseado, era una persona de hábitos establecidos.
(8 de mayo del 2007)
domingo, 9 de septiembre de 2007
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